El marido de
las zarzas se llamaba Rosendo. Un hombre bajito, regordete y muy amable que
había trabajado en el ayuntamiento del pueblo, donde había entrado a trabajar
de joven de conserje y por no cambiar ahí se quedó hasta que un día le dijeron que se tenía
que jubilar.
Dado su
carácter afable y para no molestar había sido uno de los que menos se había
hecho notar en su trabajo, de hecho en la cena de su jubilación, después de las
lisonjas y decir que el trabajo que había realizado en todos estos años se
había sido ajustado a la discreción de su estatura, mucha gente conoció quien
era el jubilado cuando preguntaban: - ¿porque ese señor bajito* y que no dice
nada, no pone para el regalo de jubilación como los demás?
* Rosendo
había sido bajito desde pequeñito, y no tenía ningún complejo por ser de baja
estatura. Aludía a ello entre bromas, diciendo que usaba la misma
escalera que el más alto de sus compañeros, con los que trabajaba en el ayuntamiento,
cuando había que subir alguna carpeta a la última estantería donde se guardaban los expedientes perdidos,
y nunca se había mareado por ello.
A pesar de
lo ingrato y poco destacable de su trabajo, durante más de cuarenta años, trato
de ayudar a unos y a otros en la medida de lo posible y así cuando venían
vecinos buscando soluciones para problemas y complicaciones les decía que este
o cual, por quien venían preguntando del ayuntamiento, no estaba y que viniesen otro día para que no perdiesen el tiempo y a
los vecinos que venían con lisonjas y regalos a los funcionarios, les hacía pasar sin más dilación,
también para que no perdiesen el tiempo y no tuvieran que volver otro día.
Como fue que
se hicieron novios Eulalia de las zarzas con Rosendo y se terminaron casando,
es un misterio; aunque en los pueblos, cuando una quiere salir de la casa de sus
padres tiene que arreglarse con lo que hay. De todas formas hay que dejar
escrito aquí que Eulalia, al hablar de su marido, decía que su Rosendo era
un hombre de sorpresas y acostumbraba a narrar con gran comedia, sin parar de
reír en ningún momento, como el primer día que se conocieron, una vez
casados; al tener a su reciente marido frente a ella, desnudo de los pies a la
cabeza, tapándose pudorosamente con sus dos manos su pene, esperando permiso
para meterse en la cama de su recién y única esposa, donde estaba ella
tapada hasta el cuello con una sábana; al verlo con los pies descalzos en el
suelo, sorprendida le dijo:
- ¿Pero aún
eres más bajito?
Que Eulalia
y Rosendo se querían, no había nada más que ver como todas las mañanas Rosendo
salía corriendo de casa con una bolsa para hacerle la compra a su mujer y
regresaba sin perder un momento separado de ella, y cuando algún vecino trataba
de pararle para entablar conversación con él, al vuelo le decía:
- No puedo
pararme ni un segundo, que mi mujer ha dejado la pota del café puesta encima de
la cocina.
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