jueves, 14 de agosto de 2014

Ya se ira poniendo el sol ...



Cuando el cura salió de la casa de Abelarda los hombres que faenaban en la plaza le miraron de reojo.
El cura llevaba su gorra entre la faja que ataba su sotana negra alrededor de su cintura y caminaba con ceremonía buscando el mejor momento para saludar al pueblo y despedirse con su mano alzada impartiendo bendiciones para que quedasen todos en paz de Dios, pero se detuvo al ver la comitiva que se acercaba.
Los cuerpos vistos al trasluz de la polvareda.
 Dos hombres lanzaban la hierba trillada al aire para separarla del trigo. El grano de trigo con su peso caía a pocos pies de distancia de cada uno de los hombres, y la hierba, más ligera, era arrastrada por el viento a más lejos separándose así el trigo de la paja. Y vistos parecían imágenes detenidas en el trasluz del tiempo inmemorable.
La escena era igual que otras tantas veces que los hombres habían desgranado el trigo del campo después de la siega y a la memoria de cura de Labregos vino la vez, en otro tiempo, que había estado allí frente a ellos.
 De aquellas las mujeres tenían que limpiar el suelo previamente con enormes escobas artesanales hechas con brezo, y apelmazar bien la tierra para después realizar la trilla a o la malla según fuera la cantidad de cereal a desgranar.  Aún no habían solado la era con enormes piedras de losa de granito convirtiéndola en la plaza actual que era hoy en día.
Ese día de trilla, después del descanso  para comer, estaban todos los hombres de las haciendas allí reunidos: unos sentados, otros de pie… alrededor de ellos las mujeres portaban sus hijos en los brazos o los más pequeños agarrados a sus delantales, una prenda que apenas disimulaban los ralos trapos que eran los vestidos de la gente pobre. Y todos esperaban en silencio a que el amo acabase el enorme puro que había encendido delante de ellos.
Los mediocres señores gallegos trataban a sus trabajadores campesinos como vasallos y esclavos. Después del fracaso de los monárquicos,  apoyados por la iglesia temerosa de que el voto de la ciudad y las ideas republicanas y liberales llegase a la gente ignorante del campo habían decidido dar su apoyo al Frente Republicano gallego y ofrecieron su colaboración  para que ganasen sus candidatos.
Faltaba poco para venir las elecciones democráticas del 28 de junio que elegirían los diputados al parlamento de la II república en España mediante sufragio universal masculino y después de comer los caciques, que se habían reunido en la casa del señor del lugar para acordar ese dia llevar a sus gentes a votar al Frente Republicano gallego, se produjo en la mesa un debate sobre las ideas que Roberto Novoa Santos, un medico gallego perteneciente al Frente Republicano gallego  y candidato por este grupo, tenía de la inteligencia de las mujeres y por que no podrían llegar a votar jamás ni participar en las cosas de los hombres. 

Roberto Novoa Santos y su grupo fue un contrario al voto femenino como parlamentario por Galicia  en la segunda república y sus palabras se recogen en las sesiones del parlamento de aquella epoca. A pesar de sus ideas vergonzosas como gallego, hoy en Galicia hay aulas academicas, centros sanitarios y nombres de calle dedicadas a su memoria. Entre sus importantes obras, en la que destacó su Manual de medicina general, 1916,  figuran tambien La Indigencia espiritual del sexo femenino, o Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica (1908)

Al terminar la tertulia los caciques bajaron a la era para dirigir unas palabras a los hombres de sus haciendas que esperaban  desde primeras horas de la tarde sin reanudar sus faenas.
Habló primero el Sr cura párroco de Labregos refiriéndoles a los presentes los sacramentos y la obediencia a los mayores en poder, dignidad y gobierno, mientras asentían detrás de él los amos de las tierras. Al terminar el párroco miró para el señor de la casa grande por si quería tomar la palabra. Este fumaba tranquilamente un puro grande, negro, de olor apestoso y se hizo un silencio entre los presentes esperando que dirigiese unas palabras. Cuando terminó el puro lo dejó caer al suelo y con la punta del pie lo esmagò como si fuera una enorme cucaracha alquitranosa, y sin mediar palabra, dando una señal con la mirada, le dio la palabra a un jovencísimo Sebastián del Frente Republicano Gallego.
Sebastián les explico quienes eran los candidatos del Frente Republicano Gallego y de cómo velarían por los intereses de Galicia, defendiendo la necesidad de una región autónoma en una república plural y unitaria, que les protegería así de los desmanes de los socialistas y los comunistas; refiriéndoles de manera exagerada como en Madrid, los obreros habían quemado iglesias y hasta matado curas y niños cristianos con motivo de la proclamación de la república en el mes de mayo. El 28 de junio de 1931, día de las elecciones les llevarían a votar al ayuntamiento donde los hombres, los únicos que tenían derecho a voto, tendrían que votar Frente Republicano Gallego.
Al terminar nadie se atrevió a decir nada.
Entre todos los hombres que venían a la trilla allí estaba también el ovejero, el padre de Abelarda, pues había venido como los demás hombres de las haciendas para escuchar lo que tenían que decirles sus amos.
Sebastián se dirigió a él preguntándole imperativamente, delante de todos para ver el efecto de sus palabras en ellos. - ¿Ya sabes a quien tienes que votar, verdad?
Si – respondió el ovejero.
Sebastián, ufano de si mismo,  volvió a gritarles a los campesinos alzando la voz para que le oyeran - - ¡Ya sabéis lo que tenéis que votar todos, para que todo siga igual, sino queréis que empeore la cosa!
Si - respondió el padre de Abelarda por todos - pero el voto es secreto.
La sorpresa de la respuesta inesperada del ovejero produjo estupor en unos y sonrisas en otros.
Se levantó el aire y lamió la hierba trillada.
El cura de Labregos puso la mano en el hombre de Sebastián para que callase, y juzgando el momento oportuno, los hacendados del lugar, el cura de Labregos y el joven Sebastián, regresaron caminando despacio para la casa escondiendo con conversaciones intrascendentes su huida del lugar de la trilla, mientras los hombres, las mujeres y los niños reanudaban sus tareas para desgranar el trigo.

 Entonces los jornaleros venidos de fuera, entre los que se encontraban alguna gente de Leon y de Zamora, empezaron a cantar una canción de la trilla 

                                      Ya se irá poniendo el sol.
                                      Ya se debiera haber puesto.
                                      Para el jornal que ganamos
                                     no es menester tanto tiempo

Al oir está canción el criado que hacía de mayoral, se dirigió corriendo hacía los hombres que trillaban en la era, ordenandoles que se callasen y pararan de cantar, pues oyendoles los animales, adormecidos por la musica, trabajarían más despacio.
Mientras regresaban para la casa grande, el joven llamado Sebastián miró airado de reojo al padre de Abelarda y juró que algún día se vengaría de su osadía.




Mvf.

leí algunas cosas sobre la trilla, entre todas está esta muy bien
http://www.villardecanas.es/historia/siega.pdf









martes, 22 de julio de 2014

El dia de la trilla








Entró el verano y el calor parecía detener el tiempo en las horas de la tarde.

El día anterior, después de que todos trabajaran en el campo, las mujeres por la noche habían estado barriendo y limpiando, preparando la plaza mayor para realizar la trilla.

Se habían levantado a las seis de la mañana para prepararle las cosas a los hombres. Pronto marcharían al campo y las mujeres tendrían que tener todo recogido para cuando regresasen con las primeras carretas de trigo. Entonces les estarían esperando en la plaza para abrir los haces de trigo e ir esparciendo la hierba en el suelo de la era en dos grandes circulos, acostando la hierba con el grano para arriba para que se secara bien con el calor del sol. A las diez pararían para desayunar unas sopas de ajo con tocino frito y vino o una copa de aguardiente como fuera la costumbre de cada uno, y después continuarían hasta acabar el acarreo.
Cuando llegó el cura de Labregos a tomar el café, y con esas a quedarse a comer a casa de Abelarda, era media mañana. Los hombres terminaban de marchar de regreso con los carros para recoger las ultimas haces de trigo que aún quedaban apiladas en el campo después de la siega. Mientras, las mujeres quedaban solas en la plaza, con las pañoletas atadas a la cabeza para protegerse del sol, volteando la hierba con unas horcas de tres ganchos, de fuera para dentro y de dentro para fuera del circulo en el que estaba esparcida, para que el sol le pegara uniformemente.
Abelarda, cuando le informaron de la visita, salió a recibir al párroco sin muchas reverencias acordes con la época.
A la hora de la comida pararon de trabajar y todos comieron juntos, incluso los hombres del jornal que habían pasado la noche en el campo. Había cocido con garbanzos, con una sopa densa de grasa del cerdo que los hombres comieron con apetito; se acompañaba con unas rebanadas de pan, que se iba cortando de unos bollos grandes negros de trigo con centeno, y vino tinto gallego.
Después de comer los hombres marcharon a echar una pequeña siesta. Como era previsible al párroco de Labregos, se le invitó a dormir la siesta en una de las habitaciones que había en la casa para los invitados y con su estancia se parecía ver que todo era como con los antiguos señores propietarios de la tierra.
Ya era las cinco de la tarde cuando se levantó despertado por el ruido que hacia la gente al trabajar fuera de la casa, y al salir de la habitación se encontró que en el salón los criados habían dispuesto una mesa redonda, tapada con una tela de lino que colgaba por los lados ocultando elegantemente sus patas, cubierta con un mantel de encaje hecho en Camariñas y encima de ella había preparada una bandeja con cafè, una jarrita con leche junto a unas pequeñas tazitas, y una bandejita de plata con galletas hechas en la casa.
El salon de la casa tenia una mesa grande con robustas patas talladas; la mesa era alargada y a cada lado de ella había seis sillas de respaldo alto con su patas tambien talladas; por la parte posterior, pegado a la pared blanca encalada, habia un mueble chinero cargado de platos, de cerámica de macao, que se cerraban, salvados del polvo, por dos grandes puertas de cristal biselado; todo el conjunto estaba hecho de madera de castaño. Habia dos ventanas grandes y una puerta acristalada, que daba al balcón de la casa, que se cerraban por dentro al exterior con dos contras para protejerse así de la entrada de la luz o del invierno.
En seguida vino Abelarda la señora de la casa y se sentó junto a él. El cura esperó a que le sirvieran y cuando el criado que les atendió desapareció empezó a contar a Abelarda el motivo de su visita. 
El cura había recibido del obispado de la Coruña noticias de Venezuela sobre el criollo marido de Abelarda. Y mostrándose compungido, como hablan ellos, le dijo que en este día aciago sentía traerle la infortunada noticia de que su esposo secreto*,  había muerto de una puñalada en el pecho asestada en una reyerta nocturna en Caracas.
Abelarda ladeo la cabeza y su vista se escapó de la prisión de los cristales de la puerta del balcón de la casa, volando libre al exterior, a la plaza donde los hombres ya comenzaran a rastrillar la hierba. Habían traído dos grandes animales de tiro, unos caballos percherones que tiraban de unos enormes trillos, uno maderos provistos por unas de sus caras de hileras de finas piedras de sílice cortantes que arrastraban por encima de la hierba trillándola, cortandola en trozo pequeñitos y separando el grano; cada animal era conducido desde dentro del circulo por un hombre que le hacia caminar dando vueltas alrededor de él, pasando el trillo por la hierba extendida en los circulos.
Cuando Abelarda viniera de Venezuela el criollo tenía un amante de origen humilde que poseía una belleza apolínea e inculta, envidia de sus iguales de genero en todo Caracas y los dos, uno por su origen de buena familia y otro por su belleza profana eran aclamados en todas las fiestas nocturnas de Caracas. Pero al amante del criollo no entendía las lisonjas cultas y finas en el habla que su querido hacía a todo el mundo y le fue naciendo un malquerer resentido, fruto de su propia ignorancia y distancia social entre los dos, que provocó después de muchos conflictos y desaires caprichosos que el criollo lo abandonase.
Entendiendo el amante del criollo erróneamente que había sido por la existencia de otro amante secreto, se personó en uno de los muchos lugares públicos de vida alegre que se frecuentaban por la noche y tras una sonada discusión con el criollo le asestó a la salida del local, una puñalada en el pecho que le produjo la muerte después de agonizar desangrándose en el suelo sin la ayuda de nadie pues todo el mundo se dio a la fuga al ver lo ocurrido.
Los padres del criollo, deseosos de acabar con los escándalos, tras enterrar a su hijo y sabiendo que el hijo de Abelarda no tenía ninguna relación familiar con ellos; a través de la arquidiócesis de Caracas, con favores y dadivas, pidieron que le hicieran llegar la noticia de la muerte de su hijo porque estaban interesados en que de ningún modo Abelarda regresase a Venezuela. 



mvf. 

lunes, 23 de junio de 2014

Como son las mujeres.


Todo el mundo dice que mi padre tiene buen carácter y que es un hombre muy conciliador, pero se enfada por tonterías con mi madre. Hoy se enfadó por que mi madre le cambió la camisa que llevaba desde hace cuatro días para echarla a la lavadora y le puso otra limpia. - Mi padre deja que pasen varios días, y hasta a veces más, antes de echar su camisa o cualquier otra prenda a la ropa sucia por que las prendas se gastan, como dice él, con el lavado. También se niega a caminar una hora todos los días, como le dice el medico, por que los cuerpos se desgastan; y deja todo tirado por la casa por que parece ser que así los muebles se conservan mejor.
Fue un enfado de esos, de repente, al no encontrar la camisa sucia,  "según nuestro criterio femenino"  y ver en su lugar la camisa limpia, esperándole colgada en el respaldo de la silla, que hace las veces de galan en la habitación. Pero como mi padre discutiendo con mi madre tiene las de perder, se la vistió sin rechistar. Lo único que dijo fue un portazo al salir. Estaba todo hablado.
Se paró a la salida de casa, mirando para la carretera hasta que una idea le vino a la cabeza; y se dirigió al garaje. Había decidido dar una vuelta en coche e ir hasta el pueblo a ver a su amigo el medico, por que le había entrado dolor de cabeza.
En la casa se escuchó el ruido del portón motorizado al abrirse. El arrancar el coche. Y el portón motorizado al volver a cerrarse.
- Se marchó. ¿Y a donde irá?
- Déjalo que marche- dijo mi madre - que aún tenemos mucho que hacer.
Aparcó el coche, cerca del ayuntamiento. Desde ahí marchó andando hasta el centro de salud. Al llegar saludó unos conocidos que estaban fumando a la puerta del centro; pasó de largo y se dirigió a la parte de atrás del edificio. Se agachó, para coger unas chinas del suelo y con la primera acertó en una de las ventanas de las consultas, de la planta baja, que daban a la parte posterior del edificio. Pasados unos minutos se abrió la venta y asomó la cabeza de un hombre vestido con bata. Era uno de los médicos del centro de salud y cuando vio a mi padre, le hizo una seña con la mano que esperase. La cabeza volvió a meterse en el interior, y tras haberse quitado la bata y ponerse una chaqueta en la consulta, salió de nuevo, y el medico se descolgó por la ventana, y de un salto alcanzó el suelo - Apunto estuvo de torcerse un tobillo y tirar a mi padre al suelo - Una vez juntos los dos, se dieron unas palmadas en señal de saludo y los dos marcharon a tomar un café.
En la sala de espera del medico estaba una de las hijas de las esparraguesas con su madre y como ellas son muy echadas para adelante, al tardar en asomar el medico en su consulta, llamando que entrara el siguiente, la hija abrió la puerta de la consulta y al verla vacía, sin haber visto salir al medico por la puerta de su consulta,  alarmó a todo el centro de salud ,"por que alguien, no sabía quien, había secuestrado al medico"
Así que el teléfono del medico no paró de sonar y no pudieron tomar el café tranquilos. El medico regresó apurado para volver a entrar a su consulta, por la parte de atrás del centro de salud, ayudado por mi padre. Y aunque no había mucha altura casi se descalabra uno y se luxa el hombro el otro.
El medico se quitó la chaqueta y se volvió a poner la bata y al abrir la puerta de la consulta y decir: - el siguiente - todos pensaron que la hija de las esparraguesas era una histérica; y la hija de las esparraguesas pensó para si que la aparición del medico era un caso fantasmas, ladrones de cuerpo o vete a saber qué; y aunque habían hecho coincidir que era primero de mes para ir a cobrar  la pensión al banco, con el día de encontrarse mal e ir al centro de salud de paso; ese día, decidieron las dos, marchar sin visitar el medico.
Mi padre, después de la visita a su amigo, aún le quedaba tiempo, antes de regresar a casa para comer; así que se acordó de lo de la camisa y para bajar el enfado y pasar el tiempo, decidió hacer lo que más le gusta: poner a prueba sus nervios de conductor en carretera y crear una larga caravana de vehículos en la que él, sin perder la tranquilidad, era la cruz de la procesión. Era como un largo y obligado: todos estamos de acuerdo contigo y te seguimos en la fila de la procesionaria * orugas del pino.
La guardia civil: dos agentes de servicio al lado de un coche patrulla, estacionado en la carretera y Marcelino el motorista; estaban hablando sin hacer daño a nadie. Esperando la llegada de la hora para regresar al cuartelillo. Al ver el vehículo de mi padre "que ya lo conoce todo el mundo"  que circulaba a menos de la mitad, de la mitad ... de la velocidad permitida en la carretera nacional decidieron darle el alto y mandarlo parar para permitir que lo adelantase su larga cola de fila de la procesionaria que traía detrás, * orugas del pino.
Los de la patrulla fueron los primeros en darle el alto para que se detuviese al lado de la carretera, pero mi padre "en que estaría pensando no se dio cuenta de los agentes" y como no se paraba echaron a correr apartándose de la carretera, gritándole que se parase. 
Marcelino, el guardia civil que estaba parado más adelante con la moto, al ver a sus compañeros saltando, se plantó en medio de la carretera con la mano en alto, partiéndose de risa, y mi padre " que seguía con sus pensamientos" solo vio a Marcelino en medio de la carretera cuando acabó encima del capó del coche.
La guardia civil inmovilizó el vehículo en carretera y metió a mi padre en el coche patrulla para trasladarlo al cuartelillo, solo por que si tenían que hacer parte de las contusiones de Marcelino  se verían obligados a ponerle una denuncia para justificar el atestado del accidente. Y mientras iban al cuartel, mi padre sentado en el asiento de atrás de la patrulla de la guardia civil, se disculpó con los agentes diciéndoles que debió de haberle dicho a mi madre que saliera y condujese ella, y lo hubiera hecho si no fuera por culpa de una camisa,  pero que ya sabe como son las mujeres: - cuando se ponen erre que erre.


mvf.
dedicado a
Jose carlos ocampo

miércoles, 14 de mayo de 2014

El ex de Arcadia.

Aquí en el campo todo es calma y la vida transcurre con la rutina del tiempo y sus estaciones.

El ex de Arcadia tocaba el bombardino en las bodas y bautizos de la comarca, pero de un tiempo para aquí se fue quedando sin trabajo por que la gente joven, obligados por la búsqueda de trabajo y atraídos también por la vida más movida de la ciudad, se marcha de los pueblos del campo; y el bombardino en los cabo de años y funerales no tenía lugar.

 Arcadia había aprendido a tocar el piano y por el contrario, al no quedar más que gente mayor en el pueblo, vio como aumentaba su trabajo tocando el órgano en la misa para los funerales.

Y en algún momento ellos se separaron.
Arcadia como era mujer de pocos gastos se fue haciendo con unos ahorros en el banco y un día decidió darse un lujo y comprarse un coche 4x4, todo terreno, de segunda mano.
Lo primero que hizo Arcadia al tener el coche fue pasearse por el pueblo para presumir delante de todo el mundo. 
 Al ver a Arcadia con el 4x4, su ex sintió una profunda envidia y decidió hacerle alguna maldad. Una noche se dirigió a la casa de Arcadia, que estaba cerca de la Iglesia y el cementerio, con la intención de pincharle las cuatro ruedas y rayar la chapa del vehículo.
  Esa noche el ex de Arcadia, para no ser visto, dejó el vehículo, en el aparcadero que hay más arriba de la iglesia, desde donde se llega andando a la iglesia por un camino de tierra, a veces lleno de bolitas negras que dejan los intestinos de las ovejas del rebaño de la mujer del herrero. El ex de Arcadia, después de aparcar su coche, bajó con sigilo hasta donde estaba el todo terreno, aparcado al lado de la casa de Arcadia, y cuando iba a realizar su maldad escuchó el ruido de una furgoneta que llegaba sigilosa a la iglesia por el camino asfaltado que viene directamente de la carretera. El que él evitó para ser detectado. El ex de Arcadia temiendo ser descubierto corrió, para esconderse entre el terreno y un muro alrededor de la iglesia y desde su escondite pudo ver como llegaba la furgoneta con un pequeño remolque y sin hacer ruido paraba a la entrada del cementerio.
Con la luna obscura bajaron tres hombres con tanto sigilo que ni los perros del lugar ladraron, y se dirigieron a un pequeño edificio que hay en el cementerio y en el que se guardan los aperos del enterrador. La puerta del edificio estaba abierta pues además de haber unos andamios también había una escalera que los vecinos a veces usaban para colocar las flores en los nichos más altos. Sacaron los andamios de allí y los montaron frente al nicho de don Sebastián; después uno de ellos se subió y con una paleta estuvo rascando un buen rato el cemento hasta que finalmente salió la losa que cerraba el nicho de don Sebastián.
Entonces, ayudado por los otros dos hombres extrajeron el féretro del nicho y lo llevaron hasta donde estaba la furgoneta para meterlo dentro del remolque y lo taparon con una lona. Después  volvieron al cementerio para cerrar el nicho. El mismo hombre, que era el más bajito de los tres, subió al andamio con la paleta y una cubeta con cemento que ya habían preparado, y mientras la luz de las linternas iluminaban toda la operación colocó la losa y volvió a sellar el nicho. Al terminar recogieron los andamios y sus cosas y cuando iban a salir del cementerio escucharon el estridular de las alas de un grillo, amplificado su canto porque había quedado encerrado dentro del nicho vacío de don Sebastián.
Los hombres discutieron acaloradamente entre ellos, que hacer, hasta que finalmente, sin dejar de increparse entre ellos, regresaron con los andamios para volver a quitar la losa y sacar el insecto delator del interior del nicho. Ya habían quitado la losa cuando se dieron cuenta de que  llegaba la hora del amanecer y que el tiempo corría contra ellos porque aún querían llevar el féretro de don Sebastián en barco  y tirarlo en medio del mar, así que apurados volvieron a cerrar el nicho, regresaron los andamios al caseto del enterrador y volvieron a la furgoneta, increpándose nuevamente entre ellos por la tardanza,
 
El ex de Arcadia había estado escondido sin moverse durante todo este tiempo temiendo ser descubierto, pero cuando regresaban los hombres a la furgoneta increpándose decidió levantarse y huir  provocando la caída de unas piedras del muro donde estaba escondido y con el ruido, asustados todos por ser descubiertos, marcharon corriendo cada cual por su lado.
Y así fue como se supo esta historia de Don Sebastián.


mvf
a xavi guitar.




martes, 22 de abril de 2014

Una lección de socialismo.

Era el veranillo de San Miguel y los tres amigos: Thelma, Quasimodo y Marise, se dirigieron en bicicleta a buscar orégano en el monte de las piedras que hablan.

 Después de recoger el orégano los tres se encontraban en unclaro en medio de un pinar; rodeados de árboles de hoja puntiaguda, altos y esbeltos, que exhibían con orgullos su edad.
 Quasimodo y Marise descansaban sentados sobre el suave mantillo amarillento de las hojas caídas de los pinos, mientras Thelma  buscaba moras entre las zarzas cercanas para comer. El sendero de tierra por el que habían llegado con sus bicis estaba cerca.

 
- Se te ve cansada Marise- comentó Quasimodo, parece que no has dormido bien.
Marise miró para miró hacia él, mientras Quasimod jugaba cerca con una vara de pino, creando canales sobre las hojas secas que cubrían el suelo.

- Esta noche hizo tanto calor que dormí muy mal y tuve pesadillas. Y sobre todo tuve un sueño extraño - dijo Marise.
 Thelma se dio media vuelta para ver a sus amigos; lucía una amplia sonrisa que revelaba sus dientes teñidos de morado por el jugo de las moras que llevaba a la boca.

Marise no iba a parar hasta contar su sueño y se sentó al lado de ellos. Les invitó a comer de las moras que terminaba de recoger. Y Marise empezó a contar su sueño:

Íbamos todas al colegio para las clases de la tarde y aún no estaba abierto el portón de la entrada. El sol había salido entre nubes frescas y blancas sobre un cielo azul brillante, después de caer un chaparrón torrencial. Y mientras esperábamos, el sol destellaba sobre los charcos de los baches de la calle mojada.
En la espera de la apertura del portón, aprovechábamos esos minutos restantes para correr, saltar y gritar antes de sentarnos en nuestros pupitres en clases. Y en medio de tanto bullicio algo me llamó la atención que me hizo quedar quieta. En la explanada que hay frente al colegio se había formado un enorme charco de agua en el que brillaba la luz del sol con destellos dorados. Era el charco perfecto.
Mis compañeras al verme inmóvil, se detuvieron formando un corrillo a mi alrededor y empezaron a preguntarme qué me pasaba. Entonces con los ojos abiertos de asombro, apuntando con el dedo, les señale aquel maravilloso charco que se había formado en la explanada.
 ¡Oh! -  exclamaron todas las voces.

Ese charco al saltar sobre el tiene que dar el mejor salpicar del mundo.    

Una de las esparraguesas fue la primera niña que echó a correr y saltó sobre el charco. Al ver la corona de la salpicaduras de agua con sus destellos dorados, todo el mundo quiso unirse y saltar en el charco. Todas, menos yo, que le había prometido el día anterior a la profesora que iba a ser buena.

 Dieron las tres y media, en punto y el portón del colegio se abrió y allí estaba la profesora de guardia haciéndonos señas para que entráramos todos. Mis compañeras estaban empapadas pero a pesar de haber descubierto el charco y animar a mis compañeras a ver quien saltaba salpicando más, me contuve y no salté en el charco, como hicieron las demás.

La profesora al ver a toda su clase empapada de agua montó en cólera. Eso si aunque gritaba de una manera educada, lo hacía lo suficientemente fuerte para que todos la oyeran.

- ¡ Niñas!¿De quien fue la idea de saltar en los charcos? preguntó la profesora.Todas las niñas señalaron con el dedo a Marise. Aunque ese dedo no reflejaba lo bien que se lo habían pasado saltando sobre el charco de mis sueños.
 -¡ Marise ... ! -  gritó la profesora en medio de la clase.

Consideré que era el momento de mostrar mi buen comportamiento. Sin una pizca de salpicadura, salí al medio del pasillo y respondí con voz angelical:
- Como podrá ver profesora todas saltaron menos yo. Me he portado bien como le prometí.
La profesora llena de ira me agarró por los pelos y me sacó fuera, por la ventana de la clase.
Me podéis imaginar, agarrándome al brazo de la profesora que me sujetaba por los pelos de la cabeza, zarandeándome en el vacío de la clase.

Entonces la profesora me pregunta
- ¿Vas a dejar de hacer disparates ?
Yo le respondí que si.
Sin mediar palabra me soltó y mi cuerpo cayó al vacío.
- Le había mentido.

Pero yo me estaba decidida a demostrarle a la profesora que estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ser buena. Así que no tarde en regresar a clases. Esta vez llevaba un regalo en la palma de mi mano: un escarabajo del tamaño de una mariquita, su caparazón era de color turquesa y como si fuera un diamante emitía brillantes destellos irisados de color azulado cuando la luz lo alcanzaba.

La profesora quedó con su mirada atrapada por el espectacular brillo de la queratina del escarabajo hasta que se fijó en que llevaba una caja bajo el brazo.
- ¿ Marise, y esa caja que traes ahí ?
Entonces le enseñe el regalo.
Como la calle estaba inundada de escarabajos del mismo color, no solo traía uno; los había recogido todos y se los llevaba metidos en una caja de los zapatos.

 La profesora se puso a gritar como una loca, dando gritos sin ningún tipo de civilización, al ver salir los escarabajos volando por toda la clase. Cuando todo se calmó, allí estaba yo, de rodillas y castigada en frente al encerado, con los brazos levantados en cruz y sosteniendo un par de libros en cada mano como penitencia.

 La profesora se sentó en su escritorio, frente a toda la clase.
- ¡Niñas, estar calladas!
 El silencio se hizo en la clase durante unos instantes. Luego, la profesora exclamó en voz alta.
-  ¡Ay Marise, Marise...!
Sorprendiendo a la clase..
 - De todos los castigos que se reparten en la clase tú te llevas el ochenta y siente por ciento de los castigos. ¿Y nadie dirá que son injustos los castigos ?

Mis compañeras empezaron a mover la cabeza de lado a lado indicando que no eran injustos y afirmando que eran merecidos. Era como un vals de cabezas, asintiendo todas, incluso yo, aceptando que ninguno de los castigos que me imponían eran injustos.
La profesora respiró profundamente y entonces levantó la mano para que se detuviesen nuestras cabezas.
 

-  Sin embargo es injusto e insolidario.

Miramos hacia ella, sorprendidas por sus palabras, y con los oídos atentos esperábamos escuchar su explicación.

 - Porque el capital del castigo está mal repartido - continuó diciendo la profesora- y tu Marise dejas sin castigos a las demás.

 - ¿ Marise, eso qué es, una lección de socialismo?  Seguro que te lo has inventado tú - dijo Thelma.

Los tres amigos se levantaron, recogieron la bolsa en la que llevaban el orégano recolectado y regresaron al sendero. Allí les esperaba la bici descansando sobre unas piedras, los restos de un muro semiderruido que hacía de linde del pinar. Había llegado la hora de regresar. Pusieron de pie la bici. Thelma y Marise se  montaron en ella sentándose, una en la barra de la bici y la otra en el sillín. Luego Quasimodo empezó a empujar por detrás para saltar en marcha sobre el portaequipajes, listo para descender hacia el pueblo cuando cogieran suficiente velocidad.



mvf.

martes, 8 de abril de 2014

COMBATIENDO LA IGNORANCIA DERROTAREIS EL FASCISMO




Los criados que don Agustín había mandado para ayudar a Abelarda a instalarse ella y su hijo en su casa, empezaron a primera hora de la mañana. Tan pronto llegaron abrieron todas las ventanas para que entrara el aire fresco de la primavera y saliera la humedad del largo invierno que se había adueñado de la casa, después aempezaron a abrir las puertas de los armarios de las habitaciones, sacando toda la ropa que había en ellos para fuera; retiraron las sabanas que cubrían los muebles y estuvieron media mañana tratando de encender la cocina de leña. Habían hecho astillas de pino con una vieja hacha que reposaba en el suelo e la cocina, y las metieron en el  interior de la cocina de hierro gris, sobre unos papeles arrugados hechos de los trozos rotos de un cartel de propaganda en los que se pudo ver dibujadas una mano que entregaba un libro de historia a otras manos anhelantes de recibirlo, con unas letras por encima del dibujo que decían " leed, COMBATIENDO LA IGNORANCIA DERROTAREIS EL FASCISMO".  Habían hecho ya varios intentdos de encender la cocina sin conseguirlo. Entonces alguien dijo de meter unos papeles y prender fuego por el tiro de la cocina para calentar algo el interior negro y lúgubre de la chimenea; y después de hacerlo, al acercar nuevamente el fuego encendido con un fósforo, se prendió una llama firme y persistente que con la ayuda del respiradero de la chimenea, por el que pudo escapar el humo, se extendió el fuego a la madera y a los troncos que rápidamente se fueron metiendo encima de las astillas por la boca de la cocina con cuidado de no ahogar el fuego naciente. 
Fuera los vecinos torcían la cabeza sorprendidos por el trajín que se producía en la casa, y por el humo espeso que empezó a salir por la chimenea.

Al ver asomar a Abelarda por el balcón algunas vecinas hicieron ademán de santiguarse.
 Abelarda puso a su servicio dos sirvientas para que le ayudasen en los quehaceres de la casa, y por las mañanas, dos veces a la semana, las mandaba ir al puerto para comprar a los pescadores el pescado que traían recién pescado.

El Sisa no tardó en ir a la escuela para aprender a leer y a escribir; era la única escuela que había en el pueblo, a la que iban niños de todas las edades. Llevaba una libreta de muestras, que tenía en la parte de atrás la tabla de multiplicar; y una pequeña enciclopedia del mundo, un libro que habían encontrado en la casa y al que habían tenido que pintar con un lápiz rojo por encima del color morado de la bandera republicana, para convertirla en la bandera nacional.
 
El párroco que sabía en confesión la vida de Abelarda y de como se había engendrado un hijo de don Sebastián y pronto se enteró que en las Americas había contraído matrimonio charco con un criollo, recibió a Abelarda como si fuera el regreso del hijo prodigo y poco a poco, a medida que iban pasando las semanas y los meses en la vida rutinaria de los pueblos, le fue insinuando que había que educar a ese niño y mandarlo a estudiar al seminario, para que le preparasen, y en su vida adulta tomase los hábitos y sirviese a dios y así al hacer de él un hombre de dios purgar su nacimiento, fruto de un horroroso pecado, y dejarlo en las manos de Dios.  
El párroco también pensaba que aunque no quisiera dios dar hijos a don Sebastián dentro de la iglesia, algún día le heredaría, y que sus tierras y pertenencias acabarían en la iglesia, o si no fuese así o como fuese, algo de todo ello recibiría la iglesia por que alguna renta tendría que pagar su progenitor.

Los servidores de Dios piensan en la eternidad de la iglesia y así cuando a un mortal no le importaría perder un vaso de agua al día de su pozo, visto desde la eternidad, ganar ese vaso de agua al día sumaría un río tan grande que no se detendría hasta llegar al mar, inundando campos y valles.  
 Abelarda, aunque fuerte y dura por lo que había padecido, era una mujer sencilla cuyo unico deseo era llevar una vida normal en medio del anonimato, en aquella España nacional de los cuarenta, llena de claroscuros.



mvf.