Finalmente quasimodo encontró a karuso, el patriarca de los gitanos, en el bar de la estación de autobuses, ultimo lugar donde iba una vez finalizado su recorrido para después marcharse a su campamento.
El campamento era un poblado de gentes pobres, venidas de algún país del este, que se habían asentado hace unos años en nuestro ayuntamiento y permanecían desde entonces con nosotros por que al llegar las elecciones municipales se les pedía el voto que entregaban, después de arduas y sencillas negociaciones, por el consentimiento de la permanencia del poblado y el respeto a sus normas extranjeras, entre ellas las costumbres peculiares que tienen sobre el papel de las mujeres en su sociedad, sin que por otra parte nadie se preocupase de solucionar los problemas reales de los moradores del poblado.
Karuso, patriarca del poblado, tenía su horma de zapato en la maquina tragaperras de la cafetería de la estación de autobuses, en la que dejaba sus recolectas y que era asaltada con frecuencia en el tiempo sin que nadie sospechase quienes podrían ser los asaltantes nocturnos.
Quasimodo después de estar esperando un rato mientras iba viendo como caían las monedas del gitano dentro de la maquina, se le acercó y le dijo que venía de parte del furgo. El gitano se volvió hacia él, le miró, y sonriendo le dijo que no hacia falta que se presentase.
Karuso hacia su recorrido todas las semanas pero hacía su mejor cosecha los días en que había feria. Se había especializado en un canto lento, agónico, sonoro ...- y perdonando la transcripción, que no se pretende molestar a nadie, ni hacer burla de la pobreza -
su canto sería algo así, como : - Dameeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee algoooooooooooooooooooooooooooooooooo, Dameeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee algooooooooooooooooooooooooooooo - .
Dichas voces, que tal vez habría descubierto en una noche insomne de verano, oyendo el maullido lento, lastimero, pedigüeño ... propio de gatos que no obtienen de su hembra lo que solicitan,
se introducían penetrando los cristales de los escaparates, y circulaba libremente por entre las estanterías de las tiendas y supermercados, repletas de conservas, bebidas, fiambres, frutas…
Se metía por entre las piedras y los hierros, y ascendía por el interior del hormigón llegando a los pisos de las casas ... y ese monótono y largo sonido se metía en la cabeza de las dependientas, las amas de casa … las personas que duermen y las que no quieren ser molestadas, despertando, como el maullido lastimero del gatito perdido que llama a su madre, un resorte interno que se convertía en un correr urgente para ayudar a la criatura desvalida y al fin de que cesase su lamento . Al final los de las tiendas le nutrían de bolsas de productos que perecían, las vecinas bajaban bolsas con cosas que ya le tenían guardado...
Cuando había terminado su actuación, karuso metía dentro de un bolsillo de su chaqueta raída, las monedas que habían ido cayendo en su gorra de artista, tiradas por los clientes que habían pasado mientras daba rienda suelta al canto de su " aria da capo ", y después de sacudir ritualmente el polvo del suelo de su gorra, se cubría la cabeza y marchaba con su minuta y su impuesto revolucionario de bolsas de ropas viejas y productos caducados, continuando su recorrido hasta acabar la mañana.
Viendo el momento oportuno, mientras el gitano seguía metiendo monedas en la maquina tragaperras, quasimodo le acercó una bebida reponiendole la que tenía vacía y le preguntó si sabía algo de una radio antigua y volvió a repetir la historia de la radio del tio Avelino - … que había puesto un aparato de radio por la noche para espantar al jabalí que le destrozaba los sembrados y de como le había desaparecido .-
Aunque desconfiado y parco en palabras con los que no fueran de su raza, quasimodo no tardó en obtener respuesta del gitano, pues ya se conocían del rio, donde tenían coincidido en la pesca de la trucha , y más de una vez habían competido en silencio, unas veces escondidos entre las ramas de la foresta de la ribera del río, pescando al mosquito o al salton, para que no les viese ni se asustasen las truchas, y otras al descubierto, compitiendo en quien lanzase más lejos o mejor apuntase y colocase la cucharilla entre los huecos de las raíces de los arboles que se metían en el agua del rio y donde se suponía que dormía la trucha .
El gitano, por lo que le contó quasimodo, le dijo que fuera a preguntar a la chatarreria porque sus sobrinos habían andado sobre esas fechas, con su camioneta destartalada, recogiendo hierros por esa parte del monte y de ahí: próximas las tierras del comunal y las del tío avelino, igual pudiera haber surgido una posibilidad de confusión . Y añadió - que él y su familia , sin abandonar sus negocios, eran personas honradas y a nadie le hacían mal. Que sus sobrinos van por las aldeas recogiendo trastos viejos, enseres domésticos y colchones … y también recogen lo que algunas gentes, que por porfiar en que pierden un tesoro, prefieren tirar en el monte comunal antes que dárselo a los gitanos para vender como hierro viejo en la chatarreria.
Por el altavoz se anunciaba la salida próxima de un autobús, y daban los horarios de llegada de otros dos y sus posteriores destinos . : - “ Atención, atención, señores pasajeros el autobús para Ordoeste efectuara su salida en cinco minutos … atenc .. -
La chica del bar, con la bandeja encima del mostrador, encargaba un pedido de los clientes de una mesa : - Un café largo, cortado con leche desnatada templada, con sacarina … y un vaso de agua con pajita y un cubito de hielo ... - .Y quasimodo, salía de la cafetería con destino a la chatarreria, para continuar con sus pesquisas.
El brillo de un diente de oro que tenía el gitano despidió a quasimodo a través de la ventana del bar, mientras, esta vez , la maquina empezó a soltar su premio.
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