El día
comenzó con una ligera neblina que con los primeros rayos del sol se
transformó en un rocio
brillante y transparente sobre la hierba del campo.
Max había terminado de dar
de comer a los animales de la granja y de llevar al campo a la burra
del molino para que pastase.
Se lavó en el rio y regresó
a casa.
Encima de la cama había dejado cuando se levantó, la
ropa con la que se vestiría para ir a la feria: una camisa blanca,
un chaleco negro por el que sobresalían las mangas blancas, al
ponerlo por encima de la camisa, y unos calcetines largos, de color
blanco, que se dejarían ver entre el calzado, unos zuecos de cuero,
betuneados
de negro, hechos de madera de chopo; y los pantalones, del mismo
color que el chaleco, que terminaban
a la altura de los
tobillos.
Complementaba su
vestimenta un sombrero chacó de color azul de prusia,
ribeteado de blanco, que
en alguna época
podría haber pertenecido a algún soldado.
Cuando terminó de vestirse
se dirigió a un pequeño
mueble de madera, que
estaba cerca de
la ventana, donde
recogió una saca, en
la que había guardado
la gaita para
protegerla de los
posibles avatares que pudieran ocurrirle en la feria, y colgándosela
al hombro, sin hacer ningún ruido que despertara a su madre, cerró
la puerta de la casa del molino y tomó el camino del pueblo para ir
al campo de la iglesia, donde de otros años que había ido con su
madre sabía que a primera hora se juntaban los músicos
que acompañarían al Santo en la procesión.
Formaban el grupo de los
músicos:
una banda de tambores, cornetas y trompetas, y varios gaiteros
que habían llegado de distintos lugares para acompañar al santo y hacerse unas pesetas que acaso pudieran ganar. Al ver llegar aquel joven
rubio engalanado, con su traje de gaitero y su gorro azul prusiano,
los gaiteros hicieron señas a Max para que se colocase junto a
ellos, seguros de que vestido de esa manera les iba traer buena
fortuna.
El lugar estaba abarrotado
pues la gente
ya había empezado a llegar desde primeras horas de la mañana para coger
los primeros bancos de la iglesia para ellos y sus familiares.
Sonaron las campanas
y aunque alguna gente logró entrar aún en el abarrotado interior de la iglesia, la gran
mayoría tuvo que esperar fuera, desde donde tendrían que ir
imaginándose
lo que se decía dentro.
Al terminar de tocar las
campanas la misa comenzó. Y mientras fuera se espera que saliera el
Santo de la procesión
aún fue llegando más
gente que vendrían de los lugares más lejanos.
Tocaron las campanas de
nuevo y la gente que
estaba dentro comenzó
a salir arremolinándose
delante de la boca de entrada de la Iglesia; entonces asomó el Santo
del interior de la iglesia, llevado a hombros por seis hombres
fornidos del campo, que apenas podía
avanzar en
lenta lucha contra la
multitud. Llegado un momento unos y otros se fueron haciendo a sus
lugares, como antes habían hecho los
abuelos y antes los
bisabuelos y antes los
tatarabuelos de la
multitud; como se había
hecho desde siempre.
Los
músicos
y los gaiteros irían en
la cabecera, abriendo
el paso, detrás de ellos irían el santo patrón, con su buey y su vara ,
y después toda la demás gente.
Se
tiraron tres bombas al aire
seguida
de otra que reventó
produciendo un sonido atronador que se alejó en la lejanía de los
campos. Era la señal.
Sonaron cuatro golpes del bombo, a la vez que empezaron a redoblar los tambores; acto seguido se escucharon las cornetas de la banda y tras sus primeras notas y escucharse el sonido de las gaitas, la procesión
comenzó su andar en dirección
al monte que daba nombre a la comarca; desde su cima se podía ver
todas las tierras de los
alrededores.
Tardaron unos cuarenta minutos en llegar y casi
otro tanto tiempo para que la gente del final abarrotase las inmediaciones de la iglesia congregandose todos alrededor del santo. Entonces se hizo
el silencio entre el gentio para oir a duras penas, al párroco
oficiar las bendiciones del Santo Patrón a las tierras que se alcanzaban a ver con la vista y la fe. Cuando terminaron las bendiciones de los campos y sus animales, se continuó con las bendiciónes de San Isidro a los acompañantes de la procesión; la gran mayoría de los presentes labradores de la tierras con sus familias.
mvf.
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