martes, 7 de abril de 2015
La vida natural 10 - el cortejo
Pasados los efectos eufóricos de las plantas que habían comido en el jardincillo de la campanera, las ovejas de la iglesia empezaron a inquietarse ante la prolongada ausencia del perro pastor, y viendo a sus congéneres pastando la verde hierba del prado de abajo, lindante con los terrenos de la iglesia, y las miradas libidinosas que les lanzaba el carnero del rebaño de la mujer del herrero desde ese lugar, decidieron escapar para ese campo. Entonces, disimuladamente, las ovejas se fueron acercando por la parte posterior de la iglesia, parándose, haciendo que devoraban algún tallo sobresaliente, hasta que llegaron al sitio apropiado por el que podrían salir de donde estaban, y desde allí, por entre zarzas e hiedras, que hacían de cercado natural de los terrenos de la iglesia, cruzaron al otro lado.
Al llegar, las ovejas de los labrada, al campo donde estaba el rebaño de la herrera, recibieron una fría acogida; solo el carnero daba signos de alegría: echaba carreras, haciendo ademán de dar topetazos con sus cuernos grandes y enrulados, y se paraba estirándose, enseñándoles sus cualidades masculinas. Las dos ovejas se hacían las molestas por los regalos de las poses de que eran objeto, y trataban de mostrarse, ante sus igualas, ovinas: indiferentes, o las inocentas, acercándose a olisquear a los carneros mansos que no salían de las faldas de sus madres, bajo las miradas furibundas de estas; o bajo la mirada celosa de las borregas que veían como les acaparaban la atención del macho del rebaño.
Estaba claro que las ovejas y borregas de la herrera no tenían sintonía alguna con las dos forasteras; finalmente, para dejar las cosas claras, decidieron darles la espalda, y así el rebaño se convirtió en una manada de ovejas dispersas en el campo, con un centro de desencuentro, en el que para desgracia de ellas, o a saber, se veían nuestras dos amigas acosadas por el carnero.
Ante la mirada sorprendida y atenta de un borrego joven, que trataba de aprender desde lo lejos, para no ser tomado por rival en el cortejo de su progenitor; y unas urracas, que saltaban por entre las ovejas, correteando en busca de alimento por el campo; las ovejas, no tenían más escapatoria que aclararse, y dejarse intimar por la necesidad y por las cualidades del macho lascivo, que sin permiso de sus respectivos amos, solo tenía el fin de aproximarse e iniciar su monta. Al menos una de las dos podría comer tranquilamente. “A caso por turnos”.
mvf.
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miércoles, 18 de marzo de 2015
La vida natural 9
Al llegar la perra al prado, no tardaron en volver aparecer sus pretendientes; allí aparecieron también Melquiades, el perro de los de la labrada, y su hermano el perro pastor de la mujer del herrero.
Ahora, bajo el roble centenario, y los campos de maizales, se reanudó de nuevo la competicion para ganar los favores de la perra. Los perros que se veían con más posibilidades se mostraban zalameros cuando los miraba la hembra y enseñaban sus caninos a los demás cuando se acercaban. Pero la hembra ya había elegido a su favorito; era un perro con un pelo rudo y color pajizo, que cubría su cara pareciendo un espantapájaros, y cuando estuvo lista quedó quieta delante de su elegido. Entonces retiró la cola mostrando su vulva húmeda y dulzona al macho para que la penetrase.
Los demás pretendientes al ver que los dos amantes se habían unido, mostraron su frustración dando ladridos y peleando algunos entre ellos. Uno de los perros en su desaforo le dio un mordisco a melquiades produciéndole un desgarrón en la oreja. El animal chilló dando un ladrido lastimero, giró su cabeza y lanzó una dentellada al aire, sin alcanzar al otro perro, que corría con el rabo bajado al ver lo que había hecho.
Finalmente los perros, viendo que ya nada tenían que hacer, decidieron abandonar el lugar dejando atrás a la hembra y su amante, copulando. Nuestros dos perros pastores marcharon también, y se fueron en dirección al río para sofocar sus ardores y calmar la sed de la jornada perdida.
Se abrieron paso con sus hocicos por entre la maleza y llegaron a un pequeño escampado al lado del rio, lleno de hierba fresca, donde hacían sus posturas los pescadores en las largas tardes de verano. Las ranas sorprendidas al llegar los perros a la orilla saltaron buscando cobijo en el rio. Con su lengua arqueada a modo de vasija apaciguaron la sed dando profundas lametadas en el agua, mientras los ojos saltones de una rana, que sobresalían en el agua a una distancia segura, al lado de unas espadañas cercanas a donde estaban bebiendo los animales, les vigilaba; cuando los perros terminaron de saciar su sed y se apartaron de la orilla, desapareciendo en la espesura de la maleza de la ribera, croó avisando a sus congéneres de que había desaparecido el peligro.
El atardecer volvía el cielo rojizo y la luz aún destellaba sobre el agua, cuando los dos hermanos recordaron sus obligaciones y regresaron desde allí a buscar a sus rebaños para conducir las ovejas a sus establos.
mvf.
martes, 10 de marzo de 2015
La vida natural 8
El dueño de la perra en celo regresó con el animal a casa y la dejó atada, con una cuerda al cuello, en el cobertizo donde se guardaba la paja para el ganado. Así que el amo desapareció, tras pasar un tiempo, el instinto del animal le empujó a mordisquear la cuerda para liberarse y regresar lo antes posible con sus amantes; finalmente consiguió soltarse.
Con su cuerpo pegado al suelo y sin apenas levantar la cabeza, fue arrastrándose hasta fuera del cobertizo; allí, estuvo un rato simulando estar dormida, moviendo los ojos de un lado al otro del patio, mirando si había alguien. Cuando se cercioró que su amo no volvería a aparecer continuó arrastrándose, lentamente, hasta llegar al corral de las gallinas que estaba en el otro extremo del patio. El corral de las gallinas tenía un gallinero de color oscuro, con unas aberturas por las que entraban y salían las gallinas, y estaba adosado a un pequeño muro que hacia de cierre del recinto del patio.
Al ver a la perra que se movía sigilosamente sin levantar su cuerpo del suelo, el gallo, un ave campera fuerte y vigorosa, de plumaje de color leonado oscuro, sospechando que tuviese malas intenciones, echó a correr hacia ella cacareando amenazadoramente. La perra al verlo correr hacía ella lo miró enseñandoles sus dientes, rosmando* gruñendole, y el gallo al ver que le enseñaba sus dientes, cambió de dirección y se apartó aleteando, alejándose de su destino, deteniendose a una distancia prudente. Cacareando, arañó la tierra con su pata; y estiraba su cuello, excitado; miró de lado con uno de sus ojos verde amarillo, donde acababa de escarbar había algo que parecía comestible. El gallo levantó su cabeza, pero tras su descubrimiento se olvidó de la perra, dio unos golpes al aire sacudiendo sus crestas rojas, y apuntando con su pico al cielo cantó un sonoro kikiriki; al oírlo las gallinas aparecieron corriendo, cacareando, y empezaron a picotear en el suelo, en el lugar que les terminaba de señalar su macho.
La perra si inmutarse de la escena que terminaba de ocurrir, continuó moviéndose hasta llegar a un pequeño muro, que hacía de linde, y al ver libre el camino, saltó escapándose en dirección a dos encinas centenarias, que se veían a lo lejos, donde estaba el prado en que había estado con sus amantes, antes de que apareciese su amo.
mvf.
martes, 24 de febrero de 2015
el chihuahua
Las Esparraguesas eran conocidas en el pueblo por su devoción a la misa. Alguien, probablemente debido a la estatura alta y delgada de las
mujeres de esa familia, había querido ver en ello el parecido a ese insecto, y las apodó con el nombre que en Galicia se le da
a la mantis religiosa.
- La mantis cuando está
al acecho con sus brazos recogidos preparada para atrapar a su presa, parece que está rezando, y por esa similitud se le llama mantis religiosa e incluso en algunos sitios de latinoamerica, a la
mantis se le llega a llamar santateresas.
- ¡Ahora mismo me adelantas a la esparraguesa!.
- ¡Aja! - respondió el sobrino de la tía la rica.
El sobrino obedeció inmediatamente pisando el acelerador a fondo, y coche aumentó su velocidad recibiendo sus ocupantes un pequeño
tirón contra el respaldo de los sillones.
Así empezó la carrera para alcanzar el vehículo de la esparraguesa.
- ¡Pero que se habrán creído las esparraguesas!
Los dos coches se pegaron casi el uno con el otro. Entraron en una
curva y chirriaron las ruedas de los vehículos. Al salir de la
curva el coche perseguido volvió a distanciarse.
- ¡ Pero adonde irá así, esa loca con tanta urgencia!.
El cuerpo de la tia la rica se inclinaba de un lado al otro del
vehículo, en las curvas.
- ¡Aja!.
- Que tanto aja, que pareces un loro. Conduces como las
moscas, y mírame cuando te hablo - gritó la tía la rica ofuscada,
sin saber lo que decía.
El sobrino de don Sebastián ladeó la cabeza para mirar a su tía
y en ese instante el coche se precipitó por un
terraplén, dando vueltas de campana, mientras el coche de la
esparraguesa se perdía en la distancia sin
darse de cuenta de lo que había pasado.
Ese dia falleció el sobrino de don Sebastián mientras
que la tía la rica salió vivita y coleando sin parar de echar pestes
contra la esparraguesa y la afrenta que cometió adelantándoles a toda
velocidad, sin mostrarles respeto alguno.
La esparraguesa y toda su familia, enteradas de la desgracia, y la culpa que se les atribuía, se acercaron enseguida a la casa de la tia la rica, para mostrar, apenadas y compungidas, disculpas por la culpa que pudieran haber tenido en el accidente, y explicar con gran dolor el motivo por el que la Fina, la más delgada de las esparraguesas, corría tan
precipitadamente sin parar el coche para saludar:
- que corría urgentemente al veterinario porque se había sentado encima de su perrito chihuahua esmagándole una pierna.
Las esparraguesas no pararon de rezar oraciones para ayudar al
alma del difunto sobrino, y colaboraron en todo lo que pudo ser durante el sepelio y hasta cuando se llevó al cementerio el féretro, con el cadáver
del sobrino para ocupar el lugar vacío del ausentado don
Sebastián, la tía la rica caminó apoyándose en el brazo de
la madre de las esparraguesas.
Asistió mucha gente al entierro del sobrino de don Sebastián, y
todos oraron mientras la tía la rica lloraba desconsolada,
cuando se cerró el nicho de su difunto esposo.
Aunque mucho recen, y recen; muy inocente no son las
esparraguesas. Por que hay que ver a quien se le ocurre comprar un perro chihuahua con el mismo color, marrón rojizo, que los asientos del coche.
lunes, 9 de febrero de 2015
El paseo
El coche, un viejo vehículo alemán de color negro, estaba esperando aparcado delante de la casa.
La tía la rica se sentaba siempre en la parte de atrás.
El sobrino abrió la puerta del vehículo y ayudó a su tía a entrar y sentarse, a duras penas, en medio y medio del asiento trasero. Encima del cuero cuarteado del asiento había unos viejos cojines que tía la rica había mandado hacer por que se quejaba de que los baches de la carretera le destrozaban su reumática espalda. Estuvo un rato protestando mientras se acomodaba con los cojines, moviendolos de un lado a otro, y cuando terminó, su sobrino le echó una manta por encima de sus flacuchas piernas para que no tuviese frio. Después cerró la puerta de atrás y se dirigió a sentarse en el asiento del conductor.
La tía la rica carraspeaba diciendo que todo estaba a su gusto, y desde ahí, sentada en la parte de atrás con sobrino al volante, dirigía el vehículo a su antojo.
Se encendió el motor del coche.
- Primero me llevas a la floristería que vamos comprar unos ramos para adornar la tumba de tu tío: que aunque no se sepa donde duerme, hay que poner flores en su tumba no vayan pensar que nos hemos vuelto pobres.
- Aja ¡ - respondió su sobrino, mientras el vehículo se ponía en movimiento y salía a la carretera en dirección al pueblo.
- Después vamos ir al cementerio y tu miras como están los alrededores del panteón familiar y si ves algo lo limpias. Sin pasarte que tenemos muchas cosas que hacer.
- Aja ¡.
El paisaje en movimiento comenzó a verse desde los cristales de las ventanillas.
- Después vamos ir a comprar una garrafa de cinco litros de licor café que ya apenas queda no vaya ser que tengamos alguna visita inesperada.
El licor café de la botella, como decía la tía la rica: o se evaporaba o se lo bebía una vieja criada, acostumbrada a oír sus quejas e insinuaciones de que desaparecía la bebida de manera misteriosa.
La tía la rica, después de comer pedía a la criada que le trajese la botella de licor café para ponerse una copita de su licor sin parar de quejarse delante de ella. Luego mandaba a la criada que le trajera un lápiz que se guardaba en el cajón de un mueble de castaño sobre el que había un enorme aparato de radió de válvulas en el que antaño se escuchaba en la casa, rodeados de amigos, los partes del bando nacional; la guerra se acabó y el aparato continuó dando las noticias de radio nacional y los mensajes del generalísimo hasta que un día, cansado, enmudeció; el viejo trasto de válvulas quedó ahí encima del mueble de castaño, protegido del polvo por un raído tapete verde, en espera de que volviese a funcionar para dar las noticias, como quien quiere que las cosas cambien de nuevo para que todo volviese a ser viejo y caduco como antaño.
La criada traía el lápiz mientras se volvían a repetir las quejas de su ama. La tía la rica pintaba la siguiente linea descendente en el cristal de la botella, con la que sabía a ciencia cierta que aunque el licor terminaba evaporándose su criada no olía siquiera la bebida, y con el mezquino ritual de todos los días la tía la rica, para que no se le ocurriese beber a escondidas, hacía ver a la criada el riguroso control que tenía del contenido de la botella, a la vez que linea tras linea quedaban anotadas las copas que se le podía sacar a la botella, costumbre ruín que había heredado de su difunto esposo.
Al terminar de tomar su copita mandaba guardar la bebida - ... y mete con fuerza el tapón de la botella - le decía a la criada - que va haber que traer un notario y lacrar el corcho para saber lo que pasa.
El paisaje de árboles y campos frente a un fondo de montañas ancianas y redondeadas, no paraba de moverse por el cristal de las ventanillas del coche.
- Mal rayo parta a esa vieja de criada; que manera de bebe licor café - reanudó su perorata la tía la rica desde el asiento trasero del vehículo - Quien la va echar con sus años si lleva toda la vida con nosotros; la pobre tendría que vivir de la indigencia. Alguna cosa habrá que consentir.
- Aja ¡.
Mientras se oía esta perorata de repente se les acercó un coche por detrás dando bocinazos y enseguida les adelantó a toda velocidad.
- ¡ Quien será ese loco! - exclamó sorprendida la tía la rica; al ver por el cristal de la ventanilla se dió cuenta que le era familiar el vehículo que les estaba adelantando - ¿Y ese no es el coche de una de las esparraguesas?
- Aja ¡.
mvf.
miércoles, 28 de enero de 2015
don Sebastian el cacique que no se quería morir.
La tía la rica, la viuda de don Sebastián, se negó a tapar el nicho mientras su marido no estuviese dentro y así la gente cuando iba al cementerio a limpiar las tumbas y a llevar flores a sus difuntos al ver la tumba vacía se preguntaban donde estaría el finado. Habían aparecido muchas conjeturas explicando por que ha alguien se le había podido ocurrir robar el cadáver de don Sebastián: Entre ellas que había una demanda de paternidad puesta en el juzgado y sus herederos habían hecho desaparecer el cadáver para que no se le pudieran hacer el análisis de ADN que suponemos que don Sebastián tenía como todos los humanos; aunque en mayor medida, por que don Sebastián en lo tocante a lo de todos siempre tocaba a mas.
Llegado un momento, pasados ya varios meses desde la desaparición del féretro de don Sebastián, el nicho vacío pasó a los ojos de la gente a integrarse en el cementerio como el pozo de donde se sacaba el agua con un viejo caldero de zinc para regar las plantas o cambiarle el agua a los floreros de las tumbas; la vieja casucha donde antaño se hacían las autopsias y que ahora se guardan los utensilios del enterrador; los dos cipreses de la entrada donde las noches de verano se esconde los cuervos y tienen dado buenos sustos a algún vecino; la iglesia de piedra por encima del campo santo ... y una tumba abierta de la que la gente se había olvidado de ella. Pero próximo el día de los difuntos la gente se volvió a preguntar de nuevo donde estaría don Sebastián.
Don Sebastián, el cacique que no se quería morir también tenía sus seguidores, no es que la gente hablase de él por que le tuviese algún aprecio, la gente le daba al pico por que donde iba a comprar don Sebastián no había sitio más barato para ir a comprar algo; y así se cotilleaba si don Sebastián había mandado a sus criados a ir a comprar a esta carnicería o aquella pescadería o si había ido a tal o cual tienda a comprar cualquier cosa. De todos los comercios de la zona había una tienda de ultramarinos, una de aquellas viejas tiendas de antes que vendían de todo, en la que don Sebastián a pesar de ser cliente fijo de toda la vida, jamás había regateado el precio hasta dar perdidas como hacía con los demás por que allí vendían, entre mil productos coloniales, un licor-café que no podía faltar en la casa del Cacique. Por que la tía la rica era forofa del licor café y don Sebastián cuando quería fiesta y montar por la noche a su mujer le ponía una o dos o tres copas a su esposa hasta que le subiesen los colores ... Era algo así como emborrachar el pavo para la cena de noche buena.
Eran las tres de la tarde y la tía la rica llamó a su sobrino para que la viniese a recoger para ir de compras.
- Y acuérdate de lavar el coche y pasarle la aspiradora que no quiero ir en una pocilga ...
- Aja¡- respondió la voz desde el teléfono.
El sobrino apareció a las cinco de la tarde por la casa. La tía la rica estaba ya cambiada, esperando sentada en su sillón. Cerca de ella estaba el periódico releído del día, que le traía una vieja criada que había estado en la casa toda la vida; y un bolso de charol negro, con la boca abierta, que parecía esperar ansiosamente a que lo sacaran a la calle.
La tía la rica metió su gafas dentro del bolso y cerró su boca de metal cromado, acallando su ansiedad. Se irguió del sillón, y apoyándose en el brazo de su sobrino, juntos, salieron a la calle.
mvf.
lunes, 19 de enero de 2015
La vida natural 7
Las mujeres reían viendo lo mucho que le gustaban a sus primos, y sentadas con ellos les regalaban sus poses de carnes duras y voluptuosas, dándose a mostrar claramente que estaban experimentadas en las cosas del amor. Los primos inocentes del desengaño más que devolverles las sonrisas parecían degustarlas riendo con ellas.
De nuevo apareció la anciana octogenaria, con el mandil puesto. Si quitar el mandil era como decir que tenía todo el tiempo para la visita por que no se volvería a la cotidianidad de la vida diaria mientras no se marchase; el mandil puesto empezaba con el comienzo del día, cuando se levantaba y se acababa de vestir, hasta el terminar el día que se lo quitaba para desvestirse y volver a dormir.
mvf.