Desenlace
El tanatorio estaba lleno de vecinos y gente de otros pueblos de distintos lugares, que llegaban para dar el pesame. Algunas personas, reunidas en corrillos mientras fumaban, interrumpían el paso a la entrada. Era un gentío que venía para dar las condolencias a la familia y de paso aprovechar para darse el saludo unos a otros dando muestras, en la última despedida al difunto, de que entre todos formaban una comunidad. El tanatorio estaba dividido en cuatro velatorios, cada uno con una antesala para los visitantes y una sala más intima en cuyo interior había una habitación climatizada con pared acristalada a través de la que se veía al difunto. De los cuatro velarorios solo uno estaba ocupado, y en su sala, en el interior de la habitación, estaba postrado el difunto Rosendo con su cuerpo embalsamado, estirado dentro de su ataúd, rodeado por ramos y coronas de flores que habían enviado sus familiares y amigos; expuestos de tal manera que por fuera, a traves de la pared acristalada de la sala, la gente que venía a despedirle pudieran verle y darle el último adiós. Enfrente de la pared acristalada, sentados en un banco, estaban los familiares más próximos, la viuda y la hija de Rosendo, el que fuera conserje del ayuntamiento.
Era vago, hasta para morir - dijo en voz baja su viuda, la Zarza, mientras se pasaba el pañuelo por sus ojos llorosos - no podía haber hecho como el Juan de la Maruja, que fue a la huerta para hacer un semillero de lechugas y allí quedó sentado en compañía de su perro. Pobrecito, el animalito ni se lo creía; iba todos los días al cementerio y se sentaba al lado de su tumba esperando que se levantase para ir juntos a dar un paseo.
- Pero mama ...
Se hizo el silencio entre las dos, madre e hija que velaban al difunto Rosendo, desde la antesala se oía un mar de murmullos de los corros que se formaban entre la gente que venían a dar el último adiós al difunto. Entre ellos sobresalía la voz de la librera haciendo énfasis en lo mucho que se acordaba del difunto.
- Ay, cuanto me tengo acordado de él en la librería. Mucho gasto no hacía, pero por lo menos hacía compañía. Eso si que no tenía precio.
La Zarza reanudo en voz baja la conversación con su hija:
- El marido de la vecina estaba pintando la entrada del garaje y le pidió a su hijo que continuase mientras él se sentaba un ratito para descansar. Por lo menos esperó a que su hijo terminase de pintar el portón del garaje. Imaginate que bochorno, todo el mundo entrando y saliendo de la casa del difunto y el portón del garaje a medio pintar.
- ¡ Mama te van oír, que están los vecinos!
- Y el marido de la Chuchi, que mira que se enteró todo el mundo: dijo que iba a salir a comprar tabaco, y no volvió ni para que lo enterrasen. Ese si que no dio trabajo; a saber donde se fue a morir.
-¡Pero mama!
- ¡Hija, tu padre era vago, ni se levantó de la cama!
Se aproximan la Fina y su hijo a dar el pésame a la Zarza.
- Veníamos a dar el pésame.
Se abrazan dándose unos besos.
- Gracias Fina por ser tan buena prima.
- Que pena de hombre, y con lo bien que pintaba las mujeres.
-Hija eso era por el hambre que pasaba - la Zarza, ante la perplejidad de la hija, continuó diciendo - que una cerró las piernas hace veinticinco años ... y con algo se tenía que entretener. Pintar mujeres y arreglar paraguas.
La Fina y su hijo se separan para acercase a ver al difunto a traves del cristal.
- ¿Como que arreglaba paraguas?
- Si, no lo sabias?
- ¿Papa arreglaba paraguas?
- Arreglaba los paraguas a los amigos y cobraba.
- Mama como no sabía nada; tengo un montón de paraguas en casa estropeados.
Después de mirar al difunto por última vez se despiden:
- Pobrecito, a ver si tiene más suerte ahora - dijo la Fina
Al quedar solas de nuevo entre tanto gentío, la Zarza reanuda su conversación.
- ¡Ay! - exclamó dando un largo suspiro - mi Rosendo, yo me quiero ir con él.
- ¡Deja tranquilo a papa, que cada uno vive en su sitio; él en el cementerio y tú en tu casa. Así que no la líes ahora!
- ¿Y como voy hacer para lavar la mitad de las sabanas donde duermo yo?
Se hizo el silencio. Las dos: madre e hija miraron para el difunto al ver moverse levemente las flores por el aire frio que guardaba al difunto.
-¿Tu crees que nos estará engañando?
- No madre, esta vez nos ha dejado en paz.
La madre ladea la cabeza sobre el hombro de la hija
- Pues que descanse el también.
- ¡Amén! - dijeron las dos.
mvf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario