La
madre del sisa, bajo quien nuestro amigo estaba bajo guardia y
custodia en su arresto domiciliario, como estaba todo el día en casa
aprovecho para meterlo al cuidado de las tomateras y las lechugas de
la huerta, y así a veces, cuando venía el pescadero con su
furgoneta acompañado de gatos, o el panadero, bajaba con una bolsa
de tomates o lechugas para regalar a sus amistades, a las que decía
toda orgullosa, aludiendo a su hijo: - Como está todo el día en
casa, ¿ que va hacer ?.
El
sisa, al terminar de cenar se levantó de la mesa, y bajó a la
huerta para regar las plantas al caer el sol.
Las
plantas agradecieron el agua después de una tarde de altas
temperaturas. Al terminar de regar, volvió para la casa. Le dio las
buenas noches a su madre, diciéndole que se iba a dormir. Y subió
para su habitación. Se desnudó y se tiró encima de la cama.
Desde
allí oía los anuncios de la tele. Su madre estaba un poco sorda y
tenía la tele siempre encendida en un pequeño televisor que tenía
encima de la nevera de la cocina.
Fuera,
en la calle, la noche iba cayendo dando paso a un cielo negro moteado
de brillantes estrellas que se veía desde su habitación. Miró el
reloj, apenas eran las doce de la noche, y mientras miraba por
la ventana cesaron los gritos de los anuncios. Al cabo de un rato
comenzó el ronquido de su madre desde su habitación.
Era
la una de la noche y hacia un calor pesado.
Las
dos de la noche y él sisa no paraba de dar vueltas en su cama de
dormir, Se había desvelado . Se levantó y dio vueltas por la
habitación hasta que decidió vestirse, y aprovechar que su madre
estaba durmiendo, para salir a la calle y echar un pitillo, sin que
ella se enterase.
En
la plaza, se abre el portal de la casa del sisa. Después de cerrar
el portón se pone a andar. Mientras anda, el ruido de los pasos le
acompañan. Camina hasta llegar a puente. Allí se sienta en la
barandilla de piedra del malecón del rio, Saca su cigarro, lo
enciende y se pone a fumar .
Al
terminar, regresa del rio por una calleja empedrada, quizás más
antigua que el pueblo mismo. Camina lentamente de regreso, cobijado
entre las sombras, bajo la atenta mirada de juvenil, el gato de
marise. Juvenil es un felino adolescente, de unos doce años de edad,
que protege la casa de su ama de los fantasmas y los malos
espíritus que pueblan las noches de luna negra; aburrido de la
mirada de la luna llena arquea su lomo, terminando en un gran
bostezo, después, deja escapar un quejumbroso maullido.
A
veces el ruido de los pasos se retrasan, pero regresan a los pies del
sisa convertidos en ecos. Van jugando, produciendo ecos entre las
paredes de la calleja y el empedrado del suelo. Llegado un
momento, los pasos se dan cuenta que se han despistado y han quedado
demasiado lejos de las suelas de los zapatos de su dueño.
Acobardados al sentirse en solitario echan a correr para esconderse
de nuevo debajo de las suelas de los zapatos de su dueño. Entonces
este, el sisa, sobresaltado al oír aproximarse el correr de los
pasos que habían quedados retrasados, piensa que alguien le persigue
y huye despavoridamente, inundándose el silencio de la noche con
pisadas precipitadas.
El
sisa, acalorado por la carrera, al llegar a su casa abre el portón y
entra. En el interior se descalza y le tira los zapatos a su
hipotético persecutor, en el medio de la noche, para asustarle.
Después cierra el portón quedando fuera el ruido de las pisadas en
la calle.
Cuando
sube sin hacer ruido por los escalones, para ira a su habitación ,
oye la voz de su madre que dice su nombre en sueños, para comprobar
si está.
El
responde: - nada, mama.
De
regreso a su habitación, se tiró encima de la cama nuevamente.
Finalmente
el sisa se quedó dormido y no tardó en empezar a soñar.
Soñaba
que estaba en un supermercado, con sus estanterías abarrotadas de
cosas que iba cogiendo libremente mientras llenaba un carrito de
ruedas.
Al
doblar un pasillo se encontró en la sección de embutidos, donde
había una chica alta, rubia, delgada, de ojos azules. Era la chica
de sus sueños.
La
clientela, todos hombres, se peleaban por ser atendida por la joven
ya para ello solo había que coger un numero.
El
sisa se acercó y tiró de una pequeña lengua de papel que salía de
una maquinilla roja, colgando en una columna, próxima al
mostrador.
La
chica viste de blanco. Lleva una falda blanca y una blusa blanca,
protegidas por un mandil blanco. En la cabeza llevaba el pelo rubio
recogido bajo un gorro blanco, rematado en una línea roja que iba de
delante a atrás como una cresta roja, que recordaba a las
antiguas azafatas.
La
blusa tenía un pequeño bolsillo, al lado del corazón, donde
guardaba varios lápices ya mordidos.
Iba
pidiendo número, y cortando fiambre, mientras los clientes esperaban
su turno.
Cien
gramos de salchichón por aquí, doscientos gramos de morcilla por
aca…
Terminado
un cliente, pulsaba un interruptor y miraba para el marcador que
colgaba de la pared; leía el numero en voz alta y daba turno el
siguiente.
-
¡ Sesenta y uno!
Una
mano levantaba acompañaba una voz: - ¡ Soy yo !.
Y
volvía la rutina:
Cien
gramos de chorizo, doscientos gramos de mantequilla …
-
! Sesenta y dos ¡
Otra
mano , desde otro extremo, como sorprendida de que le hubiese tocado
turno .
-
¡Yo!.
Vuelta
a empezar, y la chica va corriendo de un lado para otro, detrás del
mostrador, acristalado, cogiendo y metiendo embutidos en la vitrina,
después de trocearlos en rodajas finas y menos finas, en
cantidades centenarias de gramos; a veces …
Pulsa
el interruptor, mira al marcador de la pared:
-
! El sesenta y tres – grita el número la chica.
Unos
segundos sin respuesta. A veces la gente coge el número y marcha
para continuar con la compra y les pasa la vez.
-
! El sesenta y cuatro¡ , !sesenta y cinco¡, ! sesenta y seis
¡ - continua la chica mientras va pulsando el interruptor que
hace cambiar los números.
Se
ha roto el ritmo; la gente se pone nerviosa y comienzan a mirarse
unos a otros .La chica pulsa una y otra vez el interruptor .
!
Sesenta y siete¡ , ! sesenta y ocho¡ .
Y
aparece en la pared el número 69 . Se asoma por encima de la
vitrina
De
su blusa asoma el canalillo por el escote, dejando entrever sus
exuberantes senos.
-
! el sesenta y nueve ¡ -, grita la chica confundida, mirando para
uno y otro lado.
-
!Yo¡ -. Entonces dirige su vista, al oir la voz, hacia una figura
esmirriada que comienza a saltar entre en medio de los clientes.
-!
Soy yo , soy yo ¡ - , grita el sisa, mientras salta agitando
los dos brazos levantados. Mostrando su ristra de números, cogida de
una mano, ante la indignación de la clientela.
El
sisa es reducido por la vigilante de seguridad del supermercado: una
mujer hombruna, de unos cincuenta centímetros de estatura, y
es expulsado del supermercado.
.
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