miércoles, 23 de agosto de 2017

En el bosque

Hacía rato que el ruido del tractor se había desaparecido en la distancia. El animal, después de escapar de su entierro, se escondió dentro del monte y vagó entre los pinos hasta llegar a un pequeño claro, en el que la hierba crecía verde y fuerte. Ante tan apetitoso paisaje, sus tripas vacías comenzaron a hacer ruido, reclamándole el momento de disfrutar los manjares que le deparaba el bosque. Comenzó a atiborrarse de tallos húmedos y sabrosos de hierba, hasta que descubrió cerca de él unos arbustos de los que colgaban diminutas bolas rojas, entre sus hojas verdes y grisáceas; eran madroños con su fruto otoñal. Se acercó al más próximo y, después de mordisquear las primeras bayas, su sabor le decidió a continuar allí su menú. 

Después de saciar su hambre, impulsado por su instinto, se adentró entre las ramas bajas de los madroños en busca de un refugio donde ocultarse y descansar. Con sus patas, aplastó la hierba para crear un lecho cómodo, se acomodó en el suave manto verde y, en cuestión de segundos, sus párpados se cerraron, llevándolo a un profundo sueño.

Se había hecho de noche cuando despertó, y en el cielo colgaba un extraño queso que alguien había comenzado a comer por su lado izquierdo. El animal ladeó la cabeza de un lado a otro y, con su ancho hocico, aspiró el aire fresco de la tierra. Pensó que lo mejor sería regresar a la cómoda vida de su cuadra y hacer como si nada hubiera pasado; sin embargo, no sabía qué camino tomar y necesitaría pedir ayuda.

Regresó al pequeño claro de hierba y, guiado por su instinto, comenzó a descender del monte por un estrecho sendero frecuentado por otros animales como él. Bajaba con cautela, temeroso de ser descubierto en la oscuridad. Durante el día, algunos perros del pueblo subían al monte impulsados por sus instintos más primitivos para correr bajo la luz de la luna. Si le encontraban, podrían atacarle y darle muerte por mero placer.

 Mientras descendía sumido en estos pensamientos, un ruido cercano llamó su atención. Se escondió nuevamente entre los arbustos y esperó a ver qué sucedía. Pronto se dio cuenta de que el sonido provenía de una acalorada discusión entre dos jóvenes zorros que caminaban por el sendero en su dirección. Sin ningún cuidado, jugaban haciendo carreras entre ellos para ver quién era el más veloz, y se acusaban mutuamente de hacer trampas en el juego.

De repente, los dos zorros comenzaron a correr ladera arriba. Al ver que venían hacia él, el cerdo salió de su escondite y se plantó en medio del sendero, obligándolos a detenerse. Sin entrar en muchos detalles, les explicó como había sido dado por muerto y traído al monte para enterrar su cuerpo, pero que despertó justo a tiempo para escapar y ponerse a salvo. Ahora quería regresar a la casa de sus amos para dormir con seguridad en su cuadra. Como no sabía el camino de regreso, les pidió su ayuda.

Los dos zorrillos, se miraron entre ellos y respondieron que tenían terminantemente prohibido por sus padres acercarse al pueblo de los humanos, porque donde viven los hombres hay infinidad de peligros para los de su especie; ellos no iban a desobedecer a sus padres, sin embargo, apuntando sus miradas hacia unas luces lejanas que se podían ver desde donde estaban,  dijeron su padre había ido a la granja del tío Avelino. Podría acercarse hasta allí y pedirle ayuda; pero tendría que hacer algún trató con él para conseguirla.


Al terminar de indicarle la dirección a tomar para llegar a la granja, los zorrillos reanudaron su carrera, y el cerdo tomó la dirección hacia la granja pensando que trato podría ofrecerle a un zorro para que le ayudara.

Cuando llegó a las inmediaciones de la granja, levantando sus fuertes orejas, su fino oído no tardó en detectar el ruido proveniente de la boca de un agujero recién abierto en la tierra, cerca del muro de la granja. El zorro había realizado un túnel para entrar en el corral y robar los huevos de las gallinas.
Se apostó en la entrada y al cabo de un rato de espera oyó a través del túnel los pasos sigilosos que provenían del interior del gallinero; entonces asomó la cabeza de un zorro rojizo, relamiéndose su hocico, manchado de amarillo. Al verlo asomar, el cerdo colocó su enorme cuerpo delante, impidiendo al zorro salir del túnel que había cavado con tanto esfuerzo.

 

- Que haces, porque no me dejas salir ?

- Bonito parecido tiene, señor zorro, relamiéndose el hocico, después de haberse hartado de comer huevos de gallinas

- Deja de taponar la salida con tu cuerpo para que pueda salir.

- Lo haré si promete hacerme un pequeño favor?

- Nunca he oído que los zorros y los cerdos hicieran tratos en esta tierra.

- Voy estar tumbado aquí, mientras se decide; pero no deje llegar el día, no vaya ser que le descubran en el gallinero y le den el premio que merece su talento.

- ¿Y tu no recibirás ningún castigo por no estar en tu cuadra?

- ¡Seguro que mientras te muelen a palos por tu fechoría se olvidan de mi!

Viendo el zorro que no podría salir de su túnel si el cerdo no apartaba su cuerpo de la entrada, le preguntó:

- ¿ Y que es lo que un zorro puede hacer por un animal como tu?

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