La madre del sisa bajó a la
huerta y regresó a la cocina cargada de lechugas; tenía intención de preparar unas
bolsas para regalar lechugas a sus amistades. Al terminar se puso a hacer una lista de la compra para enviar a su hijo al supermercado. Estaba decidida, a aflojar la
guardia y custodia maternal que ejercía sobre él y empujarle a que saliese de casa;
así podría airearse un poco y regresar contento, con la risa fácil,
después de echarse un pitillo o dos, de esos aromáticos que ella sabía que
fumaba a escondidas, porque no le permitía fumar en casa.
La señora estaba en la
cocina tomándose una infusión para la taquicardia, cuando apareció su hijo. Se
saludaron en silencio. Al cabo de un rato sin hablar, mientras él se preparó el desayuno, de regresó con la taza de la infusión al fregadero, le entregó el papel con la dirección de dos amigas a las que tendría que llevar, de su parte, las bolsas cargadas de lechugas y la larga lista de la compra para ir al supermercado.
La madre del sisa oyó
cerrar el portón cuando salió de casa.
Estaba en la habitación haciendo la cama cuando recordó, hacía años, que llevó a su hijo pequeñito a la fiesta; porque
alguna de las pocas amistades que tenían en aquellas fechas, decidieron hacer una buena obra en
esos días, y no pararon de insistir, con motivo de las fiestas patronales, en que
tenía que dejarse ver y salir con el niño * de aquellas ser madre soltera estaba muy mal visto.
Llegaron a media tarde a recogerles y después de tomar unos refrescos, en algún bar de la fiesta, decidieron llevar al sisa a montar a los caballitos. El sisa movía las piernas y reía con alegría mientras el caballito subía y bajaba y daba vueltas el tío vivo. Al terminar le regalaron una nube de azúcar, que el niño trataba de comer a bocados, con su boca
pequeñita, mientras la nube le ocultaba la cabeza.
Iban cogidos de la mano, pasendo por delante de las atracciones, y cuando estaban a la altura de las barcas, en las que se montaba y tirando de cuerdas se balanceaba en el aire como los columpios, de
delante para atrás cuando se encontraron un payaso que vendía unas
grandes piruletas dulces de colores. Se dirigieron hacía el y
cuando estaban a unos pasos, el niño empezó a gritar horrorizado mientras se trataba de ocultar abrazándose a la pierna de su madre.
-
¡ mama, mama, mama ... , el diablo, el diablo,
el diablo ... !
Con los gritos de espanto, las personas que estaban alrededor de ellos se detuvieron y los ruidos
de la fiesta misma se paralizaron en el aire, saliendo el silencio en socorro
del niño.
El payaso era una persona
de color y el niño que jamás viera a alguien tan negro, le apuntaba con el dedo, con los ojos horrorizados.
La madre se puso todo
colorada, porque por las noches le decía a su hijo
que si no dormía vendría el diablo, que era negro como un tizón. Y lo llevaría
para quemarlo en el fuego eterno por malo.
El payaso, se acercó junto al niño, ofreciéndole una piruleta de las que
llevaba en la mano.
Entre la piruleta y el diablo,
el sisa se decidió por el diablo al que le aceptó la piruleta y extendiendole la mano quiso irse con él llamándole papa.
Y la fiesta continúo de
nuevo con sus ruidos y luces.
mvf.
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