Arcadia
estaba entre los 30 y los 40 años, aunque su edad daba para más.
Era
alta y delgada. Con una cabellera rizada, negra, larga, que le caía
por detrás de los hombros dejando descubiertas unas enormes orejas
fenicias, de las que habitualmente colgaban unos pendientes
parabólicos dorados gigantescos, que se quitaba para ir a misa por
un poco de recato.
Su
cara alargada remataba en un mentón afilado decorado con un hermoso
hoyuelo, y de ella sobresalía una nariz curva con la que apuntaba a
distancia su mirada aguileña en el horizonte, donde se escondía
cuando se sentía atacada, de la misma manera que el avestruz mete la
cabeza en la tierra cuando se siente en peligro.
Arcadia,
una mujer solitaria, acostumbraba a subirse al campanario, al que accedía por unas pequeñas escaleras anexas a la pared lateral de la
iglesia, por su lado izquierdo
.
- del otro lado estaba un muro de piedra vieja, - granito moteado por
líquenes blancos y amarillos - , con un puerta enrejada por la que
se accedía al cementerio.- y desde allí perdía la mirada en el
horizonte y en el amplio dominio del tañido de sus campanas.
-Cuando
el viento frío la abrazaba, se sentía como una isla rodeada de
aire por todas partes menos por una que se llama pies -.
Era
la hora de la misa y allí estaban esperando los feligreses la
llegada del párroco.
Pasados
unos cuarenta minutos, por el camino que conducía a la iglesia, se
vio llegar un turismo de color negro, con la pintura ya ajada por el
tiempo, que aparcó a la entrada del cementerio, y del coche bajó el
nuevo párroco.
Después
de cerrar el coche el padre, acercándose, saludó a los presentes y
empezaron entrar dentro de la iglesia. Mientras iban entrando y se
iban sentando, Arcadia se acercó al cura y le dijo que iba a tocar y
cantar en la iglesia acompañándole en el rito litúrgico para que
escuchara alguna canción religiosa de su repertorio. Y se sentó al
lado del órgano, un viejo hammond que si paramos a pensar no sabemos
como acabó en el lugar. Retiró un tapete blanco de encaje, que
cubría el teclado, y chasqueó los dedos.
Antes
de empezar la misa el cura subió al altar y visiblemente se puso a
contar la gente que había:
total
entre unos, los fieles, y otros curiosos, pues algunos iban como el
que va el primer día a clase, llegaban a ser unos 14.
Y
entonces aclaró, con su acento raro : - doy misa para 14 -, y
después de unos segundos de silencio y perplejidad, mientras el cura
entraba en la sacristía para vestir los hábitos litúrgicos, los
catorce asistentes se empezaron a rascar el bolsillo, preparando la
minuta para cuando pasaran la canastita de la limosna.
El
cura no tardó en salir vestido de blanco, con una estola morada que
le cruzaba como una bandolera el pecho, se enrollaba en su cadera y
dejaba caer sus puntas, pegada a su lado derecho, hasta terminar a
unos quince centímetros del suelo.
Después
de poner en el altar el cáliz, las vinajeras y las hostias para
consagrar, empezó el rito sagrado de la misa. Al llegar el momento
de la homilía se acercó al púlpito. Leyó un pasaje de los padres
de biblia. y después se puso hablar del reino de los cielos, aunque
los feligreses preferían que les hablasen porque la vida se había
puesto tan cara.
Al
terminar el párroco con la homilía, Arcadia se abalanzó sobre el
teclado del órgano :
-
…. ta ta taaaaaaaaaaaaaaaaaa -,
arrancó
un sonido del interior del instrumento, que empezó a subir por las
paredes de la iglesia lentamente, y justo cuando arrancaba su voz
para darle alcance y echarle cuentas... oyó carraspear una voz que
la interrumpió.
Mientras
pensaba en que había ocurrido, el cura en el púlpito empezó a
decir que se iba poner una megafonía en el campanario que tendría
mayor alcance que el tañido de las campanas y que de pasó podría
ponerse música sacra los días de semana santa: el réquiem de
mozart , en navidad: el oratorio de J.S. Bach y otras bellas obras
para deleite de los vecinos, además de hacerse oír la misa en el
exterior por los feligreses que no pudiesen abandonar su trabajo para
asistir a la iglesia el día que tocaba.
Una
vez que terminó de hablar, mientras arcadia, estupefacta, pensaba
que nunca se le había ocurrido que pudiera ser sustituida por la
deutschegrammophon y su filarmónica de berlín, el párroco se
acercó al altar de nuevo, levantó brazos con las dos manos en forma
de cruz y continuó con la misa....
Al
terminar la misa, marcharon los feligreses, y se despidió del cura
excusándose en que ella quedaba para recoger los cirios, reponer el
agua a las flores, barrer la iglesia antes de marchar.
Al
Terminar sacó las llaves y cerró el portón de la iglesia.
-
Mis campanas, mis queridísimas campanas … - dijo. Al
terminar siempre subía al campanario y desde allí tomaba un
descanso y oteaba el horizonte viendo el vuelo de las golondrinas,
las alondras o las cigüeñas, pero hoy, disgustada, no lo hizo .
Mientras
regresaba para su casa, Arcadia iba pensando que si estuviese la
policía científica de madrid que anduviera preguntando por aquí,
les diría que investigasen al padre nuevo porque ella había llegado
a la conclusión que el que decía ser el párroco nuevo no era
realmente un cura sino cualquier extraño que había suplantado los
hábitos y estaba practicando intrusismo profesional.
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