Cuando la rusa y los hermanos de la batea estaban asentados en el interior del minisubmarino el furgo, que vigilaba lo que ocurría desde la caseta del improvisado astillero, manipuló el mecanismo que sujetaba la nave y esta, al verse libre, comenzó a moverse, deslizandose suavemente por la rampla de madera que le habían montado para que llegará al agua; y al meterse en ella se produjeron suaves ondas que se alejaron distanciándose, haciendo bailar en el agua el brillo de la luna en la ria.
Entonces cuando terminó completamente la improvisada botadura, la rusa asomó su cabeza por una escotilla, abierta en la parte superior de la nave, y haciendo señas con la mano de que todo estaba bien se despidió de él; después desaparecio dentro del minisubmarino, cerrandose la escotilla.
En un instante se escuchó el suave traqueteo, del motor de gasóleo instalado para navegar en la superficie, y la nave comenzó a moverse. Durante algunos momentos los murciélagos, en su persecución por los insectos nocturnos bajo los árboles que escondían de los ojos ajenos el improvisado embarcadero, trazaron círculos en sus vuelos teniendo como referencia la parte que asomaba de la embarcación en el agua; que iba siendo arrastrada por la salida de las aguas de la ría en la bajamar, conducida hacia el océano.
Los murcielagos y sus vuelos fueron desapareciendo a medida que la nave se alejaba de la orilla hasta que llegado un momento dejaron de oirse sus chillidos quedando la nave sola y el ruido de su motor, en la distancia.
El frio se acompañaba con el silencio de la noche.
Y la danza de las estrellas subiendo y bajando su imagen sobre el agua seguía el ritmo del vaivén de las olas.
Habían pasado dos horas desde que comenzara la aventura, y hacía rato que había desaparecido el brillo de las luces mortecinas de las primeras casas de la costa. cuando se dieron cuenta de que ya estaban en altamar.
Se silencio el motor y nuestros amigos esperaron a la hora convenida.
Al cabo de un rato pudieron ver una luz que se encendía y se apagaba, era la señal del barco que esperaban, para recoger la mercancía. Pusieron dirección hacia la luz que de paso les serviría de guía y reanudaron su viaje.
En el silencio de la noche apenas se oía el leve traqueteo del motor de la embarcación entremezclado con el ruido de agua.
Cuando ya estaban próximos y se habían acercado lo suficiente al barco, pudieron leer su nombre en la proa: el barco se llamaba la hispaniola.
Se tocaron las dos embarcaciones y una cabeza asomó desde la parte superior del casco del barco; el erizo fue el primero que asomó su cabeza por la escotilla del minisubmarino y después de darse las señas convenidas alguien les echó una cuerda para poder amarrar el minisubmarino y les lanzaron una escalera para que encaramandose por ella subieran a la cubierta de a bordo.
Una vez en el barco fueron recibidos efusivamente por la tripulación y un hombre, con un loro en su hombro izquierdo, que dijo ser el capitán, se les acercó y les saludó diciéndoles que no contaba con verles y que por lo que le habían contado sobre ellos y la idea descabellada del sumergible, esperaba que se hubieran hundido en las aguas del océano.
- Quince hombres en el cofre del muerto…
¡Ja¡ ¡Ja¡ ¡Ja¡ ¡ Y una botella de ron ¡.
Cantó el loro, garritando con su voz.
Celebrando todos, la inusitada proeza de los gallegos
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