lunes, 23 de noviembre de 2020

los nuevos vecinos

Con su pelo cano alborotado, de primera hora de la mañana, y su cigarro recién encendido, colgando en la boca; el abuelo de los labrada se acercó a la ventana de su habitación desordenada, para ver de donde procedían los ladridos que le habían despertado.

Se había olvidado de la casa vecina que con el paso del tiempo, desde que fuera deshabitada, se había ido rodeando de maleza, hasta pasar desapercibida en el paisaje rural que se veía desde su ventana; y ahora, después de la limpieza de la vegetación parecía como si hubiera despertado de nuevo a la vida.

Los ladridos provenían de un perro que daba vueltas alrededor de una joven, mientras esta limpiaba unas viejas jardineras que había encontrado. El perro quería jugar pero la chica no le hacía caso y continuaba con su labor.

Cerca de ellos, oteando lo que ocurría en la casa de al lado, desde su campo, la vaca sorda de los labrada arrancaba con desgana la hierba del suelo. Había llegado, atraída por el olor de la vegetación segada y el que emana de la tierra, al haber sido desenraizada la maleza. Al sentir, encima de ella, la mirada de su amo, irguió su testa ladeándo la cabeza hacia la casa de los labrada; dio un prolongado mugido de saludo, para que fuera oída desde la habitación de los abuelos de los labrada; después sacudió el rabo sobre sus ancas y volvió a su afición, la de espiar.

En la barbería, cuando las manos temblorosas de parkinson del barbero del pueblo, volaban con tijeras y peine, segando el pelo por encima de la cabeza del abuelo de los labrada, este dejó caer su opinión:

 - ¡Ja!. Estos señoritos de ciudad que sabrán ellos del campo.  







A media mañana, apareció de nuevo mi prima con su novio por casa, para saludar a mi madre. Tomamos un café juntos y nos hablamos de cosas de las dos familias y del tiempo pasado. Antes de marchar pidieron permiso para volver al galpón a coger algunas herramientas de carpintería; pero esta vez, aunque yo me ofrecí llevarles, quisieron regresar caminando, con su perro de ojo morado, corriendo alrededor de ellos.

 

 

 

 El novio de mi prima era mañoso y desde primeras horas de la mañana, se oían por los alrededores, el repiqueteo del martillo asegurando los marcos de las ventanas y las puertas de la casa como si fuera una abubilla, que picotease haciendo su nido en el tronco de un árbol.

Después de un tiempo llegó el confinamiento.

 

 

 

 


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