Como se puede apreciar en cualquier historia sobre perros, gatos, gallos,
ovejas o vacas, los animales domésticos ofrecen pruebas más que
suficientes de su lealtad. Al esperar a sus dueños —como el tío Avelino,
que vive en celibato— demuestran que pueden sustituir a los seres
humanos, como las madres y las parejas que te esperan en casa. Parecen anticipar tu llegada incluso antes de que hayas decidido
regresar.
Salvando las diferencias con los seres humanos, la mayor ventaja de
estos compañeros leales es que nunca llaman por teléfono, envían recados ni
atrancan la puerta de la casa.
El
gallo ya estaba despierto a esa hora matutina, no por su propia
naturaleza, sino por el alboroto que había ascendido desde la lejanía
del pueblo poco antes. El ruido surgió en el silencio de la noche,
cuando una partida de ciclomotores arrancó en el pueblo, seguido de una
algarabía de ladridos en señal de protesta. Aun así, el animal sabía
que, cuando el tractor partía al atardecer, su amo llegaría antes del
amanecer.
Esperaba
con su figura negra recortada contra el cielo naciente, con un ojo
abierto para observar en la cálida noche de verano si su dueño se
quedaba dormido fuera de la casa, de modo que pudiera tomar las
precauciones necesarias. Se situaba a una distancia prudente del posible
lanzamiento del calzado o cualquier otro objeto volador que pudiera
alcanzarlo al saludar el amanecer con su canto.
El ojo del gallo, fijado en el tío Avelino desde su regreso, le llevó a revelar que la actitud del granjero, que caminaba ladeado y con una mirada furtiva al bajarse del tractor, era algo sospechosa. Sin perdida de tiempo se metió dentro del gallinero y echó a todas las gallinas fuera, a base de picotazos y empujones, para que pudieran evitar el peligro que se cernía. Por
su parte, el tío Avelino, al ver que las aves estaban sueltas y que no
podía atrapar ninguna gallina en su estado, decidió primero aplacar su
sed. Al cabo de un rato, regresó de la bodega de la casa con una pequeña
garrafa llena de aguardiente y se echó a morro unos buenos tragos. Luego,
convidó al gallinero, vertiendo media garrafa en el bebedero de las
aves, mientras que el resto lo reservó para la ceremonia del guiso de la
gallina y los honores a la finada.Con
media granja bebida y unas persecuciones tragicómicas, a pesar de que
todos iban haciendo eses—uno para alcanzarlas y otras para
evitarlo—finalmente el tío Avelino logró atrapar una gallina.
La selección natural, quiso que fuera una gallina que cojeaba de una pata y le impedía levantar su vuelo con agilidad, para escapar.
La reyerta quedó marcada con un rastro de plumas de la victima por el corral.
A primera hora de la tarde de ese día volvimos a la casa del tio Avelino. Pero esta vez nos acompañaba Ligia, la hermanita pequeña de Teles, cogida de la mano de su hermana mayor. Mostrabamos los brazos y las piernas llenas de ronchas, por que aunque el día anterior el gallo había estaba atado para que no nos atacase picandonos, eso no nos libró de una buena ración de picotazos de pulgas leonadas, en el pajar.
Encontramos al tio Avelino haciendo un pernal, con una cuerda, para atar cruzado en las patas de una oveja perica que le saltaba los vallados, - le permitían a la oveja andar para comer pero no echar carrerilla para saltar. Aunque se alegró con nuestra visita, el tio Avelino nos saludó con una sonrisa corta, mostrando indiferencia hacia nuestra llegada, y continuó con el trabajo, entrelazando la cuerda.
Como era costumbre, al llegar a la casa, comenzamos nuestra visita al pajar, a pesar de las pulgas leonadas que nos habían atormentado el día anterior. Después de revolcarnos entre la suave paja, nos dirigimos a la parte trasera de la casa, donde encontramos al gallo tumbado con las patas en el aire, mirando al cielo Quasimodo dió unas vueltas alrededor del animalito alar, sin que este se inmutara, y nos dijo que solo había visto una vez así a un pavo en casa de su madrina el día anterior a nochebuena. Y que el gallo tenía una melopea garrafal.
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