miércoles, 16 de octubre de 2024

LA CASA DEL RIO SUSURRANTE 2

Las casas se abrazaban entre sí, como viejas amigas, buscando calor en la fría y gris mañana que envolvía al pueblo. El aroma del pan recién horneado emanaba de la furgoneta de la panadera para mezclarse con el aire fresco de la mañana. La panadera había estacionado su vehículo en la plaza, frente a la farmacia, para vender el pan con su delantal manchado de harina. Mientras atendía a sus clientes, un grupo de mujeres se acercó, visiblemente preocupadas.

 —¡Buenos días, señora Panadera! —saludó una de ellas—. ¿Que pasó ayer con el pan? Y, por cierto, ¿qué ha pasado con Mamadour?

La panadera frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No sé nada, chicas. Su desaparición no es por falta de papeles —respondió con firmeza—. Sus documentos están en regla y tiene un contrato como Dios manda.

—Pero… —interrumpió otra mujer— no habrá tenido algún problema con tu marido, el panadero.

—¡Que ganas de hablar tiene la gente! —negó con un gesto de la mano— Mi marido esta muy contento con él. Siempre cumplía con su trabajo.

Las mujeres intercambiaron miradas confusas.

—Entonces, ¿dónde puede estar? —preguntó una joven con voz chillona—. ¿Habrá regresado a su país sin avisar?

La panadera suspiró y miró hacia el horizonte.

—Pero todo es muy extraño, porque la furgoneta estaba estropeada, parada aún lado de la carretera, en la zona de la casa del rio susurrante.

Al oír esto las mujeres comenzaron a murmurar entre ellas, llenas de inquietud.. Algunas empezaron a hablar en voz baja, temerosas de que alguien pudiera escucharlas.

—¿Qué significa eso? —preguntó una anciana de con voz temblorosa—. ¿Por qué no nos dijo nada?

La panadera añadió:

—Todo esto es muy raro. Nunca se iría sin despedirse…

Las mujeres intensificaron la conversación, intercambiando teorías sobre lo que podría haberle sucedido a Mamadour, mientras el aroma de las especias y el pan recién horneado impregnaba el lugar.

—Tal vez debería ir a buscarlo —un hombre serio y de voz ronca que estaba cerca, escuchando como hablaban las mujeres, se acercó a la conversación—. igual fue a la casa de la bruja.

 Al terminar el reparto, la panadera decidió desviar su ruta de regreso al horno y tomar el camino que bordeaba el río, con la intención de visitar a la bruja. Aparcó su furgoneta cerca de la casa y caminó hasta la puerta, repitiendo el gesto que había hecho el día anterior Mamadour. Los golpes de la aldaba resonaron en la antigua vivienda.

Cuando la bruja abrió la puerta, la panadera se plantó frente a ella, con los brazos en jarra, y le dijo con determinación:

 Buenos días Eulalia. Tu no sabrás nada sobre la desaparición de mi ayudante de la panadería, porque tu eres media atravesada. 

  La bruja, con una sonrisa enigmática, invitó a la panadera a entrar. Una vez dentro, le ofreció un café y comenzó a hablarle sobre una receta especial de mantecados que acababa de preparar. Y con sus artes mágicas, hipnotizó a la panadera describiendo los ingredientes y el proceso de elaboración.

Poco a poco, los pensamientos sobre Mamadour se desvanecieron de la mente de la mujer, y en su lugar, solo había el delicioso sabor de los mantecados que se deshacían en su boca. 

 —¡Me encantaría aprender a hacer estos mantecados!

—Seguro. Te puedo decir como hacerlos. En un bol, tienes que mezclar la manteca con el azúcar hasta que esté bien cremosa.

 —¡Si.Si.Si. Están muy buenos!

 —Después, aparte de la canela, yo le echo un pellizco de sal y pimienta.

 —¡Me encanta! Gracias por contarme la receta. Tenemos que hacerlos juntas algún día.

 —¡Sí! Será divertido. Estoy segura de que te van a salir riquísimos.

 Al cabo de un rato, se despidieron como buenas amigas y la panadera salió de la casa completamente absorta en el dulce sabor que aún persistía en su paladar. Y con una sonrisa radiante, prometió regresar al día siguiente con un exquisito brazo de gitano que preparaba en el horno de su panadería, sin recordar ni por un instante lo que había motivado su visita inicial.

 La bruja observó cómo se alejaba la furgoneta del pan, satisfecha con el poder que ejercía sobre aquellos que cruzaban el umbral de su casa.   

 

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