Mariví
habló con Roberto y le dijo que se dejaran ver juntos, para acallar
las habladurías que pudieran surgir por la nueva situación de la
pareja, y siguiendo su consejo comenzaron a dar paseos por las tardes y comenzaron a ser vistos con frecuencia, en sitios concurridos como el
malecon del rio, el parque de la carballeira - robledal - donde
había bancos y mesas para merendar, y a veces llegaban hasta la iglesia dando la
vuelta de regreso en el crucero. Algunas veces, al terminar su paseo
se sentaban a tomar algún refresco en la terracita del bar del pueblo y allí
eran saludados por la gente que pasaba. Y así al cabo del tiempo sus
convecinos se mostraron comprensivos con la nueva vida de Roberto y
su pareja, que era acorde con los tiempos que vivimos.
Quien
no comprendió lo que había ocurrido fue el médico del pueblo, que no acababa
de explicarse el amancebamiento de Roberto con la despampanante María
Gabriela. Achacaba ese misterio a la complementariedad que el ser
humano encuentra en su pareja. Y así el médico, en el casino del
pueblo, aprovechaba para dar conferencias sobre este tema en las
tertulias que se produjeron a raíz
de que María Gabriela se fuera a vivir a la casa de Roberto, y entre
el arrastro y el fallo con triunfos * tute, explicaba a los que
jugaban con él los cafés
a una partida de cartas, que si no se parecían en nada los novios, a
la larga se beneficiarían obteniendo el uno del otro lo que a cada
uno le faltaba.
Cuando
las zarzas, madre e hija, fueron por recetas de sus
medicinas, el medico les preguntó como era la vida de María
Gabriela en la casa, cuando estuvo viviendo con ellas
cuidándolas. Las zarzas se mantuvieron impertérritas, como dos
águilas después de comer, a las preguntas del medico. Al cabo de un buen rato dando rodeos se
rindió, y después de rellenarles las recetas para sus medicinas, les preguntó si necesitaban alguna cosa más.
La
tía abuela dio un respingo en la silla y carraspeó; entonces le
contó como su madre decía haber visto por las noches al diablo
en forma de mujer, con zapatos de tacones altos y vestido
exclusivamente con una chaqueta de cuero ceñida a su cuerpo
femenino; no se atrevía a salir de su habitación por las noches,
para ir al servicio y se levantaba por las mañanas con fuertes
dolores de vejiga. El médico, después de escuchar contar
atentamente los delirios de la anciana le recetó a mayores un jarabe
y unas vitaminas, y quedaron en que volverían a la consulta al cabo
dos semanas para ver si había mejoría.
Al
cabo de diez días
las ancianas volvieron de nuevo por la consulta. El medico volvió de nuevo a
insistir para ver si de esta dejaban escapar alguna cosa, con
el fin de reavivar sus conferencias en las tertulias
-
¡Pero has fallado con triunfos el as de bastos y tenías bastos!
por que el tema, desde los paseos de la pareja habia bajadno de interes en las tertulias.
Finalmente
la tía abuela explicó como su madre fue dejando de
tener visiones nocturnas
- Seguramente era culpa de las arepas fritas que cenaban con frecuencia, cuando Maria Gabriela les cuidaba.
mvf.
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