El aire de la noche era fresco y el cielo negro brillaba con un color plateado.
Caminaba a la orilla de la carretera, empachada por el sabor de la sangre humana con la que terminaba de llenar su panza, y sin darse de cuenta del coche que se aproximaba a toda velocidad, la gata se metió en la carretera cruzando para el otro lado: seguramente tomó esa dirección para coger un sendero de los animales que bajaba al río.
El conductor trató de esquivar a la gata pero después de pasar por encima del animal, que reventó como un globo lleno que esparció su sangre en medio de la carretera; lo único que consiguió fue perder el control del vehículo; tras recorrer una decena de metros, dando eses sin control, terminó chocando brutalmente contra un viejo olmo, fuera de la carretera, y con el impacto del choque salió disparado de su asiento, rompiendo el parabrisas, quebrando su cuerpo mortalmente contra el árbol que terminaba de chocar.
A primera hora de la mañana, el panadero bajaba de su horno con la furgoneta llena del pan horneado por la noche, para hacer el reparto, y fue el primero que se encontró el coche accidentado. Se detuvo a unos metros del accidente y se acercó junto al coche destrozado contra el árbol; el cuerpo del conductor estaba tirado del otro lado de su coche, por lo que que no se podía ver desde la carretera; cuando el panadero descubrió al conductor muerto, regresó a la furgoneta, cogió el teléfono móvil que estaba en el salpicadero, encima de una libreta blanca donde llevaba la contabilidad de los panes que dejaba y que cobraba al fin de mes, y marcó el número de la policía. No tardaron en llegar. Después de enseñarles donde estaba el conductor muerto, esperó a que le tomasen declaración: el solo había encontrado el coche y descubierto el muerto; no había sido testigo del accidente ni sabía nada de lo ocurrido.
Después de terminar su declaración ya no le necesitaban. Apurado por el tiempo que había perdido, se despidió de los agentes para hacer su reparto; montó en su furgoneta y arrancó deteniéndose unos metros más adelante, frente a la casa de la ministra; bajó y se dirigió a la casa, pues había acordado, todos los días, a primera hora de la mañana, dejar dos bollitos y una barra pequeña; pero no estaba la bolsa de tela que le dejaban colgada en el pomo de la puerta, donde metía dentro el pan. Llamó al timbre y esperó; no respondió nadie a su llamada, y como había hecho otras veces se fue por la parte de atrás de la vivienda para mirar si había alguien levantado en la casa, a través de la ventana de la cocina; y desde fuera, descubrió al hijo de la ministra tirado en un charco de sangre en el suelo.
El panadero regresó al sitio del accidente, para contar a la policía su nuevo descubrimiento. En el lugar ya había llegado más gente: estaba la guardia civil de trafico y había parado también la furgoneta blanca de los hombres que arreglaban el tejado de la iglesia, y otras personas que se habían detenido a curiosear.
Y así se conoció también lo ocurrido en la casa.
Ese día, con la conmoción que produjo esta historia se comió más tarde en el pueblo por que el panadero, tuvo que ir contando lo pasado en la casa de la ministra; dando detalles y señas de todo lo que sabía, y así el repartó del pan terminó pasadas las cinco de la tarde.
El domingo siguiente, las zarzas, las decanas del pueblo, se sentaron un poco antes en el banco del crucero de la iglesia a la hora de la misa y dijeron que esto se pudo haber evitado si la hija de la bruja, que era la que estaba viviendo de alquiler en la casa de la ministra, se hubiera acordado de llevar con ella la gata negra cuando se mudó para la casa que compró al final del pueblo.
mvf.
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