martes, 31 de diciembre de 2013

Esa noche




Don Sebastián tuvo una hermana que murió de unas fiebres desconocidas, en los cincuenta, sorprendiendo a todo el mundo. Cuando le dieron la noticia a don Sebastián empezó a jurar y blasfemar, y a dar gritos y golpes contra las paredes y los muebles, como un poseso, produciendo un gran pavor entre sus familiares que se habían juntado para darle la mala nueva; dado que sabían de los fuertes lazos que le unían con su hermana.

En la misa del funeral por la hermana, allí estaban todos de pie, graves, silenciosos;  mientras ella, en su caja, permanecía inmóvil con su piel blanca como la nieve. La difunta había sido vestida, por deseo de su hermano, sin que nadie le llevase la contraria, con el vestido blanco de novia con el que él la había llevado al altar el día de su boda para ser entregada a su futuro marido.
La gente iba pasando y dando el pésame y don Sebastián rompió a llorar con el corazón roto de dolor. Fue la única vez que la gente pudo decir que don Sebastián tenía corazón.
El marido de la difunta, encumbrado por su cuñado había sido un prometedor teniente de la guardia civil hasta que cayó en deshonra en el cuerpo. Había certificado la muerte de un buscado bandido republicano que merodeaba por la sierra de los Ancares. Después de una reyerta de la guardia civil con los maquis; suponiendo que habían dado muerte al perseguido, llamaron a la hermana del bandido, para que viese el cadáver y lo reconociese. La hermana a ver el error de la guardia civil certificó pícaramente, a sabiendas de que no era él, que el difunto era su hermano.
Al correr la noticia de la muerte del famoso perseguido todos los participes en la batida, incluyendo a sus superiores,  fueron felicitados y recompensados por su logro hasta que se descubrió el error; entonces todas las burlas y las iras cayeron, cebándose, sobre el teniente.  El teniente agraviado, juró por su honor que no pararía hasta dar caza y captura al bandido; desde esas se obcecó endiabladamente en encontrar y dar muerte al bandido, escondido por la sierra de los Ancares;  pero no pudo cumplir su promesa pues fue muerto de un tiro a bocajarro, en otra reyerta contra los maquis, cerca de las minas de Villablino, un pueblo de León.
Tras la muerte de su cuñado Don Sebastián visitaba a su hermana y su sobrino todas las semanas llevándoles regalos. Hasta que la muerte de la difunta cogió de sorpresa a todos.
Al entierro asistieron mucha gente importante de la nueva España. Faltaron la gente humilde y entre ellos los caseros; no porque no tuvieran cabida en la Iglesia, ni su sentimiento por el dolor de su amo fuera menor, que el de las gentes que asistieron,  sino porque de aquellas no se les permitía a los humildes estar presentes en los momentos en que todos nos igualamos, como aquel ante la muerte.
Después de las exequias y que toda la gente importante se había marchado, de regreso a sus casas,  el matrimonio y los criados se fueron a la cama. 
En la casa de don Sebastián eran las doce de la noche y ya hacía rato que se había hecho el silencio. En la obscuridad las lagrimas de don Sebastián volvieron a brotar sin parar. 
Esa noche, don Sebastián, cuando todos se habían dormido, entró sigilosamente en la habitación de Abelarda, la criada, para buscar el placer de hacer un nueva vida después de sentir el dolor de la muerte.


mvf.
 


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