El cura de labregos * labradores era
padre de todos, de todos menos de quasimodo, porque el cura de
labregos solo podía ser tio de quasimodo; cuando se enteró de la
desaparición de su sobrino por la madre que lo llamó para contarle
la desaparición del niño; bajó a la iglesia y después de
encender dos velas al San Antonio, se puso a rezar al santo - que
todo lo sabía - para que su sobrino apareciese. Ya entrada la
noche, al tener noticias por personas que pasaban cerca de la
iglesia, dando voces llamando a quasimodo para que apareciese, de que
aún se seguía con la busqueda, dio a rogar al santo congraciarse
con el padre jesús para que el menor apareciese sano y salvo.
El párroco de labregos llamó al padre
jesús que llevaban años sin hablarse, desde que tuvieran una
discusión muy agría por unos pobres de la parroquia. El caso es que
el párroco, a estos vecinos, no les ayudaba en nada porque eran
caseros de Don Sebastián y este les tenía inquina y los quería
echar de las tierras que les tenía arrendadas. El padre jesús al
tener conocimiento de las penurias a las que se veían sometidos estos campesinos, medió por los vecinos pobres y
reprochó al cura de labregos que no defendiera a sus feligreses
frente a la inquina de Don Avelino. Y sus diferencias acabaron
llegando al obispado, donde no se tardó en mandarles llamar. El
obispo escuchó atentamente las explicaciones que dieron uno y otro,
y después de oír a los dos, dijo que dios sometía a las personas a
pruebas y no eran ellos quienes de intervenir.
Al oir las palabras del obispo, el padre jesús les miró
fijamente y les respondió que quizás dios también estaba poniendo
a prueba al señor obispo y al cura de labregos para ver como
defendían a su pueblo. Desde entonces los dos curas no se hablaban.
Ya cuando amanecía, la gente se fue a
cambiar a su casa para realizar una búsqueda por los montes, pues
habían decidido pedir ayuda y llamar a la guardia civil denunciando
la desaparición de quasimodo para que trajeran sus perros
rastreadores y hacer una batida.
Bajaba el padre jesús desde su
humilde casa en el monte donde él vivía, dirigiendose a la iglesia
de labregos, en respuesta a la llamada del párroco , por el camino
de la fraga* tierra quebrada y escarpada, llena de brañas o maleza.
Y en el camino se encontró a quasimodo que después de salir de mi
casa por la ventana de mi habitación, deslizandose a la huerta por
las ramas de un viejo nogal, escapaba por entre atajos dirigiendose
a las inmediaciones del colegio para estar próximo a sus amigos;
seguramente atraído por sus voces y juegos, que se oían desde la
lejanía. Al verlo el padre jesús le extendió la mano, y los dos
bajaron juntos para el pueblo a la casa de la Sagrado.
En el pueblo enterados de la historia
del rapto, cuando ya todo había pasado, muchos pensaron que el
encuentro de quasimodo había sido uno de los signos más de
santidad del padre jesús , y otros que la aparición final de
quasimodo había sido un ardid de los de la batea, que se habían
hecho cargo de los secuestradores, porque jamás permitirían que
nada malo pasase a alguien de nuestras tierras que no fuera merecido.
A mi en casa no me dijeron nada. Y
quasimodo, aunque se vieron en múltiples ocasiones después de
aquella, jamás llegó a hablar con la directora por haber osado detener el
autobús rojo.
En mi armario quedó un vacio muy grande, que jamás consiguieron llenar mis muñecos de peluche.
En mi armario quedó un vacio muy grande, que jamás consiguieron llenar mis muñecos de peluche.
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