Era las siete de la tarde, y estaba
haciendo las tareas escolares en mi habitación después de que me
llamase mi madre, cuando sonó el teléfono en mi casa. Era la
Sagrad, la madre de quasimodo, que llamaba a mi madre para
preguntarle si su hijo estaba en nuestra casa, porque no era la
primera vez que merendábamos juntos. La sagrado, la madre había
sido llamada por la mañana desde el colegio para decirle que su hijo
se había escapado del centro cuando lo habían dejado esperando para
ir al despacho de la directora. Le habían explicado el motivo, “
por haberse puesto en medio de la carretera obligando a que se
detuviera el autobús rojo” , y sin lugar a dudas la directora le
iba cantar en las orejas, * esta es una figura literaria hecha que
nosotras conocíamos bien lo que quería decir. La sagrado, dadas las
andanzas de quasimodo, daba por supuesto que su hijo estaría
escondido por ahí, sin comer, y aparecería por su casa a la hora de
la merienda, al no aparecer llamó a mi madre para preguntarle si
estaba con nosotros o yo sabía algo de él.
Mi madre, me pegó un grito para que yo
la oyese, preguntándome . - ¿ marise, sabes algo de quasimodo? .
Yo, desde mi habitación le grité que
no. Era nuestra intercomunicación de andar por casa.
Mi madre, luego de hablar con la
sagrado contándole mi respuesta más tarde colgó el teléfono. .
Quedaron las dos de llamarse más tarde.
Yo terminé los deberes, recogí mis
cosas y volví a ir a la huerta para encontrarme con quasimodo, le
había pedido permiso a mi madre para salir a jugar.
Al contarle la llamada de su madre,
quasimodo empezó a preocuparse.
Ya se iba haciendo de noche y
finalmente lo convencí de que llamase a por teléfono a su casa y
hablara con la madre para que no estuviese muy preocupada.
Después de ir a recoger unas monedas
de mi cobra, en mi habitación, los dos salimos por la parte de atrás
de mi casa y bajamos a una cabina telefónica que había en el
malecón del rio.
Quasimodo marcó el número de su casa
y no tardó en oir la voz de su madre que respondía: - ¿ Diga ?.
- ¿ es ahí la casa de quasimodo ?-,
soltó quasimodo.
Su madre, al teléfono, respondió
extrañada sin reconocer su voz - ¿ Si … ?
Y quasimodo siguió : - Escuche
atentamente lo que le vamos decir y no diga nada. Hemos secuestrado a
su hijo. No se preocupe por él que estará bien atendido. Por las
noches le apagaremos la luz y le tiraremos de la oreja, como hace ud.
por si hay alguna cosa mal que hizo durante el día, que no le haya
contado, y a medía noche iremos ver si esta bien tapado mientras
duerme. No se preocupe por nada y no llame a la policía. Mañana le
llamaremos pidiendo un rescate y lo soltaremos.
Puse la mano encima del soporte del
teléfono colgando. Quasimodo seguía con el teléfono pegado en la
oreja. No salía de mi estupor, a quasimodo aterrorizado le había
mudado la voz, y cagado de miedo por la tunda que le iba caer en
casa, había simulado un secuestro.
Regresamos a toda prisa a mi casa, no
fuera que con la que se iba a armar, a quasimodo y a mi nos viera
ahora juntos algún vecino. Entramos por la parte de atrás de la
casa, y después de quedar quasimodo, esperándome escondido en el
galpón, entraba con toda celeridad en mi casa de nuevo.
Durante ese tiempo que había estado
fuera, la madre de quasimodo había llamado a casa a mi madre para
explicarle la llamada recibida y pedirle ayuda para encontrar a su
hijo.
Con varias llamadas telefónicas, no
se tardó mucho tiempo en reunirse todo el mundo en casa de mi
madre. Allí se habían juntado los de la batea, el furgo, el
herrero, y algunos vecinos más, que les unía la amistad con nuestra
familia; y al contar de nuevo la sagrado, a los allí presentes, lo
que le había dicho por teléfono el secuestrador, todo el mundo se
echó a reír de las palabras del secuestrador, y del tirón de
orejas que la sagrado le daba a quasimodo por la noche,
descubriéndose que el autor de la llamada, sin lugar a dudas, había
sido el mismo quasimodo.
Pero el problema era que iba entrar la
noche y aún no había aparecido, así que entre los adultos, se
acordó salir a buscar a quasimodo.
Entre ellos se repartieron los
acantilados; el monte por encima de la casa del tio avelino, hasta el
lugar de las piedras que hablan; la fraga del rio, a la entrada del
pueblo, y las zonas de la ria. Y partieron en su búsqueda .
Ya eran las tres de la noche y quasimodo
seguía sin aparecer. En las mentes de todos se estaba pensando en
lo peor: “que quasimodo, escondiéndose por ahí, igual se había
metido por algún sitio peligroso como por los acantilados, y tal
vez hubiera ocurrido alguna desgracia.
Mientras unos y otros buscaban
desesperadamente; esa noche quasimodo dormía bien escondido, con
mis muñecos de peluche ... , dentro del armario de mi habitación. Y
yo rezaba para que no pensasen en mí como cómplice necesario en su
secuestro.
.
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