María Gabriela vivía en el pueblo en una casa alquilada, con otras personas
originarias de Venezuela que vinieron en busca de trabajo a España, por
que su país, grande y rico, se arruinó por el mismo tipo de gente
avariciosa, ruin y carente de
escrúpulos que tenemos aquí, y cuando le llegó el recado, aceptó gustosamente el trabajo.
Al día siguiente, de la boda de la hija del taxista, le envió la respuesta a Mariví, diciéndole que estaría encantada de
coger el trabajo, y al cabo de dos días, con las pocas pertenencias que tenía,
ya se había traslado a la casa de las ancianas. Allí tenía preparada para ella sola una habitación más grande que la que compartía con otra mujer, donde vivía.
Luisa Fernanda y María Gabriela eran completamente diferentes en muchas
cosas. Luisa Fernanda era una mujer alta, delgada, de piel blanca y pelo rubio,
y mirada fría. María Gabriela, sin ser tan alta poseía un cuerpo con exuberantes formas femeninas y
pechos generosos, su pelo era negro y su piel era de un dulce color moreno que
muchas mujeres de piel lechosa tratan de imitar llenando su cuerpo de
bronceadores y rayos ultravioletas; y sus ojos eran limpios y estaban llenos de
fraternidad. Si Luisa Fernanda tenía una voz dulce e hipnótica con la que
atraía a los hombres para poder hacer con el sus caprichos, María Gabriela
tenía un físico despampanante y una atracción sensual con la que conseguía
igualmente que los hombres se rindieran bajo sus pies; y con este motivo se
fueron produciendo roces que convirtieron en odiosa la convivencia entre
las dos mujeres, en la casa de la bisabuela.
La situación empeoró cuando el argentino pidió a María Gabriela que le
explicase cómo funcionaba la lavadora.
- ¿María Gabriela, vos no pensás que la lavadora es un gran invento para
media humanidad?
Luisa Fernanda, a pesar de que era una mujer fria y calculadora, perdió su compostura y cayó en el
mundo de los celos.
- ¡Vos lo dije y no me hicisteis caso. Era mejor contratar una rusa!
La convivencia se fue agravando aún más, día tras día, hasta que después de una disputa por quien metía la
ropa de Carlos Alberto en la lavadora, los argentinos revelaron que Luisa
Fernanda no era la hija de Carlos Alberto, sino su amante, y dando un portazo
en la puerta de la casa, dejaron las ancianas con la boca abierta, diciendo que ser marchaban de la casa que los había acogido, para regresar de vuelta a su país.
-¡ Luisa Fernanda, tan pronto como bajemos del avión en Buenos
Aires, te voy
invitar al Coca-colero a comer un choripán con chimichurri.
La partida de Luisa Fernanda y el argentino sirvió para centrar las cosas en
la casa de la bisabuela, porque María Gabriela, que acabó quedando viviendo
sola con las dos ancianas, no estaba hecha para vestir santos, y al tiempo
comenzó a dejarse atraer y tontear con Roberto, el único hombre, que algunas
tardes venía a casa a visitar a las ancianas; y este se mostraba sensible y
confiado a las lisonjas que recibía de la hembra, pues el contacto de la cara
de Roberto contra sus pechos, cuando esta había apretado su cabeza contra ella,
habían despertado en él sus instintos filiales. Y por detrás estaba Mariví, la
hermana de Roberto que veía, en infinidad de
detalles insignificantes, que estaban hechos el uno para el otro.
La intención de Mariví era buena: ella pensaba en el tercer mandato de los Menciños y no quería ver a su hermano con romances ocultos dentro de un armario. Y consiguiendo una pareja para su
hermano, vio la manera de evitar que en algún momento los ojos de las madres con
hijas casaderas se pusieran encima de la soltería de su hermano, y de que una rencilla de celos pudieran acabar destruyendo la unión de los Menciños.
Una de las tardes que Roberto fue a casa de la su bisabuela, hubo una avería en la instalación eléctrica de
la casa y las ancianas al ver que iban estar sin luz hasta el día
siguiente, le pidieron a Roberto que pasara la noche con ellas, porque se
sentían más seguro sabiendo que había un hombre en la casa.
La planta alta de la casa tenía un largo pasillo con cinco habitaciones, un
cuarto de baño grande y un servicio pequeño.
Roberto, no teniendo costumbre de dormir fuera de su cama, no concilió el sueño y ya entrada la noche se levantó de la cama y salió de su habitación para ir al
servicio; de regreso a su habitación, Roberto una persona educada y nerviosa, como eran todas iguales las puertas de las habitaciones que daban al pasillo, en la obscuridad se equivocó y entró sin querer en la
habitación de María Gabriela y creyendo estar en su habitación se metió dentro
de la cama.
María Gabriela despertó en medio de la noche y al encontrarse a Roberto con ella en la cama, se alegró de que hubiera un hombre en la casa y para reponerse del susto no dudo en hacerlo suyo.
.
A la mañana del día siguiente, aunque los accidentales amantes trataron de hacer
ver que nada había ocurrido, todo el mundo se dio cuenta en la sonrisa que tenía la cara de Roberto en que algo había
cambiado durante la noche.
- Come mi amor antes de ir al trabajo, estas arepas con mermelada que te acabo
de hacer - dijo María Gabriela.
No fue un matrimonio a la vieja usanza, ni tampoco un matrimonio de
conveniencia, simplemente, llegado un momento María Gabriela se fue a casa de
Roberto y las zarzas dieron por bien hecho lo ocurrido.
- Cuando era joven, si me hubiera ido a vivir a la casa de un hombre sin pasar por los altares, mi padre me hubiera molido las costillas a palos - dijo una de las zarzas.
- ¡Son jóvenes y viven la vida moderna. Y no se hable más! - dijo la
bisabuela.
mvf.
sábado, 11 de febrero de 2017
No son como nosotros 9- En la casa de la bisabuela
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