jueves, 18 de octubre de 2018

La huida

Al oir los gritos de las mujeres Max salió de debajo del árbol donde estaba escondido, cerca de la casa, y echó a correr en dirección al rio, ocultandose entre la maleza próxima a la orilla para desde allí, sin riesgo de ser descubierto, poder enterarse de lo que pasaba en las inmediaciones de la casa. Cuando los gritos de las mujeres se trasladaron a la carretera, pidiendo auxilio a quien pudiera pasar a esas horas, salió de su escondite y amparado por la obscuridad se alejó corriendo.


-¿Dónde iría ahora? - se dijo para si - al molino no podría regresar, allí sería el primer lugar donde irían a buscarlo, si alguien sospechase, pues por la mañana había estado preguntando en el pueblo por el paradero de la joven.


 Al cabo de un buen rato, agotado por la carrera que había echado huyendo del lugar, se detuvo sudoroso y jadeante, para recuperar la respiración; tenía todo su cuerpo arañado pues había escapado ocultandose entre  la vegetación poblada de zarzas que había a lo largo del curso del rio, precaviendose de que cualquiera pudiera notar su presencia en la noche mientras huía.

La luna brillaba en la noche.
Su pecho subía y bajaba para recuperar la respiración del esfuerzo que acababa de realizar. Entonces se dió cuenta de que a su alrededor todo había quedado en silencio y pensó que el silencio podría deberse a que escondida en la obscuridad, en medio de la noche, acechaba algún peligro: podría ser una loba llena de rabía, porque sin saberlo se había acercado a su madriguera y creyendo que su presencia era un peligro para los lobeznos de su camada, estaba esperando el momento idoneo para abalanzarse sobre él y protegerlos; también podría ser, se dijo acordandose que en el molino había oido contar que en la ladera del monte, de este lado del rio, aparecieran destrozadas y devorados sus panales cargados de miel, de algunas colmenas de abejas, y que se achacaba la culpa a algún oso hambriento que merodease por estos lugares; esta fiera bien podría haber bajado a beber al rio, a estas horas de la noche, y tras haberle descubierto, hambriento y furioso, estuviese esperando el momento idoneo para atacarle. Con estos nefastos pensamientos, acompañados por el fuerte palpitar de su corazón en el silencio de la noche, le entró el panico y volvió a echar a correr de nuevo, tan desesperadamente que en su carrera resbaló entre las zarzas y rodando con su cuerpo, acabó cayendo al rio, perdiendo el petate donde llevaba su gaita.


Braceó desesperademente dentro del agua durante un interminable instante en que temió perder la vida allí ahogado, hasta que finalmente consiguiò salir a flote y al asomar su cabeza en el agua, iluminada por la luz de la Luna, pudo vislumbrar una enorme roca que sobresalía en medio del rio; viendo en ella su salvación decidió echar a nadar en su dirección; consiguió subir a ella a duras penas, y se quedó echado de espaldas, jadeante, tirado encima de su duro suelo. 


Cuando la Luna trazó su arco sobre la boveda celeste y finalmente desapareció tras la cima del monte, la noche quedó más fria. Max tenía la ropa calada de agua y sus dientes castañeaban de frio, pero aún así, rodeado por las mansas aguas del rio, lejos del alcance de cualquier alimaña, recuperó su serenidad y decidió pasar allí la noche hasta el amanecer.
 
Al día siguiente, con la llegada de los primeros rayos de luz Max abandonó la roca y a nado, regresó de nuevo a la orilla rio. Allí, se desnudó para escurrir el agua de su ropa y con ella aún mojada se volvió a vestir y continuó su fuga. Ya había perdido la noción de donde estaba cuando dió con un viejo camino de tierra y piedras que le llevó hasta el puente de los caballos: era  un puente de piedra lleno de maleza que solo conservaba sus dos arcos desnudos y que la gente había usado en otro tiempo para pasar con las caballerizas de un lado al otro del rio.


Al cruzar al otro lado, continuó la senda del viejo camino de tierra y piedras, vigilando a los lados por si tuviese que ocultarse para evitar ser visto por alguna gente que podría sospechar algo al cruzarse y verle con su ropa mojada.
Era un camino poco frecuentado, pues la gente creía que por esta zona vivía alguna bruja, o algún diablo, o algun tipo de ser maligno que hacían que los viajeros que osaban andar por este lugar desaparecieran y nunca más se volviese a saber de ellos; el camino le condujo a la entrada de una fraga, de dificil acceso por lo cerrado de la espesura del bosque que aparecía frente a él, y al verse obligado a detenerse sintío de repente un golpe en su hombro y una voz grave y firme a sus espaldas:


-¡Alto. Levanta las manos y no te muevas!


mvf.






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