Cuando salieron los dos mi madre y yo quedamos tranquilas en casa.
¿ Marise, por que pusiste esa cara tan rara cuando oíste que iba venir tu amiga Telma a recogernos ? - dijo mi madre.
Cuentan los viejos del lugar, que hace muchos años apareció una mujer con una maquina de coser al hombro, pidiendo trabajo por las casas.
E iba ahora a una casa, ahora a otra, echando siete o diez días en cada una. Mientras estaba en la casa, le daban cama y comida y ella mientras tanto trabajaba con su maquina.
Era una maquina muy antigua que tenía una manivela de mano que se giraba mientras por el otro lado se iba pasando la tela, donde se le iba metiendo puntada e hilo, cosiendola.
Y asi, mientras estaba en una casa, ella iba haciendo vestidos, sabanas, pantalones, dándole la vuelta a los cuellos de las camisas, arreglando ropa de unos hermanos para otros...
Aunque la gente hablaba y se preguntaba de donde había venido esa joven de pelo largo dorado y ojos azules marinos, todos estaban contentos y hablaban bien de ella.
En un tiempo la mujer conoció a un marinero del pueblo del puerto y se fueron a vivir en una casa de piedra, entre pinos, frente a la desembocadura del rio en el oceano.
De aquellas, había en la parroquia del lugar, un cura de sotana negra, de aquellos de los que guardaban una pistola entre sus habitos y hacían justicia por la noche. El cura estaba muy furioso por que era un escandalo a sus ojos como vivían apartados de su dios cristiano, amancebados y sin ir nunca a misa
Esto se supo por la mujer que vivía con el cura en la casa rectoral contigua a la iglesia, y solo lo contó ya pasados muchos años de la muerte de su amo.- La casa rectoral es una antigua edificacion del siglo XVI, con la estructura tradicional de las casas de la zona. que se utilizaba para lugar de encuentro entre los vecinos y autoridades en la toma de decisiones más importantes para la población. La mujer le hacía la comida al cura y estaba encargada de la limpieza de la iglesia, la rectoral y del cementerio;
Una noche que el hombre, con otros marineros del pueblo, se habían internado de pesca en el oceano con sus embarcaciones; el cura fue por la mujer a su casa, la sacó a punta de pistola y caminaron por el monte hasta que llegaron al lugar donde están las piedras que hablan.
El cura regresó a altas horas de la noche espantado y pasó unos meses sin atreverse a dar misa, con su cara negra como una sombra. La mujer de la rectoral decía que donde fuese mandaba cambiar de conversación gritando siempre que oía hablar de los de la casa del pinar.
Se cuenta que tiempo después, un día de uno de los invierno más duros que hemos conocido en la costa de la muerte, los hombres no habían podido regresar a tiempo de la borrasca para refugiar los barcos en el puerto. Y que la mujer salió a medianoche en plena borrasca de su casa, a buscar a los hombres perdidos. Su hombre, junto con los demás, volvió, pero ella nunca no regreso del océano.
El hombre de la historia es Anselmo, el amigo de mi padre.
La mujer de Anselmo desapareció aquel día borrascoso dejando a su hombre con dos hijas, Lidia y Telma; las que todo el mundo llama en el pueblo las hijas de la sirena.
Lidia y Telma, me contaron que la maquina de coser de su madre, que quedó en la casa, cogió oxido como si anteriormente hubiera estado metida en agua salada más de cien años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario