martes, 4 de octubre de 2016

La nieta de la bruja 4


La comadrona esperaba en una cafetería, cerca de la parada del bus. Se había sentado en una de las mesas que estaban pegadas al lado de los amplios ventanales del local, desde las que se podía ver la gente que paseaba por la calle. Hacía rato que la había llamado la doctora Cienfuentes para quedar con ella y contarle un problema muy grave que le había surgido; sin haber querido darle más explicaciones.

A través del ventanal vio como el autobús hacia su parada. El autobús arrancó de nuevo y al desaparecer dejo ver a su amiga sola en la parada. Llevaba un vestido rojo con una chaqueta negra; una pañoleta verde oscura, alrededor de su cuello, y un bolso de cuero colgando de su hombro derecho.
Le hizo un saludo con la mano, a través de la ventana, al verla cruzar la calle.
Cuando la doctora entraba en la cafetería la comadrona supo enseguida, por el pelo de su amiga, que le habían echado el mal de ojo.

La comadrona se levantó y se dieron unos besos de saludo. Antes de sentarse la doctora, mientras se quitaba la chaqueta, hizo una señal al camarero, que limpiaba detrás de la barra algunos vasos con una bayeta, para que le trajera a ella otro café con leche igual que a su amiga.
Después de sentarse la doctora Cienfuentes, sin más dilación, empezó a contar a la comadrona lo que le había ocurrido.

Por las mañanas, antes de ir al trabajo en la clínica de maternidad, la doctora se preparaba un desayuno consistente en dos rebanadas de pan tostado untadas de mantequilla, y un ponche con huevo casero, de los que compraba en la feria. Metía las dos rebanadas de pan de molde en la tostadora y ponía la leche, en una taza de porcelana, dentro del microondas. Cuando saltaban las rebanadas de pan tostado las untaba con mantequilla y mermelada; al acabar sacaba del microondas la taza de leche humeante, con un leve vapor blanco, y con una cucharilla de una cubertería de plata que había sido de su abuela, rompía con delicadeza la cascara del huevo para separar la yema de la clara y dejarla caer con cuidado dentro de la leche para hacer el ponche.

Pero esta mañana, en vez de la yema, había caído en la leche el cuerpo de un pollito que había muerto gestándose dentro del huevo.

De la impresión que le dio  su cuerpo se dobló en una arcada por las náuseas y se golpeó con la frente en la cornisa de la mesa cayendo al suelo desmayada.

Cuando se despertó, deberían de haber pasado apenas unos minutos, de su cabeza manaba un hilillo de sangre que la asustó más aún.
La doctora se destapó de pelo la frente para mostrar su herida.
Ella no creía en supersticiones pero enseguida se dio cuenta de que alguien le había echado un aojamiento. Así que no dudo en llamarla para contarle lo ocurrido y que la ayudase porque había oído que ella en algunas ocasiones había practicado la magia blanca.

Se hizo el silencio. La doctora esperaba callada, con la vista perdida en la calle viendo pasar a la gente, mientras la comadrona revolvía su taza, pensativa.

La comadrona pensó que haría falta usar un remedio muy antiguo para echar fuera el conjuro que las brujas habían hecho a su amiga. Sería necesario hacerse con un frasquito de alicornia, un liquido mágico muy escaso; y podría conseguirlo a través de una prima suya asturiana; sin embargo la fuerza del aojamiento se podría volver contra quien trataba de curarlo, y como ella también era clienta del restaurante de la hija de la bruja, para evitar problemas convenció a la doctora que la mejor manera de arreglar el aojamiento sería tratar de congraciarse con la persona que le había echado el mal de ojo y así, quedando satisfecha esta y desapareciendo el motivo del aojamiento, el mal de ojo de su amiga podría disminuir en intensidad llegando incluso hasta desaparecer enteramente.

Así que la doctora, tan pronto llegó a la clínica, llamó personalmente a la hija de la bruja pidiéndole disculpas por haberse equivocado y para decirle que no iba tener un niño, si no una preciosa niña.










mvf.

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