El cura se llegó a
la puerta. Había varios coches aparcados en las inmediaciones de la casa de lo que
se podía deducir que no era la unica visita. Asió la aldaba, de la puerta y la golpeo dos veces contra una pieza circular de metal clavada en la
madera. El sonido de los golpes entró
por la casa a dentro buscando a alguien que viniese a abrir mientras el esperaba la respuesta.
La aldaba era un
aro de metal, que colgaba sujeto por la
boca de una cabeza provista de enormes orejas y que miraba inquisitivamente al
visitante como advirtiéndole que según sus intenciones la puerta se podía abrir para
bien o para mal.
Miró para los
profundos surcos labrados por el tiempo en la madera de castaño, con los que
parecía estar escrita la historia de la casa.
No tardó en oírse
el ruido en aumento de pies apresurados que venían desde el interior de la casa para
abrir la puerta. La puerta se abrió y asomó una anciana señora de pelo
blanco que dijo sorprendida por la visita:
-
Buenos días padre. Pase pase, que esta uds. en su casa.
y así que le decía
esto, hacia ademán para que entrase mientras se quitaba el mandil. que traía puesto.
El mandil lo
vestía la anciana todo el día, desde que se levantaba hasta que se acostaba, y solo
se lo quitaba en raras ocasiones como cuando venía a la casa alguna visita apreciada para recibirla debidamente.
- Buenos
dias Eulalia- así se llamaba la señora- estoy enterado de que le han
venido unos familiares del otro lado del mundo y venía hacer una visita para
conocerles-. Iba diciendo el cura mientras seguía a la señora en el interior de la planta baja de la vivienda, por un
pasillo pisado con losas de color rojizo, hasta el salón. Allí alrededor de una mesa grande,
apretados, se había montado una buena tertulia con los visitantes.
Los
presentes al verle llegar le saludaron, entre risas y bromas.
- Sin faltarle al respeto sr. cura - aclaró alguien mientras se reían todos.
- Sin faltarle al respeto sr. cura - aclaró alguien mientras se reían todos.
En el salón estaban las
dos jóvenes y con ellas unas ocho personas más, todas ellas varones que decían ser
primos y hasta alguno, tataraprimo, y que por ser hijo de una prima tercera también había venido de visita
para conocer a las jóvenes.
En la casa, Eulalia de ochenta y seis años, con tanta visita aprovechó para celebrar
el ciento dos cumpleaños de la madre, y para ello había dispuesto en la mesa abundante café, bebidas y un par de tortas mantecadas para que
los invitados fueran picoteando en ellas.
La anciana
madre presidía la mesa y al ver entrar a su hija en el salón con el cura de la parroquia,
dio un respingo y rió mostrando sus mandíbula carnosas y desdentadas:
-
¡Lalia ... ya que vino el señor cura podías sacar esa botellita de aguardiente que
hay en la alacena de la cocina para echarle a la torta... y de paso me pones una copita a mí!
mvf
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