jueves, 23 de abril de 2015

En favor de Melquiades





Acabada la vida natural, me veo en la obligación de añadir unas lineas para que el lector pueda tener una opinión justa del perro de la herrera.

Además de la riña que llevó melquiades, por estar desaparecido sin cuidar el rebaño, su ama, en castigo, le echó el lazo al cuello y lo ató bien visible a la entrada del corral de las ovejas.

- ¡Con que todo el día de parranda, eh!. Pues ahora te vas a quedar atado una temporada, para que aprendes y no se te ocurra escapar para volver e a las andadas. 

Mientras su ama le reñía y lo prendía con una cadena en el collar,  melquiades permanecía , sumiso, tirado en el suelo panza arriba con las patas recogidas, lanzaba miradas breves, mostrandole sus ojos culpables y suplicantes de perdón, a la herrera.
Melquiades estuvo varios días castigado sin recibir una caricia de su ama; y las mismas ovejas, del rebaño de la herrera, le torcían la mirada cuando salían del establo: por haberlas dejado solas  con las dos ovejas de los labrada y el mardano, padre semental del rebaño.

Melquiades era más educado que un perro lazarillo, y estaba en su haber, encontrar una vecina mayor que llevaba varios días desaparecida.
Cuando alguien llegaba a casa de visita, melquiades se ponía a su lado y la  guiaba hasta donde estaban el herrero o su mujer, según fuera el caso.
Un día, en que el herrero y su mujer habían salido, apareció el párroco por la casa para hablar de un asunto urgente con el herrero.

El párroco, ignorando la ausencia de los de la casa, anduvo dando voces, llamando en voz alta para que apareciera alguien a recibirle. 
Melquiades, al oír las voces del párroco, se levantó de donde estaba, y se fue junto a la visita, para recibirla, y hacerle compañía mientras no aparecían sus amos. Le olió como de costumbre y antes de que el cura dijese nada, supo que ese hombre de negro venía hablar con el herrero.

 - ¿ A ver, donde están tus amos? - escuchó el perro mientras le pasaban la mano por encima de su cabeza dándole unas caricias.

Melquiades sabía que su amo y la mujer no tardarían en llegar, así que para hacer tiempo decidió enseñarle la casa, como veía que se hacia cuando alguien venía de visita, y entonces, acariciando con su cuerpo las piernas del cura, empujó al padre para que se pusiera en movimiento.
echó a andar tras el, al interior de la fragua.

El cura iba con las manos para atrás, mirando por aquí y por allá, mientras seguía al perro que educadamente
Primeramente melquiades condujo al párroco hacia una habitación grande donde el herrero había construido un molino.
Era como un castillo de madera con dos piedras grandes de moler.  La piedra de arriba giraba constantemente, y por encima de ella había un embudo de madera. Subiéndose por una escalera se vaciaban allí los sacos de grano. El grano caía poco a poco hacia el centro de la piedra volandera, que no paraba de girar sobre la muela de abajo, y con ello al interior donde entre las dos piedras, al girar la piedra superior sobre la muela de abajo, se molía el grano
La harina ya molida, era expulsada para fuera, por el movimiento de las muelas, y finalmente con la vibración del molino, confluía en una abertura por la parte de abajo del molino, para ser recogida en los sacos.

Melquiades se sentó sobre sus patas traseras, mientras miraba para el cura con las orejas puntiagudas; tal vez esperaba que le arreglase algo al molino, que no le sabía arreglar el herrero, por que para el perro, cuando empezaba a trabajar el molino propulsado por un motor eléctrico de correas; salía de dentro un ruido que debía ser producido por el mismísimo diablo.

Melquiades continuó para salir del molino y entrar en la fragua. 
Ahora estaban delante de unas estanterías donde había botes de pintura de minio, latas de conserva abiertas, de las que sobresalían pinceles y brochas, con sus cerdas para arriba...El cura se fijaba en todo y ladeaba la cabeza mientras miraba para los utensilios del herrero; el bórax y las tiras de metal, hechas de casquillos de bombillas, que el herrero golpeaba encima del yunque, hasta convertirlos en unas tiritas de metal preparadas para soldar piezas de hierro en la fragua...
En la pared negruzca de la fragua, había algunos dibujos con los que el herrero había ideado como podían reforzar la estructura de un furgón para que se sumergiera en el agua; como entendía él que deberían haber hecho, un submarino para el contrabando, los narcos del otro lado del charco.
En fogón de la fragua, con que se avivaba la brasa, tenía un gran fuelle de cuero colgando del techo; cerca, había un cepo de madera, con un enorme  yunque de hierro, no se le podía calcular la edad pero debía ser tan antiguo, como cuando se empezá a levantar el pueblo; y la maza con la que el herrero golpeaba el hierro al rojo vivo, hasta darle forma.
 Mientras el cura continuaba absorto mirando, con las manos detrás de la espalda, melquiades se tiró en la carbonera revolcándose por encima del carbón. Salió de allí todo tiznado de negro.
 El cura, curioso , se fijó en las tenazas de hierro, grandes y alargadas, que descansaba sobre el carbón del fogón, que el herrero usaba para meter y quitar las piezas de hierro incandescentes, de las brasas, para golpearlas sobre el yunque o meterlas en el agua súbitamente, para que cogieran temple. 
Asió las tenazas, para abrilas y cerrarlas en el aire; y en ese momento, en que había cogido una pertenencia del amo del perro, recibió un fuerte mordisco en su trasero. El cura, dando un fuerte grito de dolor, soltó las tenazas y echo a correr, escapando con su nalga dolorida; mientras el perro le perseguía dandole mordiscos en su sotana, no parando hasta que este salió de la propiedad de sus amos.

Melquiades era un perro pastor educado, pero también era un perro vigilante de cualquier otra pertenencia de su amo.

El hecho fue muy comentado en la comarca y fue de aquellas cuando nos enteramos que el herrero se había apuntado en el grupo femenino de pandereteras, que habían creado en la casa de cultura del ayuntamiento, y no era muy bien visto por el párroco.




mvf.


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