Después de jugar varias manos, en la partida se oyó un griterio que provenía del exterior. Los jugadores se miraron entre ellos preguntandose que podría estar ocurriendo fuera; entonces se levantó uno de los más veteranos de las partidas clandestinas que se hacían en el bar y después de advertir a sus compañeros de que se mantuviesen en silencio, poniendo su dedo delante de la boca con los labios apretados, salió con precaución de donde estaban a mirar que pasaba. Al cabo de un rato regresó acompañado con el camarero, quien les dijo que podían seguir jugando tranquilamente, porque los gritos que escucharon solo eran los guardas jurados del ferrocarril, que habían echado a la calle a los vagabundos que dormían en los bancos del vestibulo de la estación.
La partida continuó.
Llegada las dos de la noche, como era costumbre para terminar, esperaron a la última mano que ganase el dinero que había en la mesa en ese momento; ganada la mano y recogido el dinero, fueron saliendo uno a uno del reservado, dirigiendose al mostrador para pagar al camarero las bebidas que habían consumido mientras jugaban, y según iban pagando marchaban sin hacer ruido.
Romero era un habil jugador de las cartas y aunque sabía muchas triquiñuelas para desplumar al más pintado, se dejó perder dos pesetas para no levantar sospechas; pero en vez de seguir a sus compañeros de partida y marchar también, se quedó en la cafetería acompañando al camarero en el cierre del local.
Llegada las dos de la noche, como era costumbre para terminar, esperaron a la última mano que ganase el dinero que había en la mesa en ese momento; ganada la mano y recogido el dinero, fueron saliendo uno a uno del reservado, dirigiendose al mostrador para pagar al camarero las bebidas que habían consumido mientras jugaban, y según iban pagando marchaban sin hacer ruido.
Romero era un habil jugador de las cartas y aunque sabía muchas triquiñuelas para desplumar al más pintado, se dejó perder dos pesetas para no levantar sospechas; pero en vez de seguir a sus compañeros de partida y marchar también, se quedó en la cafetería acompañando al camarero en el cierre del local.
El
camarero recogió las sillas, que fue dejando por encima de las
mesas, y después de barrer asomó la cabeza a la calle para ver que
no había nadie; entonces cerró la puerta y apagó luz. Y sin mediar palabra condujo a Romero al sotano de la casa donde esperaban los otros asistentes a la reunión clandestina que,
extremando todas las precauciones y sin que ninguno se hubiera visto, habían ido llegando para encontrarse todos en el lugar en que tendría la reunión.
Un
quinque de petroleo iluminaba excasamente la negrura del sotano. Tenía
el suelo de tierra humeda y hacía las veces de bodega y de almacen.
Había tres cubas de roble, una pequeña mesa de pino, algunas cajas de bebidas y
un viejo banco que algunos de los asistentes utilizaban
mientras esperaban a que llegasen todos para dar comienzo la reunión. Al
llegar Romero se levantaron para saludarle y darle la mano.
Asistían a la reunión algunos obreros de las industrías de Monforte de aquella epoca, porque además de ser un nucleo ferroviario, tenía importantes fabricas de calzado; un hombre de pelo blanco, de apariencia discreta, era comerciante y tenía varios negocios en el pueblo. Entre los asistentes también
estaban los dos ferroviarios que hablaban en la esquina del bar,
cuando Romero llegó al bar; los ferroviarios trabajaban en los talleres del
ferrocarril.
Algunos estaban allí por sus ideas politicas, pero otros estaban allí para tomarse venganza por el asesinato de algún familiar próximo por la justicia franquista, amigos o seres queridos detenidos por la policía y de los que nunca se supo nada más; aún hoy, sabiendo quienes tienen propiedades que fueron usurpadas a familias inocentes en aquella epoca, nadie les ha pedido reparación.
Algunos estaban allí por sus ideas politicas, pero otros estaban allí para tomarse venganza por el asesinato de algún familiar próximo por la justicia franquista, amigos o seres queridos detenidos por la policía y de los que nunca se supo nada más; aún hoy, sabiendo quienes tienen propiedades que fueron usurpadas a familias inocentes en aquella epoca, nadie les ha pedido reparación.
Al
ver aparecer a Romero, todos sonrieron con satisfacción pues sabían
que era el de más fiar. Romero se daría muerte antes que dejarse coger para ser toruturado y
morir en el garrote vil por sus multiples crimenes. Y que mataría a
cualquiera de ellos que se fuera de la lengua o supusiera un peligro
para él o para los demás.
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