Al día siguiente, después de salir el sol, las gallinas viejas se reunieron en el comedero esperando a que saliesen las intrusas, para discutir lo que había pasado por la noche en la caseta; pero las intrusas no dieron aparecido.
Pilar,
por las mañanas, bajaba a dar de comer a las gallinas y solía dejar
abierta la puerta del gallinero para que pudieran salir a la huerta y si el tiempo lo permitía, con frecuencia escapaban
a la calle para picotear en la tierra por los margenes de la
carretera. Al no ver las gallinas nuevas pensó que estarían poniendo.
Abrió la puerta del gallinero y las gallinas viejas, olvidándose de las
nuevas compañeras, echaron a correr detrás de ella para la huerta, para escarbar y desenterrar lombrices y picotear los caracoles de las lechugas.
Las gallinas nuevas, no pusieron ningún huevo y cuando pasada la media mañana salieron de la caseta tenían el interior del corral todo para ellas. Después de dar varias vueltas inspeccionando descubrieron la puerta abierta y tras unos instantes de dudas decidieron salir; pero en vez de ir a la huerta se fueron para el patio de la casa y allí descubrieron el pienso del perro. Cuando el perro vio a esas mequetrefas picoteando sin ningún recato en su comida, pensó en darles una buenas corridas para que se fueran a la huerta, pero como ya recibió más de un escobazo por poner a volar a las gallinas, decidió no buscarse problemas; se levantó, se dio media vuelta y marchó para la carretera para ladrar y perseguir a los coches que pasaban.
Las
gallinas viejas al ver aparecer en la huerta a las nuevas dejaron estar la
cosa, porque estaban más tranquilas así, siempre y cuando no fuesen a picar por donde andaban ellas, que conocían los mejores sitios. El único que se molestó fue el gato, que dormitaba tranquilamente su siesta cerca del brocal del pozo, cuando se pusieron a escarbar alrededor del pozo y lo despertaron. Les largó sendos bufidos y hasta les mostró cara de fiero poniendo los pelos de punta, pero le ignoraron; entonces decidió evitarlas y de un salto escaló uno de los troncos de las cepas, que cubrían de hojas el lugar del pozo, y continuo su siesta entre las hojas del parral.
Al día siguiente Pilar fue a mirar en el ponedero y las gallinas no habían puesto ningún huevo.
- Bueno, aquí pasa algo - se dijo - A ver si va venir por la noche alguna garduña a comer los huevos de las gallinas y se escapa por debajo de la alambrada.
El segundo día las gallinas caminaron en dos bloques, sin mezclarse las antiguas con las nuevas. Y por la tarde las gallinas nuevas descubrieron la alambrada que marcaba los lindes de la propiedad de la casa con el exterior y conocieron el mundo nuevo más allá del corral.
mvf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario