viernes, 9 de noviembre de 2018

la banda


-¡Vuélvete muy despacio sin hacer ninguna tontería!

Al oír esto, se dio la vuelta con las manos en alto y descubrió que tras él había un hombre montado a caballo, apuntándole con una escopeta de cartuchos.

- ¿ Que haces aquí ? -  le  preguntó el hombre.

Max, escondiendo parte de la verdad, empezó a contar como había caído al río y que se había perdido y vagado toda la noche por la ribera del río. Al final había cruzado por el puente de los caballos y  andando por el camino empedrado había llegado hasta donde estaban ahora.

-¿Eres pescador?- le preguntó de nuevo el hombre sin dejar de apuntarle con la escopeta.

Max asintió con la cabeza, mintiendo, pues no quería contar nada de lo que había ocurrido la noche anterior en la que había matado a un hombre de una pedrada.

-¿Como puedo saber que dices la verdad ? - preguntó de nuevo el hombre, sin dejar de encañonarle con la escopeta, pero esta vez, al ver el nerviosismo de Max, sin esperar respuesta continuó - ya entiendo; tu tienes algo que ver con lo ocurrido anoche en la casa del puente del pueblo.

Entonces al verse descubierto, agotado por el cansancio y todo lo pasado durante la noche anterior,  Max se vino abajo cayendo de rodillas al suelo, y desesperado contó todo lo que todo lo que le había sucedido, explicando entre sollozos que de ningún modo había pretendido matar a nadie.

Al terminar de contar la verdad se hizo el silencio y durante un tenso instante vio en el rostro meditabundo, del hombre que le encañonaba, que su vida pendía de un hilo pero finalmente este guardó su escopeta en la funda de cuero que llevaba en la montura del caballo; y le echó un brazo para que se cogiera a el; después de agarrarse, de un golpe lo subió a la grupa del caballo, sentándolo a sus espaldas; entonces el hombre encaminó el caballo hacia la espesura del bosque que había detenido a Max, y ante ellos se descubrió un estrecho sendero que estaba oculto entre la maleza, para cualquier persona que no supiese de su existencia. Lentamente comenzaron a ascender por el sendero, teniendo que cruzar en al algunos tramos entre las piedras que el agua había dejado descubiertas al caer torrencialmente. Al cabo de un buen rato, con la montura extenuada por el peso de los dos, llegaron al alto del monte, donde había oculta una vieja casa de piedra que en su día fuera usada por los pastores de cabras para pasar allí la noche; la casa tenía unos pequeños ventanucos y una puerta de madera y su tejado estaba cubierto con losas de piedras, y por lo inaccesible del lugar era idonea para albergar gente que buscaba esconderse.

El hombre metió dos dedos, de su mano, en la boca y dio dos largos silbidos.

Al oír la señal, se abrió la puerta de la casa piedra asomando un hombre que saludo al recién llegado, mostrando su sorpresa por su acompañante.

Cuando bajaron de la grupa del caballo, Max observó que desde lo más alto de los risco que rodeaban la casa, había otro hombre que había permanecido escondido hasta oír la señal, desde donde estaba podía ver la gente que subía por el camino y alertar a los de la casa antes de su llegada. Al ver allí los dos hombres que estaban vigilando el lugar, enseguida supuso que el sitio era el refugio de una banda de asaltadores de caminos y que en algún momento aparecería más gente.

A medía tarde el hombre que estaba subido en el risco hizo una señal desde donde estaba, advirtiendo que subía gente, y al cabo de un rato, aparecieron por donde habían llegado ellos por la mañana,  cuatro jinetes que traían con ellos otros tres caballos más y comida: chorizos y pan de viaje que se suponía que habían sido de los propietarios de los caballos, que habían asaltado en alguna parte. Entre los recién llegados Max reconoció al gaitero que había encontrado durmiendo en la iglesia después del día de la procesión, y que le había enseñado el himno de Galicia. Pero este no hizo señal de conocerle.

Uno de ellos, un hombre bajito y nervioso, con el rostro lleno de surcos hechos por el sol y la tierra; que tenía un bigote negro y una mirada cenicienta que imponía pavor; preguntó, mirando a Max:

-¿Quien es este y que hace aquí?

El hombre que le había traído explicó que lo había encontrado cerca de la entrada del camino que conducía al escondite que tenía la banda, y  repitió la historia que Max le había contado.

 - ¿Y como sabemos si podemos fiarnos de él?- preguntó alguien que estaba más atrás.

- No le queda otro remedio o es amigo nuestro o de la guardia civil.

Después de oír esto, el hombre de la mirada cenicienta, que sin ninguna duda era el jefe de todos, dijo:

 - Creo que este joven nos podría ayudar en nuestro trabajo

Al oír esto descabalgaron de sus monturas y todos dieron por bien llegado a Max. Entonces le entregaron las cinchas de sus monturas y de los animales que habían traído, para que los llevase a las caballerizas: un pequeño corral próximo a la casa, hecho con troncos de árboles de los alrededores, les límpiese el sudor de la jornada y les diera de comer.

mvf







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