Cuando regresaban del campo, se encontraron una burra en el camino. Era un hermoso animal de color marrón cobrizo y hocico blanco, orejas largas y puntiagudas y una mirada inteligente que desmentía la fama de sus congéneres. La dueña era una profesora de matemáticas que al jubilarse vino a vivir al pueblo; porque siempre quiso olvidarse de todo y comprar una casa con terreno donde tener una huerta y criar sus animales, y cuando llevaba algún tiempo viviendo aquí se compró en la feria esta burra, cuando era pollina joven, para madrugar y llevarla al campo con los primeros rayos del sol naciente; y por las tardes ir a buscarla para venir de regreso antes de que asomaran las estrellas en el cielo.
La burra de alguna manera se había soltado y conseguido escaparse del prado donde quedaba atada por las
mañanas, con una larga cuerda para que pudiese moverse y comer, y ahora deambulaba por el camino arrastrando la cuerda que llevaba atada alrededor de
su cuello.
Al ver la burra suelta, el perro intercambió
una mirada con la vaca sorda para entenderse y así que esta comprendió que debía esperar a
su compañero en lo que iba a hacer, se apartó del camino y se
puso a devorar pacientemente los tallos jóvenes y apetitosos
de las ramas de las zarzamoras que crecían al lado del camino.
Entonces el perro asió la cuerda de la burra, mordiéndola con la
boca, y empezó a tirar de ella con fuerza. La burra no quería
dejarse llevar y le largaba miradas furibundas, amenazándole con
darle coces, si trataba de interrumpir el disfrute de su inesperada
libertad. Pero el perro no dejó de forcejear hasta que cansada la burra
consiguió llevarla de muy mala gana al lugar de donde se había
escapado; recibiendo por ello toda clase de insultos en
la lengua estridente de los borricos, gritados
para que todo el mundo lo oyese, diciendo
que más que de perro
pastor en su familia eran
todos de raza policía.
Antes de la casa de los labrada aparecía la casa de los vecinos de Barcelona y al pasar por delante de
ella de regreso vieron como Andrés y su perro bribón
jugaban a lanzar la pelota uno y recogerla el otro.
La vaca
sorda pasó de largo continuando de regreso para su cobertizo en la
casa de los labrada, pues ya iban para la seis de la tarde y llevaba en el interior de su estomago comida para rumiar un rato en
su establo; pero el perro, que ya tenía terminada su tarea de custodia, decidió acostarse un rato a un lado de la carretera para ver el juego. Bribón iba tras la pelota dando saltos y regresaba ufano con ella en la boca y la soltaba dejándola
a los pies de su amo. Fue lo mismo una vez, dos y tres... ; la pelota
volaba por el aire en un arco parabólico y bribón regresaba con ella,
la dejaba a los pies de su amo y corría saltando a
su alrededor, pidiendo suplicante con sus ladridos que se la volviesen
a tirar.
En un instante los dos perros se intercambiaron sus
miradas.
La pelota volvió a
describir un arco en aire. Bribón dudó un momento pero al oir el ruido secó que hacía la pelota al golpear contra la hierba en su caida, echó a correr en su busqueda, la atrapó con su boca, pero en lugar de dejarla en los pies de su amo se puso a correr a su alrededor sin soltarla. Cuando Andres le quitó la pelota la volvió a lanzar, pero esta vez fue a parar más lejos, y cayó
apenas a unos metros de la arboleda que se extendía por la parte de atrás de la
casa.
Bribón echó a correr de nuevo a buscar la pelota pero para sorpresa de Andrés, cuando la cogió, en vez de regresar con ella, desapareció internándose dentro de la arboleda, alejándose de los gritos que
sorprendido daba su amo llamándole; y no dejó de correr hasta
encontrarse con el curso del rio, que pasaba por allí. Obligado por el agua a
detenerse, miró para los lados para ver el lugar donde se encontraba y
vio que al otro lado de la orilla, sobre el sombrío de loas arboles destacaba
la claridad de un pequeño campo verde. Sin dudarlo, saltó sobre
tres piedras que sobresalían en el agua, limpia y cristalina, y se encontró en la otra orilla y en el pequeño campillo que había visto; donde la verde hierba crecía
allí bajo el desorden y la anarquía del ramaje con que los
arboles protegían el lugar del calor de los rayos del sol. Entre los arboles que bebían al pie de la orilla del rio sobresalía
un viejo, alto y centenario, chopo, con tenía un tronco tan grueso que
harían falta bien dos hombres para abrazarlo. Bribón se acercó a el y junto a
sus pies empezó a escarbar en la tierra un hoyo de suficiente
tamaño para meter dentro la pelota. Cuando lo hubo terminado la depositó en el interior del hoyo y empujando la tierra con su hocico
la hizo desaparecer cubriéndola de tierra.
Al llegar de regreso a su
casa, su amo esperaba sentado en el banco blanco que había frente a
la casa. Se levantó al verle llegar sin la pelota.
- ¿Bribón
y la pelota?. ¡Vete buscar la pelota. Corre!
Pero Bribón no
fue a buscar la pelota.
-¡Vete buscar la pelota. Corre! -
insistió su amo de nuevo sin que este le hiciera caso.
El pastor, al ver esto, se
levantó de donde estaba, tumbado al lado de la carretera, y
después de cruzarse unas miradas de despedida con Bribón continuó
el regreso para su casa. La casa de los labrada.
Ese día
de rebelión Bribón acababa de nacer en el mundo de los seres conscientes.
mvf.
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