Al cabo de un buen rato, esperando la entrega del premio a mi padre, empecé a preocuparme por el retraso y me carcomieron los pensamientos:
¿Que se les estará ocurriendo?¿ Porque tardaran tanto?
Llegue incluso a preguntarme si se atreverían a negarle el premio a mi padre.
¿Pero como le iban a negar el premio a mi padre, delante de todo el pueblo?
Antes de que la arenga del palco venciera el musculo del oído de los presentes, los oradores se quedaron sin fuelle. En el palco, con el microfono en la mano, hablaba ahora la concejala, dando despedidas a los que empezaban a bajar del pulpito, hasta que quedó sola.
Se hizo un silencio y por fin se escuchó el nombre de mi padre, al que le rogaban que se acercase y subiese para recoger el premio. y me dije para mi :- ! Papa. Cuanto te quiero ¡ -.
Mi padre ascendió por unas escaleras que lo musicos tenían a uno de los lados del palco para subir.
Con las mangas de su camisa arremangadas, y el cuello desabrochado para lucir bien , la medalla o alzar el trofeo del premio.
Se acercó mi padre a la concejala, mientras ella se cuidaba bien , alejándosele, de conservar las distancias que lo separaban de él . Una voz lo proclamó como ganador del concurso.
“...Y el premio concedido es … “ un colchon de matrimonio, donado por la ferretería del señor alcalde... Alcaldeeeeeeeeeeeeee …. “
El publico, mis convecinos, aplaudieron rabiosamente por la enorme distinción del premio. Mientras se veía que el colchon quería ascender al palco, cargado con dificultad por los operarios del ayuntamiento.
Había sido maldad. Solo la maldad, porque ya habían grabado el nombre del ganador, que no era el de mi padre sino el sobrino de la concejala a quien esperaban darselo, si mi padre no superase todas las triquiñuelas con que habían amañado el curso.
No tenían más remedio que reservar la copa para otra ocasión.
La maldad residía en lo sibilina que había sido la concejala con la elección del premio. De tal manera que con este nuevo premio conseguía que mi padre y hasta nosotras, nos viéramos obligadas a regresar a casa con el premio a cuestas; por que, como dijo mi madre, para acallar mis protestas, con tanta gente en la fiesta, no íbamos a estar paseando con un colchón y una hija casadera
Ya me veía, bajo las miradas de fuego de mi madre, que tendríamos que regresar a casa con el premio a cuestas...
Pero nada mas lejos de lo obvio.
Muy lejos de picar el anzuelo, mi padre le estampó, en señal de agradecimiento, un beso a la concejala en toda la mejilla, que le subió todos los colores - Efecto del rojo de la mercromina sobre fondo azul -. La concejala quedó con cara de estupor , cuando mi padre le soltó que quería donar el premio para el albergue de la iglesia y que antes de llevarlo a su destino lo pusieran en el campo de la fiesta para que los vecinos, pudieran ver el premio
Los operarios, atascados en las escaleras, a mitad del camino de la ascensión del colchón al palco tratando aprovecharon la ocasión para no subirlo, tratando de evitar no caer al suelo, haciendo caso omiso de las miradas avinagradas de la concejala; roja de colera, por la ofensa del color y al ver sus planes desbaratados. Y ahí venían todos, mi padre, los operarios con el colchón, y Quasimodo, abriendo paso a la comitiva.
Tratamos de meter el colchón entre banco y banco, del puesto del pulpo, como si hubiera miedo de que lo fueran a robar. Finalmente mi padre lo empujo para la parte de fuera y lo dejo tirado en el suelo para que las niñas se sentasen o se tumbasen en el colchón como en una atracción más del campo de la fiesta.
Zanjado el asunto, y mi padre se despidió de los operarios del ayuntamiento, que regresaron contentos a la fiesta con sus familiares, y de Quasimodo que decidió acompañarnos a escasa distancia. Nos dirigimos a las mesas de la carpa del pulpo, para sentarnos y pedir alguna ración para pinchar, especialmente mi padre que se veía agotado y hambriento: “· y en ese momento Marise, aprovechó para demostrar lo que es capaz de dar de si “. En fracciones de segundo, justamente antes de que se sentase Teles, le puse en el banco una de las chinchetas que me había guardado, y al sentir la herida en su trasero, clavada la chincheta en sus reales posaderas, dando un brinco por el dolor se levantó furibunda y al encontrarse a Quasimodo cercana a ella, confundida, le arreo un bofetón en toda la cara.
Quasimodo se puso livido. Dio media vuelta y marchó sin decir nada.
En ese momento supe que se habían acabado todas las posibilidades del hechizo de los ojos de sirena de teles y que el destino rodaba de nuevo por la senda apropiada.
Mientras veía meterse entre las gentes de la fiesta , a Quasimodo con los operarios, me dije : - Pobrecito, si es por nuestro bien -
En el palco se oía que habían dado paso de nuevo a los músicos. Se fue enfriando poco a poco el ambiente según fue evolucionando la paparotada, - comida o cena popular, en Galicia -. Después de comer, las niñas se pusieron a saltar encima del colchon, que estaba sirviendo de improvisada colchoneta de fiestas. Mi padre con sus amigos se reían de ellas.
Quien sabe tal vez alguna de las niñas, de mayor, sea escritora y escriba recordando cuando de pequeñita saltaba encima de un colchón en la fiesta de su pueblo y se acuerde y escriba sobre el colchón de mi padre convirtiendole en un personaje de novela.
Le hice un guiño a mi madre, mientras miraba como las niñas reía y saltaban sobre el colchon, y acercandome a ella, dándole con mi cabeza a la suya, le dí a entender : - Cada día somos más
Mi madre aprovechó ese momento de complicidad y me dijo :
- ¿Marise, no hubiera sido mejor para las dos, que yo nunca hubiera conocido a tu padre?
Mire para ella y le respondí: - No mama, te habrías perdido las historias venideras.
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