Cuando la Zarza abrió la puerta para ver quién llamó, no pudo ocultar su sorpresa al ver a la Fina, acompañada de su hijo, que hacía mucho tiempo que no venía de visita.
Aunque
eran familia por parte de las abuelas, que eran primas segundas, ambas no se podía soportar mutuamente pero la Fina había decidido ir a casa de la Zarza para
rogarle que su marido fuera a pintar unas figuras religiosas en las paredes de la iglesia
visigótica, para que estuviera todo preparado el día de la fiesta del
pueblo.
Cuando la zarza se lo contó a su marido Rosendo se
negó rotundamente.
Solo después
de escuchar toda la tarde a la Zarza y a la visita hablando fervorosamente del anterior párroco, mientras tomaban café con pastas:
- ¡Niño, deja
de mirar el teléfono y escucha con atención lo que dice tu prima!
- ¡Es que
don Eusebio sabía más que el Papa!
- ¡Venga
Rosendo vete diciéndoles ya que si, mientras pongo otra pota de café encima de
la cocina, que la Fina y su hijo se querrán marchar!
finalmente
el buen hombre accedió:
- Bueno,
pero no voy a poder ir todos los días a comprar azúcar.
Así que se
puso, Rosendo pintó unas pastoras en las paredes de iglesia que dieron mucho
más que hablar que las paredes pintadas de blanco, olvidándose todo el mundo de
las críticas anteriores.
Es verdad
que algunas de las figuras pintadas parecían faltarles brazos y otras
bizqueaban, y hasta es verdad que la señora que tenía un niño en los brazos le
faltaba el cuello; pero eso es también cuestión de la estética de cada artista.
También hay esculturas romanas en los museos que les faltan brazos, piernas y hasta
cabeza y nadie protesta por ello. Además como dijo el párroco en la misa:
¿quién mejor conoce para pintar la capilla que quien fue bautizada en
ella?; y aunque sospechábamos que el argentino con sotana, que nos mandó
el obispado, para sustituir al anterior párroco, cuando se jubiló, no era cura sino un
oportunista que practicaba intrusismo profesional; había cosas que aceptábamos
por la claridad de san se acabó. Y del sermón, los vecinos de los dos bandos que se habían creado en el pueblo con motivo de pintar de blanco las paredes de la iglesia visigotica, unidos como hermanos pasamos a la eucaristía:
- ¡La
iglesia queda mejor de blanco!
- ¡Ya lo decíamos
nosotros!
La fiesta
fue todo un éxito. Nunca hasta ahora fue tanta gente; hasta vinieron periodistas
y de la universidad, que no pararon de hacer fotos a las nuevas pinturas de las
paredes de la iglesia visigótica. Y sino que se lo pregunten a la campanera que
guardaba las llaves de la iglesia para abrirla al público; por cada foto un
euro para salir ella de delante de la cámara. El dinero que sacaba lo metía en
el cepillo para no declarar nada a hacienda y después se lo repartían entre
ella y el argentino, el cura de la parroquia.
En vista del
éxito y de la abundancia del negocio, para aprovechar el tirón, acordamos hacer
una colecta entre los vecinos para levantar el tejado de la iglesia y quitar
esas losas vetustas de granito que lo cubrían desde el siglo VI, para poner en su lugar un tejado de teja roja, donada por una cerámica local, que nos
garantizaron que por lo menos duraría doscientos o trescientos años, y sino
para esas ya hablaremos.
mvf.
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