Una
tarde de otoño el mentor llevó a los niños de paseo al campo; uno
de los niños era un gitanillo, una estrellita que la noche no
quería; y el otro, la niña, una estrellita que en el cielo no
cabía; juntos no llenaban sus años dos manos.
Después
de andar por un camino entre manzanos y nogales, llegaron hasta un
viejo pozo de campo. Era un viejo pozo del que se extraía el agua de
la tierra con un cigüeño que pervivía al paso del tiempo.
Al
llegar, junto a la sombra de una higuera, se sentaron en un banco
hecho con piedras apiladas que se había recogido del campo de
labradío; entonces el mentor de los niños les dijo que mantuviesen
silencio, cruzando su dedo índice en los labios.
No
tardó en llegar un pequeño pájaro negro que sin hacerles caso se
puso a picar los brotes verdes de la hierba que había alrededor del
pozo.
Mirad
ese pájaro negro – dijo en voz baja a los niños – todas las
tardes viene a comer aquí antes de hacerse la noche. -¿Sabéis como
se llama ?
Los
niños esperaban en silencio la respuesta con sus ojos.
-
Es un mirlo; - continuó - mirad, su pico es de color
anaranjado.
Los
niños son como los pájaros – les dijo el mentor de nuevo.
¿
Y que pajaros seriamos nosotros ? - preguntó el gitanillo.
Y
el mentor dijo a los niños: - Los niños sin padres sois como los
cuervos, nadie se fija en ellos por el color negro de sus plumas y
por eso no ven el intenso brillo azulado de vuestro plumaje.
¿
Y porque teniendo todos los niños padres nosotros no los tenemos ?
- preguntó el gitanillo de nuevo.
No
os preocupéis por esas cosas – le respondió el mentor -– La
vida comienza como un cielo azul limpio y claro que todo el mundo tiene que
volar - .
Y
entonces les dio un empujoncito en sus espaldas para que echasen a
correr por el campo.
Los
niños corrían con los brazos extendidos surcando los campos como si
fueran pájaros. Mientras los ojos del hombre se cerraban con el
sueño.
Ya
comenzaba anochecer cuando los niños regresaron de jugar por los
campos y viendo a su mentor dormido se sentaron junto a él,
recostando sus cabecitas encima de su cuerpo. El
hombre, al sentir el calor de sus cuerpecitos, despertó y pasó
sus manos acariciando el pelo de sus cabezas para volverse a dormir.
Ahora no distinguía entre los niños y los pájaros que volaban en
el cielo. Cuando se dio de cuenta él podía volar también y
extendió sus alas en el aire para surcar por un cielo claro y
limpio como el de los niños.
A
la noche vinieron a buscarlos, y los niños se pusieron muy tristes:
Sintieron que su mentor los había abandonado, porque el corazón de
su maestro no regresaba de volar.
.
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