Bueno, ya pasó lo peor.
Una tiene la vida tranquilamente, con sus usos y sus costumbres, y de repente tienes que hacerte de maletas y abandonar tu casa para estar con los tuyos. ¿Que tuyos?, los otros. Que se altera todo para un no ser tu y volver a ser una niña de doce años que aún no ha
marchado de casa hace treinta años.
A mi esto de las navidades me resulta un aburrimiento.
Lo peor las doce uvas de noche vieja.
Osea, suena mal pero me recuerda en estas fechas a mi profesora de matemáticas, que era después de haberlo medido en todas las clases del instituto, la que más oseas decía por problemas en el encerado. Osea, que después, ya que estamos juntos, reunidos en familia, bebiendo champan, aprovechamos: media familia para hacer de palestinas y la otra mitad de judías; unas malas malisimas y otras victimas victimisimas, peores, y nos enzarzamos en unas disputas familiares.
Si yo lo querría hacer en fin de año, en mi casita, es salir con una pota y un cazo y dar las doce campanadas bien sonadas para que se oyera en el vecindario mi grito de protesta por el ruido que montan los vecinos, y no acabar, en casa de mi madre, frente a la fregoteada que espera en el fregadero de la cocina, que es donde, de la mejor manera, las mujeres escapamos de la tertulia de año nuevo y empezamos todos los años atrincheradas.
Al final las guerras deberían ser como las de mi familia, que se acaban con unos besos para irse a dormir.
que tengáis buen año.
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