miércoles, 17 de mayo de 2017
Una historia de pueblo
Elíseo fue el demonio pero su hijo Elísardo era el padre de todos los demonios
Elíseo, de niño, estudió en la escuela unitaria del pueblo, donde con un maestro para todo aprendió pronto las primeras letras y las segundas y las terceras y las octavas.
Al contrario que su padre, Elísardo fue a estudiar a un colegio de hoy en día, donde hay una profesora por cada asignatura y con tanta maestra la cosa se complicó. Impotentes y acobardadas para hacer algo bueno de un gato bravo y montes como el hijo de Elíseo, las profesoras se rindieron y decidieron que podría estudiar en comodos plazos de tres, quince y hasta treinta días en su casa; solo tendría que traer hechos los deberes que le mandaban para cuando regresara al colegio.
Elísardo iba en las séptimas letras sin saber las terceras, al contrario que su padre.
Es el mes de noviembre y mañana sábado San Martín, como en muchas casas del rural, en la casa de los padres de Elísardo van realizar la matanza del cerdo. Las cosas ya están preparadas para atender a los que van a venir a ayudar a matar al sagrado animal; se cuenta con ellos desde primeras horas hasta el mediodía, cuando acabadas las faenas del primer día del sacrificio del animal en el rito ancestral de la matanza, la familia y sus invitados comerán todos juntos.
Este viernes, Elísardo agota un periodo de quince días de estancia en casa y el lunes volverá de nuevo al colegio. Como todos los días durante la semana, los padres, a primera hora de la mañana, marchan a trabajar y el niño queda en casa al cuidado de la abuela, la madre de su padre, que vive con ellos.
La abuela a sus noventa años tiene la vitalidad de un roble y la elasticidad de un mimbre; y le gusta presumir de ello ante los demás, por eso se sube a los árboles a recoger las cerezas,o la nueces, o a pesar de la prohibición de su hijo, escapa con el tractor para ir arar la tierra y cuando ve cualquier vecino salta del tractor abajo, delante de él; haciendo exhibición de su buena salud, a veces con bastante riesgo de lastimarse, para saludarlo efusivamente.
Marchaba casi cuando nacía el día para el monte, con el pretexto de llevar la burra que había en la casa, ver alguna finca donde había un muro que estaba cayendo para el comunal... muchas veces llevaba un trozo de pan y de tocino, envueltos en un pañuelo, para comer allí y regresaba por la tarde
- Estaba Lucas en el monte.
- Y ?
- No hablé con él, hice como que no le veía, no fuera a creer que le iba preguntar por la finca que linda con la nuestra y pensara que tenemos interés en comprársela, para que no abra mucho la boca.
- Y para que queremos una finca de monte más, madre ?
- No se, mañana si veo a Lucas de nuevo se lo digo para que piense que no tenemos interés en comprarla.
Cuando se despertó, el niño se levantó de la cama, abrió la ventana de su habitación y se puso a gritar:
- ¡Abuela, abuela ...!
Cuando el niño empezó a dar voces por la ventana, la abuela estaba en una de las fincas de la casa, hablando con el matarife de la zona, que tenía un tractor con pala con el que hacía faenas del campo y hoy estaba allanando unos terrenos con la pala en una de las fincas vecinas. Al verla le había hecho señas y ella se acercó hablar él.
Así que la abuela oyó los gritos de su nieto, los dos se despidieron y mientras el hombre volvía al tractor para continuar con su trabajo, la abuela no tardó en regresar a la casa cargada con un par de lechugas, los huevos de las gallinas y un caldero de leña para encender la cocina de hierro.
Enseguida calentó la leche y le sirvió el desayuno a su nieto, que había bajado en pijama de su habitación, y mientras tomaba un buen tazón con colacao y galletas, la abuela empezó a dar vueltas alrededor de su nieto, como si fuera una gata brava atada a una cuerda invisible, mascullando las cosas que se veía impedida de hacer por tener que quedar en casa.
Llegado un momento el reloj se detuvo y con los brazos en jarro, dijo:
- ¿Podrás cuidarte tu solo diez minutos, como saben hacer los niños mayores?
y como otras tantas veces el nieto le respondió:
- Si abuela, vete con cuidado que cuando termine de desayunar me pongo a ver la tele y no me muevo de delante de ella.
- Voy salir a la tienda a comprar coñac, azafrán y alguna cosa más que ahora no me acuerdo, para la gente que viene mañana a la matanza; si llama alguien no abras la puerta.
Y cuando la abuela, con el pretexto de ir a comprar a la tienda, escapaba de la casa, su nieto, por las escaleras de la cocina, salía por la parte de atrás de la casa a corretear por la huerta.
mvf.
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