lunes, 1 de agosto de 2022

¿Y don Aurelio?

 Todos los días aparecen cosas nuevas y todos los días desaparecen otras.

-¡Hola, soy la nueva profesora de lengua castellana!

-¿Y don Aurelio?

Don Aurelio se había ido para un instituto en Salvatierra, porque cuando nadie lo esperaba se había enamorado, casado y pedido traslado para irse a Salvatierra, donde daba clases su reciente esposa y todo ello fue de repente.

Y ENTONCES EMPEZAMOS A DESCUBRIR LAS DIFERENCIAS

Don Aurelio echaba la siesta en clases; doña laura no pegaba ojo.

Don Aurelio tenía voz ronca y grave y estaba de nuestra parte. Y con frecuencia se le oía decir - "es que yo no entiendo a esos profesores que no aprueban a nadie, si les pagan por enseñar deberían preguntarle porque suspenden la mayoría de sus alumnos"

Doña Laura tenía una voz aguda y chillona con la que nos azuzaba desde el comienzo hasta el final de su clase. Y nos descontaba tantos puntos que para aprobar habría que recurrir a las notas sacadas en los exámenes de otras asignaturas.

- Marise con este punto que te voy a restar, vas tener que recurrir a las notas del examen de lengua gallega, si quieres aprobar mi asignatura, y aún así la nota del examen de castellano te va quedar en un tres.

A don Aurelio lo recibíamos con el libro encima del pupitre de madera y así que tomaba posesión de su atalaya nos mandaba abrir el libro por la pagina en la que habíamos quedado en la anterior clase, para continuar su lectura, y entonces decía: fulanito empieza a leer desde el segundo párrafo y fulanito, después de aclarar su voz, empezaba a leer en voz alta navegando sobre los bisbiseos que acompañaban su lectura.


Doña Laura se hacía oír con sus gritos sobre el griterío de indiferencia que trajo a su clase y nos mandaba libros para leer en casa que teníamos que comentar en el aula.

- Para la próxima semana leéis el libro de Armando Palacios Valdes: La hermana San sulpicio.

- Marise, te toca a ti hacer un resumen de la novela de esta semana y un pequeño comentario. 

Resumen de la novela

 Ceferino Sanjurjo, hizo su carrera de medicina en Santiago de Compostela y al terminar sus estudios se fue a Madrid a darse la vidorra con la pasta de su padre, que era el farmacéutico de Viana do Bolo; de tal suerte y tantas fiestas que terminó enfermando del estomago y para curarse, nada mejor que irse a tomar unas aguas al balneario de Marmolejo, en Sierra Morena. Alli conoce a una monjita que se llama Gloria y se enamora de ella. Y de Marmolejo sigue a la monjinta hasta Sevilla, donde la trama nos desvela que la monjita no quería ser monjita sino que quería ser sevillana casadera ... y al final de la novela la familia le concede la mano de Gloria a Ceferino, para que puedan casarse antes de que renueve sus votos. 

Comentario de la novela 

El problema de las historias no es que sean rocambolescas sino que sean creíbles.

 En la novela podemos entender o no el tipo de vida de Ceferino Sanjurjo ¿Pero siendo de Orense por que no va a reponer su salud estomacal al balneario de Baños de Molgas, a Caldas del rey o a Mondariz?.  Por que estamos hablando que su padre era farmacéutico de Viana do Bolo y no farmacéutico en Vigo. 

¿ De donde salía el dinero para vivir en Madrid el principal personaje de la novela? porque a mi me pega que los vecinos de Viana do Bolo pagaban más con gallinas y huevos que con billetes colorados.

En cuanto al personaje femenino a mi no me la pegan, porque eso de que una sevillana se casé con un gallego no cuadra, aunque lo disimule el autor, es que Gloria se casa como sea, antes que renovar los votos de monjita. Y eso esta claro porque lo importante en la vida no es ser sevillana sino evitar acabar siendo monja y quedarte para vestir santos. A pesar de que tengas que abandonar Sevilla para irte a vivir a Viana do Bolo.

Doña Laura, tuvo la suerte de salir de la universidad y el mismo año que obtuvo el titulo de magisterio, venir a ocupar la plaza vacante de don Aurelio. Era una joven que los primeros días de clases cayó bien a todo el mundo; pero pasadas unas semanas empezó a pensar que nos reíamos de ella a sus espaldas y relacionó nuestra difícil edad como adolescentes con que nos comportábamos mal en clases para acosarla.

Doña Laura quería que sus alumnas le llamasen Lauriña y por más que lo pidió nuestra venganza fue llamarla Doña Laura.

 

mvf. 

domingo, 26 de junio de 2022

un gato tuerto.

 Siete y media de la tarde  ¡BUFF. Que  calor hace!, en este día sofocante de junio.

Durante la tarde he limpiado el polvo de los muebles, el baño, puesto la lavadora ... ya no sé que hacer para entretenerme y aún sigo en casa sin atreverme a salir.

Miro por entre las cortinas blancas de las ventanas de la sala. El sol no quiere aflojar y apenas aún circula gente en la calle.

Voy a la cocina a ponerme una taza de café y acabo mirando en el interior de los muebles. Tal vez haya algo que comprar urgentemente, antes de que cierren las tiendas, para salir ya y terracita; pero solo encuentro cosas de la compra de la mañana en el supermercado.

 - ¡O salgo o reviento!

 Regreso a la sala para tirarme en el sofá. Cojo el mando, enciendo la tele y comienzo a zapear...  y con la desesperación se hizo la luz: - ¡Tengo que comprar una lata de fresas en conserva para astronautas!. Las fresas para astronautas van compensar sufrir en la calle lo que queda de calor. Además en la tienda tendrán aire acondicionado.

Salí, justo, para llegar a la tienda en el bullicio de la hora del cierre, cuando  nadie quiere marchar, ni quedarse dentro y la megafonía te dice que el establecimiento va cerrar sus puertas dentro de unos instantes.

-Perdón, se me olvidó ... - me dicen, propinandome un empujón para que me aparte- .  Acto seguido me cruzo con alguien que conozco; se dirige a la salida; termina de echarse  la colonia de prueba que ayer le había dicho a la dependienta que iba comprar mañana; y en un despiste de la chica evitó despedirse de ella para volver a decir lo mismo: la colonia no la va comprar, ni mañana, ni pasado, porque según le ha dicho a sus amigas, se la trajo de regalo su hijo cuando vino de ese país del extranjero ... al que fue con el programa Erasmus, a comprar colonia.

En el pasillo alguien espera detrás mía con su carrito y su mirada - ¿Acabas o qué?-  clavada en mi. Quiere pasar y yo me había atascado en los expositores de la pasta de dientes. Los pasillos son estrechos y el carrito anchote, para que vaya tropezando con las estanterías y vayan cayendo dentro los productos de las estanterías a su paso; y los clientes sin carrito estorbamos mirando en las estanterías a los lados del pasillo.

Deje paso y continué perdida entre las pastas de dientes hasta que caí en la cuenta de que me había olvidado lo que venía a buscar; y antes de que cerrase la tienda salí de compras sin comprar.

Sentada en la terracita

 Llegué, me senté y me atendieron.

Era una de las terracitas, de sillas de mimbre y corralito, de la calle del paseo. El corralito, un cercado de metacrilato y hierro cromado, rodeaba las mesas y las sillas con sus clientes, para evitar que nos mezclásemos con los de las otras terracitas. O tan solo para que no escapáramos dios sabe donde montados en las sillas.

Aún no había mucha gente y el calor empezaba a aflojar un poco.

 Hola - escuche detrás de mi.

-¡Natalia!-  exclamé mostrándome lo mejor sorprendida que pude.

 La vi llegar desde lejos pero me hice la disimulada por si pasaba de largo. 

Me anticipe unos instantes en el tiempo.

-¿Natalia siéntate por favor, quieres tomar algo?

Evitando las perdidas de tiempo se puede ganar muchos días de vida. Y la experiencia me decía que que podía ahorrar pretextos para evitar que Natalia se sentase conmigo. La experiencia, claro.

NATALIA.

Natalia se sentó estresadisima. Su gato se había escapado de casa y hacia varios días que no sabía nada de el.

No tardó en contarlo.

- Estoy desesperada y no se que hacer. Se me escapó el gato y  me temo que haya pasado algo malo.

-¿Y no pusiste unas fotos por ahí a ver si lo ve alguien y te llama?

- Es que no tengo ninguna foto.

Abrí los ojos sorprendida. 

Acostumbrados a vivir con el móvil, se me ocurrió enseguida la solución:

-  Podemos buscar un en internet carteles de gatos desaparecidos, alguno habrá que se le parezca. Lo descargamos y hacemos fotocopias

Empezamos a mirar en nuestros móviles.

- ¿Como es tu gato?

- Es un lindo gato atigrado de ojos rasgados.

- Mira este cartel: gato sociable, lleva una semana perdido.

- Para mi que no pega. Sigue buscando.

- Este -  juguetón y cariñoso...

-Tampoco

- ... gato asustadizo, si lo ves llama antes al teléfono ....

-  Este pone: la última vez que estuvo en casa ...

- ¿Que te parece este cartel; lleva muchos días perdido y tendrá mas ganas de volver a casa?

- No. Si es tu gato; me extraña - pensé para mis adentros, sin decir nada que incluyese el moño de Natalia. 

- Y este: - gato siamés...

- Si, ese esta bien, me gusta..

Descargamos el cartel, y en el mismo móvil cambiamos el numero de teléfono y la dirección por los datos de Natalia. 

- ¿Queda bien?

Natalia, asintió con la cabeza.

Nos levantamos, pagamos y después de obligar a moverse tres mesas y diecisiete sillas, con el permiso de los presentes salimos del corralito.

En el estanco ya querían cerrar pero cuando escucharon que era una urgencia y que solo queríamos hacer unas fotocopias del cartel del gato extraviado de Natalia,  les convencimos por lo que cobran por cada fotocopia.

Impresión diez fotocopias y celo para pegar, total doce euros con cincuenta.

El estanquero se despidió de nosotras cuando sonó la maquina registradora..

 - ¡A ver si hay suerte!

- Si. Gracias. A ver si hay suerte - respondió Natalia, con una enorme sonrisa.

De nuevo estábamos en la calle, pero ahora teníamos los carteles de de un precioso gato siamés, de ojos rasgados, que se había extraviado y respondía al nombre de minino.

Tras nosotras el estanco terminaba de colgar el cartel de cerrado.

- ¿Natalia, tu no dijiste que tu gato era atigrado? 

- !Ya puestas a ver si hay suerte¡

Fuimos a poner carteles en las paradas del autobús y también en algunos árboles de la vía publica.

- ¿Tu crees que al cura le importará que pongamos la foto del gato en la puerta de la iglesia?

- ¡Yo creo que no!

- ¡Pues vamos y acabamos!

Ya solo quedaba una fotocopia del gato de Natalia, de las diez que habíamos hecho en el estanco, y cuando nos disponíamos a pegarla con celo en la puerta de la iglesia, oímos voces en el interior.

-¡Calla. Escucha! ¿Oyes esas voces? ¡ Hay gente dentro hablando!

Las puertas de la iglesia estaban cerrada.

- ¡Estarán robando en la iglesia. Tenemos que llamar al Cura!

Entrada la noche llegó el cura de trece parroquias, en su tartana de coche con el que se recorría las parroquias que tenía a su cargo. Abrió con su llave hierro forjado y después entreabrió una de las dos hojas del portón de la iglesia, que se movió produciendo un sonoro ruido.

Con el haz de luz de una vieja linterna cuadrada, de petaca,  ilumino en el interior de la iglesia.

- ¿ Hay alguien dentro? - preguntó con voz baja.

Como nadie respondía entró en la iglesia y  en el interior preguntó de nuevo si había alguien, esta vez fue con voz mas fuerte. Pero obtuvo la misma respuesta. Entonces se dirigió al altar. En el retablo del altar, estaba disimulada la puertecilla del sagrario. Abrió con una llave pequeña  que llevaba colgada de su cuello, con una cadenita de plata y comprobó que el copón y los objetos litúrgicos de algún valor estaban como los había dejado la última vez. Después, entró en la sacristía por una de las puertas laterales del altar. Allí tampoco había nadie y la puerta del exterior de entrada a la iglesia por la sacristía, estaba cerrada; y no mostraba ningún signo de haber sido forzada.  Exploró de cabo a rabo, sin encontrar pista de nada, ni de nadie que en algún momento hubiera estado en el interior de la iglesia.

La tarde había dado paso a una noche cálida, estrellada y con una enorme Luna llena.

Se escuchó el portazo que dieron las macizas puertas de madera de la iglesia al cerrar; sonó el ruido de la cerradura al pasar la vieja llave de forja y cuando el cura de trece parroquias montó en su coche, arrancó y desapareció, dejó tras si el silencio en el lugar.

Al cabo un rato de silencio en la noche estrellada el aire despertó en las ramas de los enebros; le siguió una rana que empezó a croar en una charca cercana, al que no tardaron en responder las voces que dieron sus congeneres, al sentirse seguras; desde los campos los grillos lanzaron sus agudos chirridos;  y un ave nocturna, que vivía escondida en el campanario de la iglesia, advirtió a todos con su ulular que allí moraba la reina del campo santo. 

Y cuando la vida volvió a mostrarse en los alrededores de la iglesia y el campo santo, en el interior de la iglesia las imágenes reanudaron su conversación.

- Francisco, si recibiera un céntimo por cada rosario que me rezan íbamos a ir tu y yo a comprar ropa nueva, que estos hábitos que tenemos están llenos de polvo y son viejos y anticuados.

- Calla María , no digas tonterías, que iban a decir los feligreses si se enterasen que escapamos los dos a la ciudad de compras, al vernos con ropa nueva en la iglesia.

- ¿Y que iban a decir Francisco?

- María piensa si se enterase por las habladurías tu marido que salimos de la iglesia para ir a la ciudad de compras, ya te perdonó una falta...

- Francisco ¿y como no me iba perdonar mi Jose, si yo no disfrute de nada?,  tu no pongas más excusas que escondiéndote detrás de tus pajaritos y de tus animalitos del campo, siempre fuiste un cobardica.

Siete días después de que todo esto ocurrió, me encontré a Natalia en el ambulatorio. Me dijo que era su mejor amiga y me dio las gracias. Le pregunté el motivo y me respondió que le habían devuelto de la calle un precioso gato de Angola, tuerto.



mvf.

sábado, 7 de mayo de 2022

La visita de Garbancito

Garbancito estuvo dando vueltas bajo las sabanas, durante más de media hora, pero al ver que ya no iba conseguir dormir más se levantó, se puso encima de sus zapatillas y sus tripas le dirigieron a la cocina con un largo gruñido.

 Entró en el desorden de la cocina.

Cogió la vieja cafetera italiana llena de hollín que estaba encima de la mesa y vació los posos del día anterior en el fregadero; la cargó de nuevo de agua y café, encendió uno de los cuatro fuegos que tenía el fogón y la depositó sobre la llama. 

Se sentó perezosamente al lado de la ventana, estirando sus piernas bajo la mesa, se abrigó con la bata de casa y mientras esperaba que hirviese el café se puso a mirar para el exterior. La cocina daba a un pequeño jardín desaliñado en el que destacaban las rosas negras de mayo que habían brotado en los rosales. Entonces sintió una pesadez en los ojos que le obligó a cerrar sus parpados y en un instante, mirándole fijamente, apareció sentada frente a él la campanera.

- Garbancito - le dijo - me has de llevar a casa a ver a mi hija - y  cuando empezó a silbar la cafetera echando borbotones, ya había desaparecido. 

Se levantó apurado para que no escapase el café vertiéndose por encima de la cocina. Apagó la llama y retiró la cafetera para servirse el desayuno.

Habían pasado dos días desde la visita de la campanera en la cocina; y hoy después de ir en autobús hasta la parada de la iglesia, Garbancito se acercó andando hasta la casa de la campanera. Tocó el pulsador de la puerta con uno de su dedos gordos y esperó. 

Al abrirse la puerta, la hija de la campanera se encontró a un hombre  alto y corpulento, con pelo ondulado y pelirrojo que tornaba a ocre rosado a los lados de su cabeza por las canas, y de una palidez que le confería un aspecto singular; y que se dirigió a ella con una enorme sonrisa de niño.
-¡Hola! ¿Sabes quién soy?
- Tengo oido a mi madre hablar de ti. Tu eres de la familia de la bruja - le respondió la campanera-
Eres Garbancito.

 -Vaya cosas que tienen en los pueblos, ¿verdad?, aún siguen creyendo en la brujas. ¿Puedo pasar? 

- Estaba recogiendo la casa. Han sido unos días muy complicados con la muerte de mi madre y me quería marchar mañana.

-Tu madre me dijo que viniera a darte un recado. 

Por un instante se quedó pensativa con lo que acababa de oír, pero decidió darle paso para que entrara en la casa y escuchar lo que venía a decirle; dando por hecho que sería alguna encomienda, que en vida, su madre le había encargado que hiciera cuando estuviese muerta o algo así.

- Ya sabrás que mi madre está muerta Garbancito - respondió con sequedad, la hija de la campanera.

Tenía una taza de café encima del recibidor, donde la había dejado cuando abrió la puerta, y al recogerla le ofreció otra a Garbancito, y se sentaron los dos alrededor de una pequeña mesa camilla que había en la sala de la casa. 

- Bueno y entonces que recado tenías que darme- le preguntó

Garbancito se echó hacía atrás, tornando su mirada al techo y le habló con la voz de su madre.

- Hola mi niña - le dijo - Ya sé que estás muy triste y apenada por morir sin habernos despedidos. 

- ¡Mama!- exclamó al oírla

 Ahora antes los ojos de la hija de la campanera Garbancito ya no era Garbancito sino que tenía ante ella a su madre

- Ya sé cuantas lagrimas has vertido por mi estos días. Pero aquí estoy ahora contigo para pedirte que dejes de llorar y que no tengas más pena porque me haya ido. He venido a decirte que estaré a tu lado si me sientes como viva pero no si me lloras como muerta,  Si no lo haces así, el dolor de tus lagrimas nos volverá muy infelices y acabará haciéndome desaparecer en ti.

Durante el poco tiempo que duró la visión, la hija de la campanera fue llevada por su madre a distintos tiempos vividos juntas, para encontrarse de nuevo con su abuela, y otras personas queridas que habían sido olvidadas y que la saludaron de nuevo al verla.

En ese viaje comprendió que su madre estaba ahora en un mundo sin tiempo, donde podía, en una fracción de un instante, sin siquiera limite de espacio revivir cualquier momento ocurrido pasado y futuro. Y estaba viva a su lado.

Cuando Garbancito despertó, la hija de la campanera estaba abrazaba a él, rodeando con sus brazos su corto y rollizo cuello de piel pálida, y  dándole un beso en la mejilla, le dijo:
- Gracias garbancito.

Garbancito, le respondió aún con la voz de la campanera

- Amalia ¿sacaste la tarta del horno?

- ¿La tarta. Que tarta?

En ese momento empezaron a desaparecer las sombras que habían tomado la casa con el luto de los días pasados y a hacerse un placido silencio en el que solo se oía el tic tac de un reloj de pared. 

  Amalia se dirigió a la cocina para mirar en el interior del horno del fogón y descubrió que todos estos días, sin que nadie hubiese reparado en ella, había estado allí la tarta que le había hecho su madre.

Quitó la tarta del horno y como aún se conservaba bien, regresó con ella junto a Garbancito y le ofreció un trozo a probar.

- Si. Está buena - le dijo - Cortame un trozo para el café.

y  se acompañaron el café con la tarta que la campanera había hecho para la hija, cuando murió.

 - ¿Garbancito  si los muertos viven en la memoria de los vivos, los vivos viven en la memoria de los muertos?

 - No sé, Amalia. Cortame otro trozo de tarta, por favor.

 y ...

mvf.


sábado, 9 de abril de 2022

El mundo de los seres conscientes.

Cuando regresaban del campo, se encontraron una burra en el camino. Era un hermoso animal de color marrón cobrizo y hocico blanco, orejas largas y puntiagudas y una mirada inteligente que desmentía la fama de sus congéneres. La dueña era una profesora de matemáticas que al jubilarse vino a vivir al pueblo; porque siempre quiso olvidarse de todo y comprar una casa con terreno donde tener una huerta y criar sus animales, y cuando llevaba algún tiempo viviendo aquí se compró en la feria esta burra, cuando era pollina joven, para madrugar y llevarla al campo con los primeros rayos del sol naciente; y por las tardes ir a buscarla para venir de regreso antes de que asomaran las estrellas en el cielo.

La burra de alguna manera se había soltado y conseguido escaparse del prado donde quedaba atada por las mañanas, con una larga cuerda para que pudiese moverse y comer, y ahora deambulaba por el camino arrastrando la cuerda que llevaba atada alrededor de su cuello.

Al ver la burra suelta, el perro intercambió una mirada con la vaca sorda para entenderse y así que esta comprendió que debía esperar a su compañero en lo que iba a hacer, se apartó del camino y se puso a  devorar pacientemente los tallos jóvenes y apetitosos de las ramas de las zarzamoras que crecían al lado del camino. Entonces el perro asió la cuerda de la burra, mordiéndola con la boca, y empezó a tirar de ella con fuerza. La burra no quería dejarse llevar y le largaba miradas furibundas, amenazándole con darle coces, si trataba de interrumpir el disfrute de su inesperada libertad. Pero el perro no dejó de forcejear hasta que cansada la burra consiguió llevarla de muy mala gana al lugar de donde se había escapado; recibiendo por ello toda clase de insultos
en la lengua estridente de los borricos, gritados para que todo el mundo lo oyese, diciendo que más que de perro pastor en su familia eran todos de raza policía.

Antes de la casa de los labrada aparecía la casa de los vecinos de Barcelona y al pasar por delante de ella de regreso vieron como Andrés y su perro bribón jugaban a lanzar la pelota uno y recogerla el otro.

La vaca sorda pasó de largo continuando de regreso para su cobertizo en la casa de los labrada, pues ya iban para la seis de la tarde y llevaba en el interior de su estomago comida para rumiar un rato en su establo; pero el perro, que ya tenía terminada su tarea de custodia, decidió acostarse un rato a un lado de la carretera para ver el juego.  Bribón iba tras la pelota dando saltos y regresaba ufano con ella en la boca y la soltaba dejándola a los pies de su amo. Fue lo mismo una vez, dos y tres... ; la pelota volaba por el aire en un arco parabólico y bribón regresaba con ella, la dejaba a los pies de su amo y corría saltando a su alrededor, pidiendo suplicante con sus ladridos que se la volviesen a tirar.
En un instante los dos perros se intercambiaron sus miradas.

La pelota volvió a describir un arco en aire. Bribón dudó un momento pero al oir el ruido secó que hacía la pelota al golpear contra la hierba en su caida, echó a correr en su busqueda, la atrapó con su boca, pero en lugar de dejarla en los pies de su amo se puso a correr a su alrededor sin soltarla. Cuando Andres le quitó la pelota la volvió a lanzar, pero esta vez fue a parar más lejos, y cayó apenas a unos metros de la arboleda que se extendía por la parte de atrás de la casa.
Bribón echó a correr de nuevo a buscar la pelota pero para sorpresa de Andrés, cuando la cogió, en vez de regresar con ella, desapareció internándose dentro de la arboleda, alejándose de los gritos que sorprendido daba su amo llamándole; y no dejó de correr hasta encontrarse con el curso del rio, que pasaba por allí. Obligado por el agua a detenerse, miró para los lados para ver el lugar donde se encontraba y vio que al otro lado de la orilla, sobre el sombrío de loas arboles destacaba la claridad de un pequeño campo verde. Sin dudarlo, saltó sobre tres piedras que sobresalían en el agua, limpia y cristalina, y se encontró en la otra orilla y en el pequeño campillo que había visto; donde la verde hierba crecía allí bajo el desorden y la anarquía del ramaje con que los arboles protegían el lugar del calor de los rayos del sol. Entre los arboles que bebían al pie de la orilla del rio sobresalía un viejo, alto y centenario, chopo, con tenía un tronco tan grueso que harían falta bien dos hombres para abrazarlo. Bribón se acercó a el y junto a sus pies empezó a escarbar en la tierra un hoyo de suficiente tamaño para meter dentro la pelota. Cuando lo hubo terminado la depositó en el interior del hoyo y empujando la tierra con su hocico la hizo desaparecer cubriéndola de tierra.

 

Al llegar de regreso a su casa, su amo esperaba sentado en el banco blanco que había frente a la casa. Se levantó al verle llegar sin la pelota.

- ¿Bribón y la pelota?. ¡Vete buscar la pelota. Corre!

Pero Bribón no fue a buscar la pelota.

-¡Vete buscar la pelota. Corre! - insistió su amo de nuevo sin que este le hiciera caso.

El pastor, al ver esto, se levantó de donde estaba, tumbado al lado de la carretera, y después de cruzarse unas miradas de despedida con Bribón continuó el regreso para su casa. La casa de los labrada.

Ese día de rebelión Bribón acababa de nacer en el mundo de los seres conscientes.




mvf.


miércoles, 9 de febrero de 2022

Separados por apenas metro y medio de distancia.

El perro de los labrada y la vaca sorda caminaban por una senda estrecha marcada en la tierra por el paso continuo de las personas y los seres vivos del campo. Marchaban en dirección al prado de los robles centenarios, que en los días de sol daban buen cobijo con su sombra.

El perro se paró un momento para olisquear la hierba pisada al lado del camino. Buscaba en ella el olor de la manada de jabalíes de la zona, que dejaban de regreso a su cobijo diurno. Después de descubrir, uno a uno, que todos los miembros de la manada de jabalíes, una pareja de jabalíes y sus cuatro lobatos, habían pasado por allí antes del amanecer, volvieron a reanudar su marcha. Y rectos por la senda llegaron al prado donde se levantaban dos corpulentos robles centenarios, con sus gruesos troncos agrietados y sus copas majestuosas de hojas de color verde oscuro, recortadas en el cielo. Tras los robles había un pinar que ascendía por la ladera del monte.

Era una mañana cálida y el verde de la hierba brillaba con la luz del sol.

La vaca sorda continuó su andar hasta pararse frente a uno de los pequeños montículos de verde hierba que sobresalían en el prado; por su parte, su acompañante comenzó su ronda habitual olisqueando los alrededores para descubrir cambios imperceptibles, a la naturaleza humana. 

Todo estaba en su lugar. La cabeza azulada de un lagarto verde que asomaba en el agujero de su escondite; bajo las acederas de la piedras blancas, a donde había corrido a refugiarse tras oír sus pisadas al llegar. El pasadizo bajo las zarzas, de un erizo que dormía en su madriguera; en la parte del muro donde crecían las silvas más abundantemente, porque allí daba el sol desde el amanecer. La telaraña de una rechoncha araña verde y amarilla del campo, que vigilante esperaba cualquier presa que se enredase en su tela para atraparla. En la parte mas sombría del cierre, donde el olor mohoso de la tierra húmeda era más intenso, crecían los diminutos y elegantes helechos de la botica y las primaveras en flor alrededor de la charca de un pequeño manantial en el que iban a beber los pajaros.

Era su costumbre cerciorarse de todas las cosas importantes y pequeñas del lugar, antes de ir a tumbarse en el hoyo hecho restregándose con su cuerpo en el suelo, bajo la sombra naciente de los robles; allí permanecía acostado, el resto de la mañana, con sus ojos peludos semiabiertos, vigilando el ir y venir de las abejas en dirección a las flores de las retamas del monte y el deambular de la vaca en su pastoreo por el prado.

Ya el sol estaba en la mitad del cielo y como tenía por costumbre  cuando empezaba a apretar más el calor, la vaca sorda se dirigió a la sombra bajo los robles. 

Se miraron entre ellos cuando sus ojos se encontraron. Bastaba con sus miradas, sin necesitar palabras, para entenderse el uno con el otro pues entre ellos se había establecido una fuerte relación de amistad hecha durante cuatro años que llevaban juntos, desde que el perro pastor llegará a casa de los labradas, con apenas siete meses de edad. Y la vaca se recostó en otro hoyo cercano; este era más grande, conforme al tamaño de su cuerpo.

Estuvieron bajo la sombra una hora lenta; la vaca rumiando la hierba pastada, que volvia a su boca para ser masticada con parsimonia por sus potentes muelas, y el perro pastor, más confiado ahora que estaba su amiga a su lado, se adormecía; solo daba señales de vida con el tic de alguna de sus orejas, acaso por que en algún sueño parecía interrumpirle la placidez de la mañana o tan solo por oir crotear una cigueña lejana o la voz que daba algún vencejo en la altura.

mvf






viernes, 24 de diciembre de 2021

El santo tonto

La puerta del autobús azul se abrió después de detenerse.

En la parada esperaba un hombre de estatura mediana y complexión fuerte; su cara mostraba una barba escasa con pelos blancos de pocos días.

- ¡Alto!- dijo el conductor señalando con su dedo indice, a su lado, un letrero con enormes letras, cuando el hombre trató de subir:



                          En el autobús es obligatorio
                                        SIEMPRE
                              llevar mascarilla puesta
 

- ¡No puede subir sin mascarilla!

El hombre se paró sorprendido y reaccionó quejándose de su olvido.

-¡Siempre me pasa lo mismo, al salir de casa olvido la mascarillas! ¿Por favor podrías esperar un segundo, que entre en casa y coja una mascarilla? Vivo aquí mismo y no puedo esperar para coger el siguiente autobús.

El conductor conocía al hombre que vivía en la casa de planta de baja que estaba justo a la altura de la parada del autobús,
y sabía que iba al hospital.
- ¡Vaya. Apúrese y regrese con la mascarilla; que voy unos minutos adelantado! - le respondió el conductor – Si tarda no le espero.

En el interior del autobús no se oyó ninguna protesta. Nadie tenía prisa pues la prisa cada cual se la reservaba para cuando bajase en su parada.

En los primeros asientos del autobús iba sentada una señora de pelo cano, trenzado; vestía un traje negro y llevaba sobre sus piernas un bolso de piel del mismo color. Desde la parada del supermercado, donde había subido al autobús, sin saberse como había comenzado venía narrando las cuitas desafortunadas que en los últimos años de su vida, le habían comenzado a ocurrir. Era un monótono monologo entremezclado con el run run del autobús, durante el trayecto, al que nadie prestaba atención; ni siquiera la joven acompañante, sentada a su lado, abstraída con la mirada perdida a través de la ventanilla.

Ahora era diferente, era el momento de la charla entre los pasajeros del autobús.para hacer más amena la espera.

Comenzó primero una de las pasajeras, a quien el conductor se dirigió a ella, en algún momento, por el nombre de la cubana,

y con su acento, dijo:

- Señora, eso es mal de ojo. Allá en mi país nos ponemos un trapo rojo, para espantar la mala suerte. Pruebe a ponerse algo rojo cuando se vista y después, cuando nos volvamos a ver, ya me dice como le fue.

- Yo llevo una cruz de semillas de trigo cosida en un trapo, en la cartera - añadió su acompañante, un hombre delgado y moreno, demostrando con su acento, que también era de Cuba.


- Pues yo siempre llevo conmigo un diente de ajo - saltó una de las viajeras, de los asientos del medio - y abriendo su bolso, sacó para que se viese, un ajo que llevaba en su interior -

-¿Si quiere le doy mi ajo?

- Gracias - dijo la mujer de los primeros asientos, que extendió la mano para coger el ajo que le ofrecían, después de pasar por varias manos en el pasillo, hasta llegar a ella.

- Tengo una amiga que le ocurrían infortunios como a usted y así que le regalé un diente de ajo le cambió la suerte. Yo siempre llevo un diente de ajo dentro de mi bolso. Los ajos, claro, se secan, y cuando se le secó el ajo que le diera, como no coincidía vernos que estamos hartas de vernos todos los días, y estaba muy contenta de llevar un ajo con ella, mi amiga vino a casa para que le diese otro ajo. Yo tengo huerta y para mi no es ningún problema. Todos los años planto ajos en la huerta.

- Cuando era pequeña buscábamos tréboles de cuatro hojas en el colegio y a mi no había quien me ganase a quien encontrase más - Soltó alguien de los asientos, del lado de las ventanilla.

- Yo compré un amuleto de azabache en una de las tiendas que hay al lado de las escalinatas de la plaza de Obradoiro, una vez que fui a Santiago - dijo una señora de los asientos de la mitad del autobús, y sacando del pecho una pequeña pieza negra que llevaba colgada con una cadena alrededor del cuello, mostró su amuleto  para que se viese
en el pasillo del autobus.

Es una mano cerrada en forma de puño, y que saca la puntas de su dedo pulgar, entre los dedos índice y medio.

- ¡Ah, que lindo! ¿y como se llama?- se oyó preguntar con curiosidad a la cubana.

- En gallego se llama figa.

Una joven que escuchaba sin levantar la vista de la pantalla de su teléfono, intervino después

- Hay un amuleto con forma de ojo – y mostró la pantalla de su móvil, para que se viese - No sabía que era un amuleto pero lo he visto muchas veces en las revista de moda..

Garbancito oía en silencio lo que se decía, sentado en la parte de atrás del autobús. Cuando subió se había sentado en el final del autobús porque las últimas paradas del trayecto eran el cementerio y la iglesia y el iba a la casa de la campanera para dar el recado de su difunta madre.

- Os voy a contar la historia que contaba mi bisabuela. Mi bisabuela decía que las desgracias que le pasa a la gente buena es porque se ríe de ellos un santo tonto.

Los viajeros se quedaron calculando la edad que tendría Garbancito para estimar la de su bisabuela. No sé.

-¡Un santo tonto! - exclamó alguien con estupor.

- ¡Un santo tonto! - volvió a repetir - es por culpa del santo tonto que a uno le pasan muchas desgracias, una detrás de otra - volvió a decir.

Los viajeros asomaron sus cabezas en el pasillo con la vista puesta en la parte trasera del autobús para escuchar a Garbancito, quien arrancó a contar su historia ante las mascarillas azuladas pendientes de él.

- Al lado derecho de Dios a veces se sienta un santo tonto que se desternilla de risa como un niño cuando a alguien le pasa una desgracia, y Dios como le hace gracia verlo tan tonto y tan feliz le deja que siga haciendo sus travesuras. Solo San Pedro, cuando se entera que el santo tonto está molestando a Dios con sus tonterías, va por allí y de una patada le echa del sitio y de esa manera deja tranquila a la persona que está padeciendo sus travesuras.

Garbancito después de hacer un alto en su conversación para respirar continuó diciendo - así que cuando a una persona no hace más que ocurrirle desgracias de manera inexplicable, no debe pensar en mal de ojo alguno sino pedir a San Pedro que vaya poner orden en el cielo para que cesen.

-¡Yo tengo una mascarilla! - dijo alguien.

Al oír esto, el conductor salió del autobús en busca del hombre que esperábamos y regresó con él cogido de un brazo, sin darle más tiempo a buscar su mascarilla.

- ¡Hay una señora que le da una mascarilla!

- Es que cuando buscas una cosa, nunca la encuentras.

- ¡Ya. Pero si hacemos siempre lo mismo... !

El hombre se puso la mascarilla que le ofrecían.

- ¡Esto no pasa en los autobuses de Orense! - grito alguien.

-¡Ni en los autobuses de Lugo! - le respondió otro.

Y el autobús arrancó.



mvf.




Feliz Navidad, o lo que sea.

un abrazo

martes, 23 de noviembre de 2021

la lampara solar

Ya casi iba para un mes desde que mi prima y su pareja, hartos de la vida en Cataluña, se vinieran a Galicia.

Empezamos a vernos, al menos una vez por semana, cuando ella y su compañero salían a hacer compras, y quedábamos por teléfono para tomar un café en el bar de la Sagrado. 

La última vez me pidieron que fuera con ellos para enseñarme la casa. Acepté la invitación encantada, pues tenía curiosidad de ver como iban los arreglos, de los que no paraban de hablar en nuestros encuentros, pero no para ese mismo día, sino para ir el viernes a verlos a su casa y tomar juntos unos cafés, por que la tarde de los viernes, si no tienes nada que hacer, se hacen eternas.

Eran sobre las cinco de la tarde cuando aparecí con un kilo de pasteles.

La casa gris y vetusta que se encontraba uno al llegar, con su fachada pintada y limpiada la vegetación que la rodeaba alrededor, se había convertido ahora en una casa de paredes blancas y ventanas de cristales por los que entraban la luz del día.

- ¡Oh! - exclamé sorprendida, cuando mi prima abrió la puerta y vi el interior de la casa iluminado por la luz de la tarde. Y entré con mi caja de pasteles.

El suelo de color gris cenizo, de la suciedad acumulada de muchos años de abandono, de cuando vinimos por primera vez; una vez cepillado y barnizado había recuperado nuevamente el color cálido y natural de la madera. También los viejos muebles de madera mostraban su belleza natural, los habían lijado y barnizados a mano con goma laca, y destacaban sobre las paredes recién pintadas de blanco, en las que habían desaparecido, las grietas y desconches que tenían.

- ¡Que preciosidad. Que lindo os está quedando!

 

En el exterior de la casa, frente a la cancilla de hierro, donde comienza el camino para llegar a la vivienda, colocaron un buzón para el cartero, hecho de madera de palés.

¡Y PARA QUE QUIEREN UN BUZÓN!

Se dijo para si el barbero, que vivía solo y no recibía noticias de nadie, cuando pasaba por delante de la casa, caminando para ir a su trabajo, y vio por primera vez el buzón.

¡Y PARA QUE QUIEREN UN BUZÓN!

dijo ante su auditorio de las mañanas, cuando esperando turno en la barbería había publico suficiente.

El día del nuevo buzón, el buzón recibió la visita de pájaros, perros, gatos y hasta un erizo por la noche, y como vaticinó el barbero, no apareció ningún cartero.

Pero el cartero no tardó en aparecer y un buen día aparecieron dentro del buzón folletos de propaganda y un catalogo de alguna tienda de ferretería

Al cabo de unos días llegó un repartidor desconocido, que nadie viera por el pueblo.

Ellos no estaban en casa.

Traía una caja de mediano tamaño y como no estaban el repartidor-contra reloj se acercó a la casa de los labrada.

- ¿No sé si esto estará bien. Seguro que les parecerá bien que les recoja yo su paquete?

El repartidor no estaba para perder el tiempo. Colocó el paquete en los brazos del abuelo de los de la labrada y cuando este dio sus señas desapareció del lugar, volando con su furgón.

El vecino fue a la casa al verlos llegar por la tarde.

- ¡Buenas, el cartero o quien fuese dejó este paquete en mi casa!

- Muchas gracias, es que nosotros fuimos a hacer la compra - dijo Andrés a su vecino - Es una lampara solar que estaba esperando.

- ¿Y para que hace falta una lampara si hace sol ? - preguntó el abuelo de los labrada.

- Es lo más ecológico, se carga durante el día con la luz del sol y alumbra por la noche - le explicó mientras abría el paquete para enseñarle la lampara.

El vecino miró curioso para el panel de células fotoeléctricas y la lampara de led que apareció al abrirse la caja, pero la curiosidad terminó al oír un grito, llamando por él.

- Mujeres - dijo y regresó a su casa.

Al día siguiente Andrés instaló la lampara con su panel solar, en la parte de atrás de la casa y como prometía en su propaganda alumbró toda la noche con luz potente, produciendo la protesta de todos los pájaros que anidaban y dormían en las ramas de los árboles de los alrededores.


mvf.