Hacía rato que el ruido del tractor se había desaparecido en la distancia. El animal, después de escapar de su entierro, se escondió dentro del monte y vagó entre los pinos hasta llegar a un pequeño claro, en el que la hierba crecía verde y fuerte. Ante tan apetitoso paisaje, sus tripas vacías comenzaron a hacer ruido, reclamándole el momento de disfrutar los manjares que le deparaba el bosque. Comenzó a atiborrarse de tallos húmedos y sabrosos de hierba, hasta que descubrió cerca de él unos arbustos de los que colgaban diminutas bolas rojas, entre sus hojas verdes y grisáceas; eran madroños con su fruto otoñal. Se acercó al más próximo y, después de mordisquear las primeras bayas, su sabor le decidió a continuar allí su menú.
Después de saciar su hambre, impulsado por su instinto, se adentró entre las ramas bajas de los madroños en busca de un refugio donde ocultarse y descansar. Con sus patas, aplastó la hierba para crear un lecho cómodo, se acomodó en el suave manto verde y, en cuestión de segundos, sus párpados se cerraron, llevándolo a un profundo sueño.
Se había hecho de noche cuando despertó, y en el cielo colgaba un extraño queso que alguien había comenzado a comer por su lado izquierdo. El animal ladeó la cabeza de un lado a otro y, con su ancho hocico, aspiró el aire fresco de la tierra. Pensó que lo mejor sería regresar a la cómoda vida de su cuadra y hacer como si nada hubiera pasado; sin embargo, no sabía qué camino tomar y necesitaría pedir ayuda.
Regresó al pequeño claro de hierba y, guiado por su instinto, comenzó a descender del monte por un estrecho sendero frecuentado por otros animales como él. Bajaba con cautela, temeroso de ser descubierto en la oscuridad. Durante el día, algunos perros del pueblo subían al monte impulsados por sus instintos más primitivos para correr bajo la luz de la luna. Si le encontraban, podrían atacarle y darle muerte por mero placer.
Mientras descendía sumido en estos pensamientos, un ruido cercano llamó su atención. Se escondió nuevamente entre los arbustos y esperó a ver qué sucedía. Pronto se dio cuenta de que el sonido provenía de una acalorada discusión entre dos jóvenes zorros que caminaban por el sendero en su dirección. Sin ningún cuidado, jugaban haciendo carreras entre ellos para ver quién era el más veloz, y se acusaban mutuamente de hacer trampas en el juego.
De repente, los dos zorros comenzaron a correr ladera arriba. Al ver que venían hacia él, el cerdo salió de su escondite y se plantó en medio del sendero, obligándolos a detenerse. Sin entrar en muchos detalles, les explicó como había sido dado por muerto y traído al monte para enterrar su cuerpo, pero que despertó justo a tiempo para escapar y ponerse a salvo. Ahora quería regresar a la casa de sus amos para dormir con seguridad en su cuadra. Como no sabía el camino de regreso, les pidió su ayuda.
Los dos zorrillos, se miraron entre ellos y respondieron que tenían terminantemente prohibido por sus padres acercarse al pueblo de los humanos, porque donde viven los hombres hay infinidad de peligros para los de su especie; ellos no iban a desobedecer a sus padres, sin embargo, apuntando sus miradas hacia unas luces lejanas que se podían ver desde donde estaban, dijeron su padre había ido a la granja del tío Avelino. Podría acercarse hasta allí y pedirle ayuda; pero tendría que hacer algún trató con él para conseguirla.
- ¿ Y que es lo que un zorro puede hacer por un animal como tu?
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