Era de noche y los perros ladraban al
oír en la obscuridad a alguien que trataba de caminar sigilosamente
sobre el camino empedrado. Apenas se veía su figura pues caminaba
cobijándose en la negrura, apartada de la claridad de la luna.
Finalmente tuvo que dejarse ver en la
claridad de la escasa luz de la luna, para atravesar la distancia que
la separaba hasta una casa solitaria en el campo con una cerca de
palos de madera que rodeaban un pequeño trozo de tierra. Caminó
apurada encorvando su figura. Así que llegó a la casa, se arrimó a
su muro de piedra escondiéndose de nuevo en la obscuridad entre el
muro de piedra y un seto de laurel, que tras un terraplén separaba
la casa de un camino que usaban los carros para ir y venir de los
campos. Al cabo de un rato, tras sosegarse la respiración jadeante
de su agitado pecho; petó suavemente con los nudillos de la mano en
una de las ventanas de la vivienda, y esperó. No tardó en abrirse
un pequeño resquicio por el que se oyó susurrando una voz.
- ¿Quién
es ? - se oyó decir al susurro.
La voz era de una señora ya
entrada en años.
- Soy
Abelarda - respondió la sombra; así se llamaba la madre del sisa.
- Y
que quieres a estas horas Abelarda, niña - le respondió la voz.
- Es que
vengo a pedirle un favor muy grande que me podría hacer.
- No
vendrás a buscarme líos, niña, que don Sebastián es muy mala
persona y sabe hacer mucho daño - dijo la voz de la ventana . - Hay,
si dios nos librase de él, que riqueza nos daría librándonos de
semejante podredumbre.
- El favor que vengo a pedirle solo me lo puede hacer martinuka su prima -
le dijo la voz, apremiando desde la obscuridad. - Dile que mi niño
está en el colegio donde trabaja ella, y que por lo que más quiera
que vele por él. Se lo suplico por mi vida.
- Pero
niña, que te pasa... No iras hacer alguna locura - dijo, asustada,
la voz que salía por el resquicio de la ventana.
- Cuando
me pueda voy volver a coger el barco y cruzar el atlántico; y no
quisiera que el niño quedase solo y no tuviese quien lo cuidase –
terminó de decir la madre del sisa.
- Yo
no he escuchado nada de lo que me has dicho, niña Abelarda, que no
quiero lios con Don Sebastián – dijo la voz, lo suficientemente
alto para que la sombra la escuchase. - Pero anda márchate tranquila
y que nadie te vea; mañana le escribo una carta a martinuka
contándole cosas del pueblo y entre ellas sin querer también le
escribo lo de tu niño y tú, que ella ya bien entenderá.
Al terminar, la sombra cruzó ahora por
el seto de laurel para bajar por el terraplén que daba al camino. Un
rayo de plata la iluminó entonces momentáneamente, al salir a la
claridad de la luna en el camino, mientras desaparecía para perderse en dirección a los campos, de cara a las casas de las tierras de Don
Sebastián.
Así pues martinuka era familia de las
esparraguesas por que su madre era prima carnal de la abuela de las
esparraguesas.
Martinuka era igual de alta y delgada
como todas ellas; y además de llevar una vida anónima como las de
muchas mujeres, con su escoba y su recogedor su bata, y su mandil de
grandes bolsillos, de los que sobresalían sus trapos de limpiar el
polvo, era algo así como un ángel de los niños pobres y
abandonados.
mvf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario