Cuando llegó la abuela de Elisardo de regreso a casa, la abuela de Elisardo se fijó
enseguida en los trabajos que había hecho su nieto durante su
ausencia: había recogido la loza de su desayuno y la había fregado;
había hecho su cama, dejado recogida su habitación y había bajado
su ropa sucia dejándola metida dentro de la lavadora; y su
nieto, al terminar, se pudo a ver tranquilamente la
televisión esperando el regreso a casa de su abuela como se le había dicho mil
veces y nunca había hecho.
A la anciana, la tan buena disposición del nieto durante su ausencia, le entró la mosca.
-¿Elisardo que estuviste haciendo mientras estuve fuera?
-¡Nada, nada!- respondió el niño sin apartar la vista de la
televisión.
Nada, nada, para nada creyó lo que le respondió su nieto;
Después de vaciar la cesta de la compra y distribuirla por los distintos huecos de los muebles de la cocina, salió al patio de la parte de atrás de la casa para ver si descubría
que había hecho su nieto en su ausencia.
Miró en el patio, entró en la casa vieja, revisó el cobertizo ... y
no encontró nada; pero cuando ya iba volver a la casa oyó desde la
huerta el graznido del cuervo, que en venganza de lo que Elisardo
había hecho al inocente espantapájaros, llamaba la atención a la
anciana, saltando y picoteando encima de los plásticos, para delatar donde había ocultado al cerdo su nieto.
El animal, con los picotazos y los saltos que daba el cuervo encima
de él, despertó, pero al oír los pasos que se acercaban en
la huerta reconoció el andar de la vieja y sin hacer ningún movimiento se dijo para si:
-Esta es peor que el niño y cuando descubra que me hice el muerto,
como es muy retorcida, va suponer que quería comerme los repollos de la huerta e igual me hace estar corriendo
toda la mañana. Y decidió continuar sin dar señales de vida.
Al levantar los plásticos y encontrarse el animal haciéndose el
finado, la abuela se echó las manos a la cabeza, lamentándose y
sintiéndose culpable de la muerte del gorrino por dejar solo en casa
a su nieto. Al cabo de unos instantes reaccionó y se dijo para si
que la mejor solución sería deshacerse del cuerpo y dejar que se
pensara que el animal, sin saber como, se había escapado. Entonces,
desde donde estaba, hizo señales al tractorista, que continuaba
trabajando en un campo cercano, para pedirle ayuda.
El hombre con cara de fastidio, por tener que parar de trabajar, se acercó para ver lo que le pasaba a la anciana, y así
que escuchó de que se trataba el asunto y viendo lo apurada que
estaba, entró con el tractor al interior del patio de la casa y a continuación, guiado por la anciana se dirigió con la maquina al lugar donde
estaba el cerdo cubierto con el plástico. Sin destapar el animal
metió la pala por debajo de su cuerpo, y sin que este diera ninguna
señal de vida, lo izó con la pala por encima de la cabina del
tractor y arrancó con la carga al monte del lobo, que era el lugar
donde llevaban antiguamente a los animales de la casa que morían de
muerte natural para alimentar con sus despojos a las alimañas.
Cuando llegaron al monte el tractorista bajó la pala, y el
cuerpo del animal, cubierto con los plásticos, se deslizó hacía el suelo
quedando tumbado en la tierra. Hecha esta operación y sin ninguna
perdida de tiempo, se puso a excavar con la
pala del tractor un hueco en la tierra para meter dentro el cuerpo
del cerdo y enterrarlo, pues quería regresar rápidamente para rematar
la labores de campo que estaba realizando.
Y entonces, al ver las dimensiones del agujero que se estaba
abriendo, fue cuando le entró mala espina al cerdo y juzgó oportuno que ya era el
momento de resucitar discretamente y desaparecer.
Sin
levantar su enorme panza del suelo, se alejó arrastrandose con su cuerpo
hasta una distancia prudente y desde ahí se marchó con prisa monte
abajo.
mvf.
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