Seis veces cantó el gallo su Ki-ki-rikí y la bruja
despertó.
Cuando el rayo de luz que entraba en la habitación por una grieta alargada que apareció con el tiempo en la madera de la contra con la que se tapaba la ventana, se posó sobre su cara, se notó bajo los parpados el movimiento de sus ojos. La lucha entre ambos parecía querer dirimir cual sería el primero que asomaría entre los parpados semiabiertos, cuarteados por la decripitud de la edad. Finalmente abrió los ojos, y como si fuese para ir detrás de su vista se levantó cojeando de la cama.
Con su cuerpo ladeandose al andar de un lado al otro, pues una de las piernas, rectilinas y huesudas a duras penas le servía para apoyarse encima de ella, necesitando para caminar apoyarse en un bastón; entró en el aseo para hacer cosas de
sus intestinos. Cuando terminó se irguió y se puso frente al espejo para ver el ligero color azulado de su cuerpo, pues la sangre venosa, bajo su piel blanca le daba un ligero tono azulado a su piel. Entonces empezó a atusarse con sus largos y
huesudos dedos, su pelo canoso y desgreñado, haciendose con el una larga coleta que terminó enrollando por detrás de la cabeza. Por último se echó un poco de agua a la cara para acabar su ritual
La bruja Tenía una nariz aguileña que había ido ennegreciendo con el acumulo de los años. Encima de ella, escondidos en sus cuencas, estaban unos pequeños ojos negros e inquietos, que solo asomaban de su escondite para lanzar una mirada de aspecto
siniestro que amedrentaba a cualquier persona que se acercase junto a
ella. Sus vecinos decían a sus espaldas que con esa mirada era capaz de hacer arder
un campo de trigo o abortar al ganado preñado y ese efecto era mucho mayor en la luna llena.
Bajó a desayunar.
Como de costumbre se hizo un tazón de leche, que aderezaba
con hierbas de tomillo y melisa y después de tragar su contenido, lo dejó en el fregadero de piedra de la cocina y en el mismo sitio lavó sus
dientes con agua y sal.
De una pequeña alacena que había en la cocina sacó una caja cargada de huevos, recogidos del gallinero durante los últimos dias, y envolviendo uno
a uno con cuidado, con las hojas de un periódico viejo, los fue metiendo dentro de un cesto de mimbre. Después tapó la boca del cesto con un trapo viejo de cuadros azules de la cocina. La bruja iba ir al pueblo para vender los huevos en la fería y de la feria ir a comprar un carrito de bebe para su hija.
Había empezado la mañana cuando llegó a la feria. Y se sentó a la sombra de un árbol, frente a uno de los puestos de ropa ambulante que los gitanos montaban para vender en el mercado;
quitó el trapo que tapaba la cesta y lo extendió sobre el suelo y
después fue desenvolviendo uno a uno los huevos y poniendolos bien
visibles encima del trapo. Los gitanos, gente supersticiosa, no les gustaba que se pusiera cerca de ellos a vender, como hacía siempre que venía a la feria, temían de ella alguna terrible maldición
que tuviese efecto bajo el influjo de la luna llena, y solo esperaban a
que acabase pronto para seguir ellos con sus negocios con tranquilidad.
Después de vender los huevos - sin dar más detalles de para que compraban su mercancia sus clientas - recogió el trapo y después de sacudirlo de alguna hierba que se había pegado en el, lo dobló y lo guardó dentro de la cesta y de allí
se fue a la tienda de niños del pueblo para comprar el carrito de bebé que quería regalar a su hija.
Una joven bajita y resabiada, se
acercó corriendo para despachar
rapidamente a esa anciana negra y sucia, al ver como los clientes desaparecían discretamente cuando la vieron entrar en la tienda.
- ¿Buenas, que deseaba?.
- Quería comprar un carrito de bebé para regalar a mi hija, que
pronto va parir una niña.
Estuvo mirando fotos de un catalogo hasta que finalmente, con la ayuda de la
dependienta dio con lo que buscaba: un precioso carrito para bebé de
color rosa intenso, como el color que deja la sangre al correr sobre el cuello
degollado de las ovejas blancas.
- ¡Esté es el que quiero! - dijo presionando sobre la foto del
catalogo con su largo dedo huesudo.
Después de pagar y asegurarse que el carrito estaría dentro de
13 dias, ni más ni menos, dio los datos de su hija para que pudiera venir a
recogerlo; y con esto tomó el camino de regreso a su casa, en las
afueras del pueblo.
La hija de la bruja estaba encinta y le había dicho que iba
parir una niña para finales del mes de diciembre; y por sus cálculos
la niña nacería para el 28 de ese mes, el dia de los santos
inocentes. Sería pues una bruja sanguinaria que tendría
aterrorizados a todos los niños de la comarca.
La anciana señora ya se veía enseñando a su nieta todo lo que
sabía de las plantas y de los árboles, y hasta el secreto de las
piedras que hablan.
- ¿ Abuela. Y para que se le echa un poquito de este perejil con
viruelas que huele tan mal, a la sopa de serpiente?
- Uy. Ten cuidado con lo que tocas. eso es cicuta; se le echa solo
un poquito a la sopa para que muera la serpiente antes de cocinarse y
no sufra el animal.
Y mientras regresaba a casa, sin recordar donde
la había aprendido, iba tarareando una nana para su nieta
una, dos, tres tiene mi rebaño
cuatro, cinco, seis ovejas este año
siete, ocho, nueve ya me falta poco
diez, once, doce para un gran rebaño
que no venga el lobo, que no venga loco.