El barbero llevaba varios dias confinado, en la primera hola del coronavirus, y después de dar mil vueltas como un león enjaulado, gesticulando y hablando con las paredes de su casa, llegó un momento en que sus ganas de hablar fueron superiores a su miedo por el contagio y entonces decidió salir a la calle e ir a buscar con quien hablar.
Salió vestido con chaqueta americana y pantalones de pana, y protegido con una mascarilla azul. Ya en la calle, al pasar el cerrojo de la puerta de la casa, pensó para si: que mejor idea que ir a conocer a los vecinos de al lado.
Al lado era: alejandose del pueblo, pasando donde vivián los labrada, una veintena de metros más; pues el barbero vivía más abajo de los labrada en dirección al pueblo.
No tardó en andar la distancia que hemos dicho y encontró a los vecinos de los que había oido hablar en la barbería. Estaban fuera de su casa, sin llevar ninguno de ellos mascarilla para protegerse. Eran: un joven que jugaba con un perro de pelo blanco que tenía un ojo morado; este corría en dirección hacia donde tiraban la pelota y regresaba junto a su amo rapidamente, con ella en la boca; y una chica que llevaba un delantal azul cielo puesto para no mancharse la ropa con pintura, y daba los últimos toques de blanco de un viejo banco de madera, cerca de la entrada de la casa.
Se paró al estar a la altura de ellos y gritó desde la carretera para que le oyesen :
-
¡Buenas!
Al ver que el joven, paraba de lanzar la pelota al perro y miraba para él, continuó:
-¡Vivo cerca de aquí !- señalando para su casa, que aún se veía desde donde estaban - ¡si necesitan alguna cosa...!
El joven se fijó en el temblor de la mano de su vecino, mientras señalaba, y amablemente respondió:
- Gracias. Igualmente. Tampoco dude en venir junto a nosotros, si necesitase nuestra ayuda.
- Me llamo Constantino. Aunque todo del mundo me llama tijeras - se rió - porque soy el barbero del pueblo, claro.
Mi prima, que estaba de espaldas a ellos, se dió la vuelta y saludó levantando la mano, sin soltar la brocha blanca con la que pintaba:
- Encantada de conocerle, tijeras. Mi nombre es Ana.
-
Yo me llamó Andres - continuó el joven; y señalando al perro, sin soltar la pelota que tenía en la mano, mientras este bostezaba, arqueando su cuerpo con las
patas delanteras estiradas en el suelo; añadió:
- Y este se llama bribon. Espero que no moleste con sus ladridos.
-¡No oigo muy bien! - gritó el barbero - Además duermo como un lirón. Por mi no tengan cuidado.
Se hizo una pausa entre ellos.
- Pues ahora que ya les conozco, que tengan buen día - y el barbero, ya satisfecho de hablar con algún ser humano, dio media vuelta y regresó para su casa.
mvf.