miércoles, 2 de noviembre de 2016

La Santa compaña - final de la tia la rica 2



Al oir estás palabras don Sebastián, desafiante y orgulloso, gritó a las animas del cementerio:


 - ¿Y quien de vosotros se atreve a presentar a don Sebastián de la casa grande, el cacique de toda la comarca?

Una anciana, que encabeza la procesión de las animas portando una lampara con luz mortecina, le respondió:

- Todas las animas han de venir acompañadas por alguien de la Santa Compaña que la presente y diga una buena obra suya, para que votemos si lo aceptamos en la procesión. ¿Donde está la tuya?.

Se hizo el silencio; el mismo aire, que apenas movía las ramas de los cipreses, se detuvo un instante, para oir que alguien dijese alguna buen acción.

Entonces don Sebastián señaló al anima de un hombre que en vida había había trabajado para él al cuidado de sus ovejas.
- ¡Tu, llevabas mis ovejas al monte. ¿No tienes nada que decir de mi?


- Solo recuerdo cuando iba a cobrar el excaso jornal que me pagabas, con el que apenas podía alimentar a mi familia, y excusándote en que te faltaba alguna oveja  me echabas de tu casa amenazándome con hacerme prender por ladrón por la guardia civil.

- Tu vivias en una casa de mi propiedad y trabajabas mis tierras - señalo a otra anima de la procesión - ¿ no te acuerdas de las veces que iba a verte a tu casa?

- Solo recuerdo cuando venias para llevar todo lo curado de la matanza y solo dejabas para nosotros el tocino con el que hacer las gachas para matar el hambre yo y mi familia.

-¿Tu eres Antonio el del reloj de piedra?
-Si, yo soy Antonio. Perseguido por la guardía civil, a quien les mentiste para que me prendieran, entré en el campo santo y  me escondí en el pozo, y ahí me ahogue.

-¿Antonio, tu me podrás perdonar y hablaras alguna cosa buena de mi?
Tu me hiciste matar por que yo que era el mayoral de tu hacienda y quería que cada familia del pueblo recibiese una parte a partes iguales, en el reparto del monte comunal; y tu querías que el monte fuese para los que tenían capital y hacienda.


Volvió a señalar don Sebastián, ahora era a la mujer de la procesión:
 - ¿Tu serviste toda la vida en mi casa, alguna cosa buena podrás contar?


- Solo recuerdo todas las veces que nos gritabas desahogándote de tu mal humor y las burlas hacia mi persona, cuando me volví torpe y vieja, para provocar las risas de las visitas- ¿No recuerdas que después de servir toda una vida en tu casa, al final me echaste a la calle y estuve mendigando por las calles, hasta que fui recogida por unas monjitas que me llevaron a morir en paz en el asilo de la caridad? 

Y así las animas rehusaron aceptar en la procesión, a don Sebastián, el cacique que no se quería morir, y le obligaron a darse media
vuelta, para regresar al fondo del océano donde, ordenado por la tia la rica su viuda para que nadie pudiera hacer el análisis de sangre que determinara la paternidad de algún hijo bastardo, los ladrones que robaron en su tumba en el cementerio tiraron el feretro con su cuerpo.





mvf. 

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