lunes, 5 de marzo de 2012

un asunto de información. 1

 El día había comenzado con una niebla lechosa venida del océano, lenta, pesada... pero así como iba entrando la mañana la niebla se fue levantando y difuminándose en el cielo hasta desaparecer, dando paso a un precioso día soleado en el que se esperaban altas temperaturas para la tarde.
La plaza del mercado estaba llena de puestos de vendedores de zapatos, aperos de labranza, puestos de pan y de salazón, embutidos ... 
Los negros tenían puestos con linternas, relojes despertadores, aparatos de radios, casi todos ellos malos pero tentaban con el precio bajo, los marroquíes tenían puestos de cueros y curtidos , sandalias, cinturones, billeteras de bolsillo. los gitanos tenían puestos de ropa, pantalones, blusas, toallas calcetines...
En la parte más antigua de la plaza, pegados a un viejo muro de piedra, como hace doscientos o trescientos años, se arrimaban los puestos del pulpo, con sus toldos, las mesas y bancos de pino, blanqueados por la continua limpieza con agua y lejía. Enfrente de ellos estaban las pulperas empezando a cocer en sus potes de cobre humeantes.
Al sentarse a comer allí unas raciones de pulpo se podía llegar a sentir todo ese tiempo congelado que pervivía encerrado en la tradición.



 Quasimodo hizo coincidir su día libre, con el día de feria, para continuar con sus pesquisas sobre el robo de la radio del tío Avelino. Quería hablar en la feria con el furgo pero al no dar con él, después de dar un par de vueltas por los sitios que frecuentaba habitualmente, decidió hacer algo de tiempo y se metió por entre los puestos de los vendedores para aprovechar y comprar unas botas de cuero negro. 


Entre el griterío de la feria sobresalían voces: 
- ! Señora, señora, manteles a un euro¡. ! A un euro señora ¡-
Más allá . - ! Compre, compre, tenemos todo regalado ¡-
Un chaval moreno de ojos negros, subido en el puesto gritaba : 
- ! Vean, vean que zapatos¡,  ! a treinta y a veinticinco euros ¡ - , ! respiraba y después de tomar aire continuaba.- ! Señora, señora, señora , que en la tienda valen a ciento cincuenta euros ¡ 
Aún eran las once y el dinero apenas circulaba por la feria.
Mientras que revolvía entre zapatos y botas en un puesto de calzado, unos niños que protagonizaban una persecución tras otro, dieron un empujón a Quasimodo al tropezar contra él. Al sorprenderse levantó la cabeza y miró para los chavales con enfado, después continuó con la búsqueda de sus botas.

El Furgo vino como siempre a la feria para dejar su camioneta en su lugar habitual " para lo que fuera menester llevar". El precio que cobraba era treinta y cinco euros la hora y un euro por kilómetro, pero se encontró que la noche anterior unos motoristas de la capital habían dejado sus motos aparcadas ocupando el sitio que tenía en la feria. Así que les reclamó su plaza de aparcamiento a los moteros y empezaron a discutir y a proferir amenazas que afortunadamente una gitana mayor de 50 años vino a aplacar. Los moteros no quisieron saber nada con la gitana y sus males de ojo, ni con tener líos con los gitanos, y sin quitarse de razón ahuecaron el sitio para que aparcara  el furgo aparcara su vehiculo.
Cuando apareció el furgo, Quasimodo le esperaba en la primera de sus oficinas. Estaba, acompañandose de un vaso de vino, probando una ración de pulpo recién hecha a primeras horas de la mañana, que es a entender de los expertos cuando mejor sabe. Quasimodo le hizo señas para que se acercase pidiéndole que le pusieran un vaso lleno de vino y ofreciéndole unas tajadas de pulpo de la ración que estaba tomando.
El furgo venía todo acalorado y empezó a despotricar sobre los moteros que le habían pinchado una rueda de la camioneta, jurando y perjurando que eso no iba quedar así. 
Tardó en enfriarse dos tragos y tres trozos de pulpo, que fueron suficientes para cambiar su mal humor por una sonrisa en la boca y unas sornas en la punta de la lengua.
Después de unas bromas, para aplacar el fuego, Quasimodo le contó al furgo como el tío Avelino había puesto un aparato de radio en su sembrado para espantar al jabalí y que le había desaparecido al día siguiente. -  Echaron unas risas por el tío Avelino y unos tragos por el jabalí -. 
 El furgo tardó en pensar un par de tragos más, tres trozos de pulpo y un bocado de pan;  entonces le dijo a Quasimodo que tal vez karuso, el patriarca de los gitanos podría ayudar a descubrirle donde estaría la radio. Que podía acercarse a él  y preguntarle, dando las señas del artefacto, si sabía  quien podría vender un aparato de similares características para comprarlo, y si la radio del tío avelino había sido robada y estaba en circulación en búsqueda de comprador por aquí, seguro que aparecía, por que el patriarca llevaba comisión de todo el lumpen de la comarca.

El furgo apuró su vaso de vino tomando un largo trago para marchar a su siguiente oficina, donde ya veía a sus amigos de la batea, Al terminar de beber se despidio de Quasimodo diciéndole que de todas formas lo mejor era que no fuera con malas artes al gitano, por que tenía un sexto sentido para reconocer la liebre * - gato por liebre- y así que lo descubriese no iba sacar ningún tipo de información.
Se despidieron

Los niños que antes protagonizaban la persecución por entre los puestos de la feria tenían al niño que perseguían atrapado tirado en el suelo, y mientras uno de ellos estas sentado encima inmovilizandolo, su compañero, acuclillado al lado, lo acusaba de la desaparición de los gatos.

El acusado, tirado en el suelo, casi sin poder respirar, entre dientes respondía:
- yo no maté ningún gato, yo lo único que hice una vez fue meter en una pota con agua al gato de mi casa, por que quería quitarle los pelos como mi abuela hace con las gallinas para desplumarlas, pero al levantar la tapa de la pota  para mirar si estaba bien caliente el agua, el gato pegó un salto hasta el techo maullando y salió disparado por la ventana de la cocina - .

Quasimodo se acercó a los dos niños y los levantó cogidos por las orejas, liberando al que estaba en el suelo quien se levantó y se echo a correr escapando.

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