Cuando finalmente despertó, Mamadour se encontró en una habitación oscura y fría. Las paredes estaban cubiertas de sombras y el silencio era abrumador. El pánico lo invadió al darse cuenta de que había caído en una trampa. Intentó moverse, pero pronto se dio cuenta de que estaba atado a una silla y comprendió que debía mantener la calma si quería salir de esa situación. Respiró hondo para serenarse y trató de recordar cómo había llegado allí y quiénes eran sus captores.
Recordó como se había desviado de su ruta habitual y que había tenido que parar al empezar a echar
humo el motor de la furgoneta del reparto del pan. Como empezó a andar, y se adentró en el camino del rio que apareció ante él, tratando de encontrar un atajo
para acercarse al pueblo en busca de un mecánico. Recordó la casa
cercana con la puerta entreabierta. La mujer de aspecto amigable que le
sonrió cálidamente y le invitó a entrar, para usar el teléfono ...
—¿Te gustaría tomar un café mientras esperas?— preguntó con una sonrisa que le era familiar.
A pesar del polvo y las telarañas el interior de la casa era acogedor, decorado con mueble cómodos y el aroma agradable que provenía de la cocina. Mientras esperaba para hacer la llamada la mujer le ofreció un café.
Mamadour asintió, pensando que no había nada de malo en disfrutar de una bebida caliente antes de hacer su llamada. La mujer se movió rápidamente hacia la cocina y regresó con una taza humeante. Tomó un sorbo y notó que el sabor era extraño, pero no le dio mayor importancia. Entonces comenzó a sentirse mareado. El rostro afable de la mujer se desdibujaba en su mente. Comenzó a sentirse mareado y pronto todo se volvió borroso. Antes de darse cuenta, la oscuridad lo envolvió y perdió el conocimiento.
Cuando Valería se despertó su madre la llevó a la habitación del sótano donde tenía secuestrado a Mamadour
—¿Quién es este? —preguntó Valeria, sorprendida, al encontrarse con una sorpresa inesperada: un hombre
desconocido dormía atado en una silla
—No tengo idea —respondió la bruja con una sonrisa maligna —. Pero parece que ha encontrado un lugar cómodo para descansar
—¿Y si lo secuestramos? —sugirió la bruja en tono juguetón—.
Valeria se rió ante la idea absurda, pero pronto se dejó llevar por la locura del momento.
—¡Vamos a hacerlo! —exclamó.—Podríamos hacerlo vivir con nosotras y así tendríamos compañía
Así que, cuando el hombre despertó confundido y desorientado, se encontró rodeado por las dos mujeres con sonrisas traviesas.
—¡Buenos días! —dijo Valeria—. Bienvenido a tu nuevo hogar. Te hemos secuestrado.
Mamadour, al ver la chispa en los ojos de las mujeres y sentir su
energía contagiosa, decidió seguirles la corriente y no llevarles la contraria
Por la noche la bruja se introdujo en la habitación del sótano, donde dormia Marmadour, para satisfacer su apetito carnal.
Con un hechizo antiguo, la bruja se transformó en la imagen de la mujer que Mamadour había dejado atrás en su pueblo natal, una figura que había habitado sus sueños y recuerdos durante años. Era hermosa, dulce y llena de vida; era la misma mujer que tanto anhelaba. Se acercó a él sigilosamente y, con un suave susurro, lo envolvió en un profundo sueño placentero.
Cuando Mamadour despertó, se encontró en un mundo onírico donde todo era posible. Allí estaba Mariama: la mujer de sus sueños, sonriendo con ternura. Sin saber que era una ilusión creada, sintió una oleada de felicidad al verla nuevamente. La bruja lo miraba con ojos llenos de complicidad mientras le rodeaba con sus brazos.
“Te he estado esperando”, le dijo ella con una voz suave como el murmullo del viento entre los alamos.
Mamadour sintió cómo su corazón latía con fuerza. Mientras respondía a las caricias de la bruja sintiendo momentos de intimidad que nunca había imaginado volver a experimentar. En ese mundo de ensueño, todo parecía perfecto; las risas resonaban como música y cada caricia era un recordatorio del amor perdido.
A medida que pasaba el tiempo en ese mundo onírico, Mamadour empezó a notar pequeños detalles que no encajaban: gestos sutiles que no pertenecían a la mujer que recordaba. P
“Este es nuestro momento”, le dijo ella al oido.
Mamadour sintió una mezcla de confusión y deseo; quería creer que estaba realmente con la mujer que tanto amaba. Sin embargo, algo dentro de él le decía que debía despertar antes de perderse por completo en esta ilusión.
Con un esfuerzo monumental, logró abrir los ojos justo cuando se vaciaba en el interior de la bruja.
Al dia siguiente Valeria y su madre estaban absortas en una conversación animada, en la cocina
—¿Dónde está Mamadour? —preguntó Valeria con preocupación.
Ambas miraron hacia el patio trasero y vieron la ventana del sótano abierta. Corrieron hacia el sotano y encontraron que Mamadour había desaparecido.
—¡No puede ser! ¡Se nos escapó! —exclamó Valeria riendo nerviosamente.
Madre e hija salieron fuera de la casa y vieron a Mamadour
—¡Mamadour, no te vayas! —grito Valeria.
Mamadour miró hacia ellas, con una mezcla de sorpresa y un toque de incredulidad.
—¡Mamadour,
no te vayas! ¡Yo te quiero! — Pero él, en su mente, pensó: "¿Quieren que me quede?
¡Claro, y también puedo quedarme a hacer galletas!"
Sin pensarlo
dos veces, echó a correr, poniendo pies en polvorosa en dirección a la
carretera del río. --¡Hasta nunca!— gritó mientras se
alejaba. El sonido del agua del rio de la casa susurrante fluyendo le sonaba como una melodía de
escape, en su cabeza a medida que se iba olvidando de todo lo ocurrido: --¡Vamos, Mamadour!
¡Más rápido! ¡Que no te atrapen!
Y así fue como la bruja le dio compañía a su hija Valeria, para que pudiera vivir junto a ella en el mundo del sótano de la casa del rio susurrante, incluso cuando llegara el momento de marchar de este mundo.
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