martes, 27 de octubre de 2020

La cuestión

Si alguien sobrevivió a don Sebastián, el cacique que no se quería morir, fue su viuda la tía la rica.

 La mujer de Don Sebastián, fue llamada la tia la rica, cuando se hizo de su sobrino, hijo de la única hermana que tenía. El niño quedó huérfano al morir los padres en un accidente de trafico cuando viajaban por Asturias. Como el matrimonio con don Sebastián no tuvo sus frutos, la tía la rica consiguió de su esposo que el sobrino viviera con ellos y ocupara una de las habitaciones de la casa grande; pero este no consintió a su mujer que le llamara hijo, para aclarar las cosas.

Mientras el sobrino vivió, nunca le faltó nada que no pudiese permitir la ostentación de la casa de Don Sebastián, y cuando sus profesores preguntaban a Manolo, el conserje de la escuela, donde estaban los ausentes de sus clases, este respondía sin titubear:

- Los ausentes están fumando a escondidas, en el puerto.

- ¿Y el sobrino de don Sebastián está también con ellos?

- El sobrino de don Sebastián está paseando con el coche por el pueblo.

La tía la rica, sobrevivió también a la muerte de su sobrino, y vivió lo suficiente para ver como el mundo de los caciques gallegos se trasformaba y mantenía su poder con sus vástagos convertidos en funcionarios de la Xunta de Galicia, y como estos borraron de su memoria los nombres de la gente de bien de la época de Franco, como la viuda de Don Sebastián, el cacique que no se quería morir.

Cuando apareció mi prima, la de Cataluña, con una mochila a la espalda, un joven estirado y huesudo cogido de la mano, y un perro lanudo, de la calle, llamado bribón, porque tenía un ojo rodeado por un circulo negro; creímos que venían de paso; pero mi prima no tardó en aclarar que venía huyendo de los ruidos, las prisas y el estrés de la vida de Barcelona, y que su pretensión era quedarse a vivir en la antigua casa de piedra, de sus padres.

Mi prima marchó de pequeñita con sus padres para Cataluña, y como quien dice, se crió catalana y de aquí ya no se acordaba de nada; así que me pidió que la acompañase a la casa, donde sus padres vivían antes de emigrar buscando trabajo, o una vida mejor lejos del pueblo.

Montamos todos en mi coche; el perro, no consintió ir en el maletero y fue en el asiento de atrás, encima de las piernas del joven acompañante de mi prima; asomando durante el viaje la cabeza por la ventanilla abierta. Al llegar,  cuando paramos delante de la casa,
sin dar tiempo, siquiera a que el joven abriera la puerta del coche, el perro saltó por la ventanilla y cuando bajamos, había desaparecido; solo se oían sus ladrido entre la maleza que crecía sin control rodeando la casa.

Cerca, por detrás, la casa poseía
una finca también llena de enormes zarzas y tojos. Al estar años sin sembrarse se había echado al monte. 

Al ver el estado de la propiedad les dije que para entrar en la casa tendrían que llamar a alguien que viniera a limpiarla, que regresáramos y que mientras tanto, podrían pasar unos días en mi casa. Pero rehusaron. Solo aceptó, mi prima, volver, para que la llevase al antiguo galpón que tenemos y coger allí algunas herramientas de mano para desbrozar y limpiar la entrada de la casa, para poder entrar en ella. Fuimos al galpón y sin más dilación regresamos cargados con un par de hoces y un ancho y viejo azadón de hierro. Descargaron las herramientas y nos despedimos con unos besos. Después de dejarlos allí, cuando me alejaba en el coche, lo último que vi por el espejo retrovisor del coche fue a mi prima diciéndome adiós con la mano, y como el joven, sin más tardanza había cogido una hoz y se había puesto a cortar el matorral. Al atardecer ya tenían despejada la entrada de la casa y después de forzar la cerradura de la casa consiguieron entrar en el interior de la vivienda para poder pasar la noche dentro, en sacos de dormir, en una habitación de ventanas destartaladas y puerta desencajada de su marco.

mvf.

















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