Al regresar a casa, después
de merendar había subido a mi habitación para hacer las tareas escolares.
Estaba tirada encima de la
cama, boca arriba, mirando para el techo de la habitación, en compañía
de mis muñecos de peluche: un hipopótamo, dos ositos de distintos tamaños y un
perro de tela blanco con orejas azules, raídas que era mi favorito, cuando de
repente oí un golpe en el cristal de la ventana. No le di importancia pero al
cabo de un rato volvió a sonar otro golpe, esta vez más fuerte. Me asomé por la
ventana a ver que pasaba, y abajo estaba quasimodo, que al verme tras el
cristal de la ventana me hacía señas desde la huerta de nuestra casa.
Salí de la habitación para
ir a la huerta a verme con quasimodo y preguntarle como le había ido en el
colegio con la directora. Mi, madre me oyó al bajar y me preguntó dónde iba con tanta
prisa.
Le respondí que iba ver
los conejos y darles de comer.
No tardé en estar en la
huerta. Quasimodo estaba metido dentro del viejo galpón que había en la
huerta y al verme desde lo lejos me silbó. Yo miré en la dirección en que había venido
el sonido y pude verle a el detrás del remolque del tractor, donde estaba escondido.
Corrí hacía el, y después de saludarnos nos metimos en el sitio en
que mi padre guarda las herramientas, o las esconde, no está muy claro; porque siempre que mi madre
le pide a mi padre que haga algún trabajo en casa, se pasa el día buscando alguna
herramienta que necesita. Mi madre luego le dice, - miraste en el galpón de la huerta - ,
justo antes de que él diga - bueno, ya aparecerá la herramienta cuando no la
busque. El caso es que cuando algún día encuentra la herramienta, el ya se ha olvidado de
para que la necesitaba y entonces la guarda, o la esconde, como ya se ha dicho.
Y ya nunca más aparece hasta otra vez que no se vuelva necesitar.
Quasimodo me enseñó su
escondite, era debajo de una vieja mesa de roble que hacía las veces de banco
de trabajo. Estábamos los dos escondidos, sentados en el suelo sucio donde
quasimodo había pasado el día, a refugio de las miradas de mis padres, a
esperas de que yo regresase y entonces le pregunté extrañada que había pasado y
como había llegado hasta aquí.
Me contó que se había
escapado cuando el conserje le llevó dentro del colegio y lo dejó esperando,
sentado en un banco, mientras él iba tocar el timbre del comienzo de las
clases. Se había escapado por miedo de que le castigase la directora, una vieja
maestra, entrada en edad que se negaba a jubilarse y que nos tenía a todos
aterrorizados con sus gritos. Había estado dando vueltas, fuera, alrededor del
colegio, y finalmente había decidió subir hasta mi casa y esperar todo el día
escondido, para que no le viese mi madre, hasta la hora en que llegase yo.
Cuando llegó el autobús, después de esperar un poco, fue a llamarme para hablar
conmigo, para que le ayudase ya que entrada la noche iba bajar por los caminos
del monte, hasta llegar al puerto donde se subiría a un barco pesquero que le
llevase a las americas y quería saber si yo querría marcharme con él a recorrer
el mundo, donde nos pasaría un montón de aventuras increibles.
Miré para él, asombrada e
iba decirle que si, que me iría a recorrer ese mundo amigo, ancho y grande que existe en el corazón de los niños, cuando oí la voz de mi madre que me llamaba. Me levanté y
salí del galpón apurada por miedo a que nos descubriesen.
Mis pies volaban por encima
de las acelgas, las lechugas, y las tomateras de la huerta, mientras yo corría
en dirección a la casa.
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