Los martes, a primera hora de la tarde, el sisa y su clase tenían educación física; al terminar recogían sus cosas y subían para el aula.
Ese día, después de subir al aula, los niños estaban sentados en sus bancos con sus libros encima del pupitre y sus libretas aún sin abrir; esperaban a que llegase el profesor de historia y que diera comienzo la clase. Mientras tanto permanecían acosados por la arbitraria disciplina de un caótico delegado de los alumnos, que había sido nombrado por el padre prefecto, que servía más de acusica que para mantener el orden.
La puerta del aula estaba abierta y desde ella se veía el pasillo vacío, su suelo de madera y los grandes ventanales de cristal, que les separaban del exterior; en espera de la llegada del profesor; pero la hora del comienzo de clases empezaba a demorarse. Cualquier novedad que rompiese la monótona costumbre del horario de clases era bien recibida, y por eso poco a poco fue aumentando el griterío en el aula. En medio de todo ello el delegado de clases, con la regla en la mano apuntando a sus compañeros, imitaba la tiranía de los profesores mientras profería amenazas de que tal o cual estarían castigados después de que él se lo dijese al padre prefecto.
Ya las amenazas entre unos y otro, el delegado de clases y sus compañeros, estaban llegando a más; y el delegado de clases estaba siendo amenazado con ser arrojado en la fuente del jardín que había próximo, en los exteriores del colegio; cuando aparecieron de repente, entrando por la puerta, el padre amapola, que era el que impartía la clase de historia, y el padre prefecto.
El silencio se hizo al unisono.
El padre amapola se arrimó a su mesa donde dejó encima de ella, una vieja cartera de cuero, en la que traía sus libros y otras herramientas de trabajo.
El padre prefecto, mientras tanto, mirando para la clase, se colocó enfrente del medio y medio del encerado - el delegado de la clase había desaparecido sentándose en su pupitre, después de haber sido avisado con un golpe de ojo de que se esfumase convirtiéndose en uno más de la clase - levantó la mano como un julio cesar escolástico que conminaba al pueblo alumno a callarse para escuchar su mensaje. Un silencio grave se hizo en la clase, y entonces el padre prefecto empezó a explicar: que el día de santo Tomás de Aquino por la mañana se oiría misa, como todos los festivos, después habría distintas actividades deportivas y competiciones de atletismo; la estrella deportiva sería el partido de fútbol entre los alumnos y los profesores; y por la tarde se pondría una película de cine en el salón de actos, " Marcelino, pan y vino ", todos los niños se echaron a reir de contento al oir el titulo de la pelicula porque el que más y el que menos ya la había visto dos o tres veces. Además a todos se les entregaría un boleto para participar en el sorteo de juguetes.
El padre prefecto explicó que a la clase le sortearían un tren, con las vagones las vias y una estación.
Al terminar la película se haría la entrega de los trofeos deportivos y el sorteo de los juguetes. Cuando marchó el padre prefecto los niños estaban felices: por la entrega del boleto, que cada uno esperanzado tenía en la mano premiado, y porque no tuvieron la primera media hora de la clase.
Al cerrarse la puerta del aula comenzó la clase de historia y como todas las tardes, sin más dilación para recuperar la media hora perdida, el padre amapola miró por la ventana y los niños empezaron a recostar sus cabecitas en sus brazos extendidos encima del pupitre... El sisa miró un rato su boleto, que estaba premiado, el 101; era como una pequeña avioneta azulada, sujeto en su mano.
- ¡Sisa … ! - se oyó la voz del padre
amapola, sin retirar la mirada por la ventana - guarda tu boleto.
La clase duró lo que un viaje en tren. Sonó la campana del fin de la clase cuando la locomotora del sisa con sus vagones cargados con todos sus compañeros estaba llegando a la estación .
Era la hora de recoger las cosas, el material escolar y las pertenencias que pudiera tener cada uno, y de bajar a merendar. Hoy tocaba bocadillo de mortadela, con aceitunas gordas y verdes. Mientras recogía sus cosas y las guardaba en el interior del cajón de su pupitre, al sisa se le deslizó su boleto del libro donde lo había metido, escapándose por debajo de su pupitre, cayendo al suelo lejos de su vista.
A la noche martinuka cuando movía los pupitres para barrer con su escoba de caña y hoja de palmitera, encontró el boleto número 101 debajo de la mesa del sisa. Lo recogió del suelo, y lo miró un instante. Sonrió. Entonces, con su carta metida en unos de los grandes bolsillos de su mandilón, martinuka abrió el cajón de la mesa del sisa y extrajo una de sus libretas. Estuvo ojeando un rato los dibujos que había en la libreta del niño, y después metió el boleto entre sus hojas y la volvió a guardar dentro del cajón del pupitre para que cuando fuera el momento oportuno el sisa lo volviera a encontrar.
mvf
wigfredo
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