Al oir los
gritos de las mujeres Max salió de
debajo del árbol donde estaba escondido, cerca de la casa, y echó a
correr en dirección al rio, ocultandose entre
la maleza próxima a la orilla para desde allí, sin riesgo de ser
descubierto, poder enterarse de lo
que pasaba en las inmediaciones de la casa. Cuando los gritos de las
mujeres se trasladaron a la carretera, pidiendo auxilio a quien
pudiera pasar a esas horas, salió de su escondite y amparado por la
obscuridad se alejó
corriendo.
-¿Dónde iría
ahora? - se dijo para si - al molino no podría regresar, allí sería el
primer lugar donde irían a buscarlo, si alguien sospechase, pues por
la mañana había estado preguntando en el pueblo por el paradero de
la joven.
Al
cabo de un buen rato, agotado por la carrera que
había echado huyendo del lugar, se detuvo sudoroso y jadeante, para recuperar la
respiración; tenía todo su cuerpo arañado pues
había escapado ocultandose entre
la
vegetación poblada de zarzas que había a lo largo del curso del rio, precaviendose de que cualquiera pudiera notar su presencia en la noche mientras huía.
La luna brillaba en la noche.
Su pecho subía
y bajaba para recuperar la respiración del esfuerzo que acababa
de realizar. Entonces
se dió cuenta de que a su alrededor todo había quedado en silencio
y pensó que el silencio podría deberse a que escondida en la
obscuridad, en medio de la noche, acechaba algún peligro: podría
ser una loba llena de rabía, porque sin saberlo se había acercado a
su madriguera y creyendo que su presencia era un peligro para los
lobeznos de su camada, estaba esperando el momento idoneo para
abalanzarse sobre él y protegerlos; también podría ser, se dijo acordandose que
en el molino había oido contar que en la ladera del monte, de este
lado del rio, aparecieran destrozadas y devorados sus panales
cargados de miel, de algunas colmenas de abejas, y que se achacaba la
culpa a algún oso hambriento que merodease por estos lugares; esta
fiera bien podría haber bajado a beber al rio, a estas horas de la
noche, y tras haberle descubierto, hambriento y furioso, estuviese esperando el momento
idoneo para atacarle. Con estos nefastos pensamientos,
acompañados por el fuerte
palpitar de su corazón
en el silencio de la noche, le entró el panico y volvió a echar a
correr de nuevo, tan desesperadamente que en su carrera resbaló
entre las zarzas y rodando con su cuerpo, acabó cayendo
al rio, perdiendo el petate donde llevaba su gaita.
Braceó
desesperademente dentro del agua durante un interminable instante en
que temió perder la vida allí ahogado, hasta que finalmente
consiguiò salir a flote y al asomar su
cabeza en el agua, iluminada por la luz de la Luna, pudo vislumbrar
una enorme roca que
sobresalía en medio del rio; viendo en ella su salvación decidió
echar a nadar en su dirección; consiguió subir a ella a
duras penas, y se quedó echado de espaldas, jadeante, tirado encima
de su duro suelo.
Cuando la Luna
trazó su arco sobre la boveda celeste y finalmente
desapareció tras la cima del
monte, la noche quedó más fria. Max tenía la ropa calada de agua y
sus dientes castañeaban de frio, pero aún así, rodeado por las
mansas aguas del rio, lejos
del alcance de cualquier alimaña, recuperó su serenidad
y decidió pasar
allí la noche hasta el amanecer.
Al día
siguiente, con la llegada de los primeros rayos de luz Max abandonó
la roca y a nado, regresó de nuevo a la orilla rio. Allí, se
desnudó para escurrir el agua de su ropa y con ella aún mojada se
volvió a vestir y continuó su fuga. Ya había perdido la noción de
donde estaba cuando dió con un viejo camino de tierra y piedras que
le llevó hasta el puente de los caballos: era un
puente de piedra lleno de maleza que solo conservaba sus dos arcos
desnudos y
que la gente había usado en otro tiempo para pasar con las
caballerizas de un lado al otro del rio.
Al cruzar al otro lado, continuó la senda del viejo camino de tierra y piedras,
vigilando a los lados por si tuviese que ocultarse para
evitar ser visto por alguna gente que podría sospechar algo al
cruzarse y verle con su ropa mojada.
Era
un camino
poco
frecuentado, pues la gente creía que por esta zona vivía
alguna bruja, o algún diablo, o
algun tipo de ser maligno que hacían que los viajeros que
osaban andar por este lugar desaparecieran
y nunca más se volviese a saber de ellos; el
camino le condujo a la entrada de una fraga, de dificil acceso por lo
cerrado de la espesura del bosque que aparecía frente a él, y al
verse obligado a detenerse sintío de repente un golpe en su hombro y
una voz grave y firme a sus espaldas:
-¡Alto.
Levanta las manos y no te muevas!
mvf.
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