Por fin se
abrió la puerta del dormitorio y asomó el padre "avellana". El Sisa estaba recostado sobre el somier de la cama, a su llegada, y al verlo se incorporó con los ojos somnolientos. El padre había sido encargado el día anterior para que, a primera hora de la mañana al terminar su clase, llevará al menor de regreso junto a su madre; le preguntó si tenía todas sus pertenencias recogidas, y a una señal el Sisa se echó el atadillo de los libros a la espalda,
cogió la pequeña maleta y marchó tras él. Caminaban silenciosamente por el pasillo que otras veces había recorrido,
yendo o viniendo, saltando entre las baldosas del suelo negras y blancas, o
entre las blancas y las negras; a los lados quedaban las puertas de acceso de los distintos dormitorios donde, distribuidos según edades, dormían los alumnos del seminario menor.
El padre
abrió la puerta de cristales translucidos que había al llegar al final del pasillo y fuero a dar a una enorme estancia en la
planta alta. A un lado quedaban los ventanales por los que se veían las huertas
del colegio; de frente la sala de estudio y la biblioteca; a la izquierda de
ellos se abría una escalera ancha de piedra que mostraba sus pasamanos como unos robustos y anchos brazos de granito, por la que bajaban los alumnos,
conducidos en fila desde allí, para dirigirse al comedor o a la otra ala del edificio
donde estaban las aulas del colegio. Solo los
fines de semana, cuando la mayoría de los niños marchaban de permiso a su casa,
los que quedaban podían subir o bajar corriendo las enormes escaleras de granito, sin ser vistos.
- ¿Padre,
puedo ir por la pelota de futbol que tengo guardada debajo de la cama?.
- Vale, pero
te quiero ver aquí enseguida.
Después de bajar de la planta de arriba continuaron por el lado norte del claustro hasta llegar a la portería. En el patio enclaustrado había un pozo de piedra enmohecida del que se sacaba el agua de su interior labrado en roca moviendo con una manivela carcomida por el oxido una rueda de hierro; al pozo se podía acceder a traves de cualquiera de los lados del claustro; y el Sisa, sabiendo que no lo volvería a ver, le dijo adiós con una última mirada cuando se abrió la puerta para entrar en la portería.
Después de bajar de la planta de arriba continuaron por el lado norte del claustro hasta llegar a la portería. En el patio enclaustrado había un pozo de piedra enmohecida del que se sacaba el agua de su interior labrado en roca moviendo con una manivela carcomida por el oxido una rueda de hierro; al pozo se podía acceder a traves de cualquiera de los lados del claustro; y el Sisa, sabiendo que no lo volvería a ver, le dijo adiós con una última mirada cuando se abrió la puerta para entrar en la portería.
Dentro de la portería estaban Martinuka y su cosas de limpieza, y don Galvino el portero, hablando entre ellos; el padre "avellana" se dirigió a este último y le dijo:
-Cuando
aparezca el padre rector díganle que yo ya marché con el niño de regreso a su casa.
El portero, asintiendo sobre lo que le habían dicho, respondió:
- El conductor ya está esperandoles.
El dia del regreso del Sisa hacía una mañana neblinosa que aún no dejaba entrar el sol. El conductor, visiblemente impacientado por el cambio de su rutina diaria para llevarles a la estación, les esperaba con la pequeña camioneta que el centro tenía para sus mil quehaceres. Al verlos aparecer les saludó, tiró al suelo el pitillo de picadura que estaba fumando, y se dispuso a ayudarles a poner sus cosas en la camioneta y a subir al Sisa.
Martinuka
asomaba su cabeza al exterior, por la entrada de la portería, cuando el vehiculo marchaba. Al desaparecer
la camioneta de su vista regresó para el interior del colegio:
- Bueno ya se marchó el crio que está mejor con su madre que con la madre de Dios - Martinuka hablaba así por que ella era como un hada proletariada para los niños que se encariñaba con ellos.
- Calla Martinuka que te tengo que oir.
El silencio que vivía entre las piedras del seminario trató de adueñarse del aire de la portería en esos instantes de pausa que se hizo entre ellos.
- ¿Martinuka, tu viste el eje de abscisas por alguna parte? - preguntó don
- Bueno ya se marchó el crio que está mejor con su madre que con la madre de Dios - Martinuka hablaba así por que ella era como un hada proletariada para los niños que se encariñaba con ellos.
- Calla Martinuka que te tengo que oir.
El silencio que vivía entre las piedras del seminario trató de adueñarse del aire de la portería en esos instantes de pausa que se hizo entre ellos.
- ¿Martinuka, tu viste el eje de abscisas por alguna parte? - preguntó don
Galvino volviendo a la conversación.
- No sé; seguramente que algún dia tuve que apartarlo al barrer pero ahora no me doy cuenta donde pudo ser.
-¿Crees que el padre prefecto se enfadará si no aparece ?
- Y por que se va enfadar "el padre perfecto" por que no aparezca; ni que no fueramos humanos.
- Si, que se va enfadar; dijeron unos niños que el padre prefecto quería que llevase el eje de abscisas a la clase de matematicas que tiene a las doce y no va poder dar su clase.
- No tienen por que quejarse; anda todo tirado por ahi: papeles, lapices, gomas de borrar... como sea que no haya barrido con la escoba el eje ese sin darme cuenta. - dijo Martinuka abriendo la puerta para empujar sus pertrechos y volver al interior del seminario.
- Como ibas a barrerlo; se vería bien claro que era el eje de abscisas.
- Como ibas a barrerlo; se vería bien claro que era el eje de abscisas.
Galvino volvió a
su periodico, y sentado detras de su ventanilla gritó en voz alta para que lo
oyese Martinuka antes de que marchara:
- El padre prefecto es muy despistado; le preguntaré al conductor, cuando regrese de la estación; igual lo mandaron a reparar.
- Jesus, ni que fuera el eje de la tierra- dijo Martinuka desde el otro lado del mundo, y la puerta de la portería que daba al claustro se cerró.
mvf.
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