La mañana del dos de mayo, media hora antes de que empezara a llegar la gente para oír la misa, las tres zarzas bajaron en la parada del bus y encontraron que su banco estaba ocupado por un indigente que esperaba la hora de la misa para la llegada de la gente y extender su mano pidiendo limosna. Tenía a su lado un pequeño atado con ropa y algunos enseres, y un recipiente de plástico para recoger las monedas que le daban.
Hacía sol y el banco de las zarzas era el que mejor sombra tenía.
- ¡Ese hombre se sentó ocupando nuestro banco! - exclamó una de las zarzas. Se miraron entre ellas y decidieron ignorarlo, apretando el paso para entrar en la iglesia y sentarse en su interior.
Llegó la gente, oyeron la misa, y a la salida las zarzas se sobrecogieron al verlo de nuevo, el hombre no se había movido del sitio y seguía sentado en su banco. Se acercaron a él e hicieron intento de sentarse; pero el hombre, con aspecto de no haberse bañado desde hace tiempo, olía y además interpuso ante ellas un recipiente metálico, pidiéndole limosna.
Una de las zarzas abrió su bolso para quitar su monedero y echó unas monedas dentro del cazo.
Entrelazaron sus brazos y como un solo cuerpo continuaron en dirección a la parada del autobús.
- Y encima tenemos que pagarle - dijo Adelina, la más callada de las tres mujeres.
Ese día, por la tarde, a Adelina le vino un fuerte dolor de cabeza. Pidió que le dieran un vaso de agua y una aspirina, pero cuando parecía que el dolor se iba calmando y se sentía mejor, sintió un calor dentro de la cabeza y se desmayó.
Cuando despertó estaba en el hospital rodeada de sus dos compañeras.
- ¿Como te encuentras? - preguntó, Josefa.
- ¿Que hago aquí? - fue la respuesta de Adelina a su amiga, mostrándose sorprendida.
- Te desmayaste. Llamamos una ambulancia y te llevaron al hospital. Dijeron que tuviste un ictus, y que tendrías que pasar la noche en urgencias, en observación; pero finalmente te ingresaron en el hospital.
Cuando vino la enfermera a poner la medicación, en la bolsita de plasma que colgaba al lado de su cama, Adelina empezó a hablar ....
- Es usted muy habladora. - le dijo la enfermera, cuando ya le había preguntado por toda su familia
- Al contrario - respondió Josefa, de las tres es la que menos habla, pero eso si, se acuerda de todo lo que escucha.
- ¡Pues muy callada no lo parece!
Cuando entro el medico en la habitación para ver a la pacienta, Adelina empezó a hablar de nuevo, y le preguntó al medico por su familia y una tía, de la que nadie se acordaba, que había casado en Valladolid ...
- ¡Es uds muy habladora! - le dijo el medico.
- A nosotras nos tiene sorprendidas también- dijeron Josefa y Luisa, las otras dos zarzas - porque no nos ha dejado decir palabra, en todo el rato que llevamos con ella en la habitación.
Al día siguiente, cuando sus amigas la fueron a buscar, se encontraron que su compañera de habitación tenía la televisión muy alta.
-¿No tiene la televisión muy alta ? - preguntó, Josefa.
- ¡Es para no oír a su amiga, que habla por los codos!
Cuando Adelina salió del hospital se despidió de todos los pacientes que estaban en la planta del hospital y les prometió a las enfermeras que les mandaría unas magdalenas que hacía en el horno de su cocina.
Dos días después de que Adelina le dieran el alta en el hospital y regresara a su a casa, Josefa y Luisa fueron a visitar a su amiga para ver que tal estaba, y sus vecinas les dijeron que en el hospital, a Adelina le debían de haber cambiado la cabeza porque no paraba de hablar, ni dejaba decir palabra alguna en la conversación. Que le debían de haber puesto la cabeza de otra persona, un locutor de la radio o algo así.
Pasadas varias semanas, las tres amigas volvieron a ir juntas a la misa del domingo y el pobre estaba sentado de nuevo en el banco de las zarzas.
- ¿Y como sabemos que es un pobre y no un indigente? - preguntó Adelina.
- ¡Vaya cosa que tienes! - respondieron sus compañeras.
- Ya sabéis que los santos viven en la más extrema pobreza y hablan con dios.
- ¿Adelina, no estarás pensando nos están poniendo a prueba y que nos aparece un pobre para comprobar si somos caritativas ?
- Mira; vamos hacer una cosa. ¿A ver. Cuanto dinero tenemos entre todas?
Abrieron sus bolsos y entre las tres tenían: ciento veintitrés euros, con setenta y cinco céntimos.
-¿Que os parece si le damos cien euros y a ver que pasa?
Después de una pequeña controversia, decidieron darle setenta y trés euros con setenta y cinco céntimos.
El pobre abrió sus ojos, llenos de estupor, al ver la cantidad depositada en su cazo y no paró de dar muestras de agradecimiento a sus benefactoras hasta que las vio desaparecer entrando en el interior del autobús de regreso. Por la tarde pagó una habitación en la pensión del pueblo, donde se duchó, se afeitó, y gastó el resto del dinero en el bar del pueblo. Al día siguiente montó en un camión, con un camionero que conoció la noche anterior y marchó en dirección a Bilbao.
El domingo siguiente, cuando las tres zarzas volvieron al lugar se encontraron su banco liberado de la presencia del pobre.
- Ese hombre era un santo. Se marchó y nos ha dejado con un milagro - dijo Josefa - ¿Verdad Adelina?
Adelina, se encogió de hombros y movió la cabeza sin decir palabra. Las zarzas contentas por el milagro que había sucedido, dieron por hecho que la pequeña fortuna que le dieron al pobre estaba bien empleada. Luego las tres amigas se sentaron otra vez en su banco desocupado, para mirar y criticar a las personas que pasaban, camino a la iglesia, para oir la misa.
mvf.