lunes, 23 de junio de 2014

Como son las mujeres.


Todo el mundo dice que mi padre tiene buen carácter y que es un hombre muy conciliador, pero se enfada por tonterías con mi madre. Hoy se enfadó por que mi madre le cambió la camisa que llevaba desde hace cuatro días para echarla a la lavadora y le puso otra limpia. - Mi padre deja que pasen varios días, y hasta a veces más, antes de echar su camisa o cualquier otra prenda a la ropa sucia por que las prendas se gastan, como dice él, con el lavado. También se niega a caminar una hora todos los días, como le dice el medico, por que los cuerpos se desgastan; y deja todo tirado por la casa por que parece ser que así los muebles se conservan mejor.
Fue un enfado de esos, de repente, al no encontrar la camisa sucia,  "según nuestro criterio femenino"  y ver en su lugar la camisa limpia, esperándole colgada en el respaldo de la silla, que hace las veces de galan en la habitación. Pero como mi padre discutiendo con mi madre tiene las de perder, se la vistió sin rechistar. Lo único que dijo fue un portazo al salir. Estaba todo hablado.
Se paró a la salida de casa, mirando para la carretera hasta que una idea le vino a la cabeza; y se dirigió al garaje. Había decidido dar una vuelta en coche e ir hasta el pueblo a ver a su amigo el medico, por que le había entrado dolor de cabeza.
En la casa se escuchó el ruido del portón motorizado al abrirse. El arrancar el coche. Y el portón motorizado al volver a cerrarse.
- Se marchó. ¿Y a donde irá?
- Déjalo que marche- dijo mi madre - que aún tenemos mucho que hacer.
Aparcó el coche, cerca del ayuntamiento. Desde ahí marchó andando hasta el centro de salud. Al llegar saludó unos conocidos que estaban fumando a la puerta del centro; pasó de largo y se dirigió a la parte de atrás del edificio. Se agachó, para coger unas chinas del suelo y con la primera acertó en una de las ventanas de las consultas, de la planta baja, que daban a la parte posterior del edificio. Pasados unos minutos se abrió la venta y asomó la cabeza de un hombre vestido con bata. Era uno de los médicos del centro de salud y cuando vio a mi padre, le hizo una seña con la mano que esperase. La cabeza volvió a meterse en el interior, y tras haberse quitado la bata y ponerse una chaqueta en la consulta, salió de nuevo, y el medico se descolgó por la ventana, y de un salto alcanzó el suelo - Apunto estuvo de torcerse un tobillo y tirar a mi padre al suelo - Una vez juntos los dos, se dieron unas palmadas en señal de saludo y los dos marcharon a tomar un café.
En la sala de espera del medico estaba una de las hijas de las esparraguesas con su madre y como ellas son muy echadas para adelante, al tardar en asomar el medico en su consulta, llamando que entrara el siguiente, la hija abrió la puerta de la consulta y al verla vacía, sin haber visto salir al medico por la puerta de su consulta,  alarmó a todo el centro de salud ,"por que alguien, no sabía quien, había secuestrado al medico"
Así que el teléfono del medico no paró de sonar y no pudieron tomar el café tranquilos. El medico regresó apurado para volver a entrar a su consulta, por la parte de atrás del centro de salud, ayudado por mi padre. Y aunque no había mucha altura casi se descalabra uno y se luxa el hombro el otro.
El medico se quitó la chaqueta y se volvió a poner la bata y al abrir la puerta de la consulta y decir: - el siguiente - todos pensaron que la hija de las esparraguesas era una histérica; y la hija de las esparraguesas pensó para si que la aparición del medico era un caso fantasmas, ladrones de cuerpo o vete a saber qué; y aunque habían hecho coincidir que era primero de mes para ir a cobrar  la pensión al banco, con el día de encontrarse mal e ir al centro de salud de paso; ese día, decidieron las dos, marchar sin visitar el medico.
Mi padre, después de la visita a su amigo, aún le quedaba tiempo, antes de regresar a casa para comer; así que se acordó de lo de la camisa y para bajar el enfado y pasar el tiempo, decidió hacer lo que más le gusta: poner a prueba sus nervios de conductor en carretera y crear una larga caravana de vehículos en la que él, sin perder la tranquilidad, era la cruz de la procesión. Era como un largo y obligado: todos estamos de acuerdo contigo y te seguimos en la fila de la procesionaria * orugas del pino.
La guardia civil: dos agentes de servicio al lado de un coche patrulla, estacionado en la carretera y Marcelino el motorista; estaban hablando sin hacer daño a nadie. Esperando la llegada de la hora para regresar al cuartelillo. Al ver el vehículo de mi padre "que ya lo conoce todo el mundo"  que circulaba a menos de la mitad, de la mitad ... de la velocidad permitida en la carretera nacional decidieron darle el alto y mandarlo parar para permitir que lo adelantase su larga cola de fila de la procesionaria que traía detrás, * orugas del pino.
Los de la patrulla fueron los primeros en darle el alto para que se detuviese al lado de la carretera, pero mi padre "en que estaría pensando no se dio cuenta de los agentes" y como no se paraba echaron a correr apartándose de la carretera, gritándole que se parase. 
Marcelino, el guardia civil que estaba parado más adelante con la moto, al ver a sus compañeros saltando, se plantó en medio de la carretera con la mano en alto, partiéndose de risa, y mi padre " que seguía con sus pensamientos" solo vio a Marcelino en medio de la carretera cuando acabó encima del capó del coche.
La guardia civil inmovilizó el vehículo en carretera y metió a mi padre en el coche patrulla para trasladarlo al cuartelillo, solo por que si tenían que hacer parte de las contusiones de Marcelino  se verían obligados a ponerle una denuncia para justificar el atestado del accidente. Y mientras iban al cuartel, mi padre sentado en el asiento de atrás de la patrulla de la guardia civil, se disculpó con los agentes diciéndoles que debió de haberle dicho a mi madre que saliera y condujese ella, y lo hubiera hecho si no fuera por culpa de una camisa,  pero que ya sabe como son las mujeres: - cuando se ponen erre que erre.


mvf.
dedicado a
Jose carlos ocampo

miércoles, 14 de mayo de 2014

El ex de Arcadia.

Aquí en el campo todo es calma y la vida transcurre con la rutina del tiempo y sus estaciones.

El ex de Arcadia tocaba el bombardino en las bodas y bautizos de la comarca, pero de un tiempo para aquí se fue quedando sin trabajo por que la gente joven, obligados por la búsqueda de trabajo y atraídos también por la vida más movida de la ciudad, se marcha de los pueblos del campo; y el bombardino en los cabo de años y funerales no tenía lugar.

 Arcadia había aprendido a tocar el piano y por el contrario, al no quedar más que gente mayor en el pueblo, vio como aumentaba su trabajo tocando el órgano en la misa para los funerales.

Y en algún momento ellos se separaron.
Arcadia como era mujer de pocos gastos se fue haciendo con unos ahorros en el banco y un día decidió darse un lujo y comprarse un coche 4x4, todo terreno, de segunda mano.
Lo primero que hizo Arcadia al tener el coche fue pasearse por el pueblo para presumir delante de todo el mundo. 
 Al ver a Arcadia con el 4x4, su ex sintió una profunda envidia y decidió hacerle alguna maldad. Una noche se dirigió a la casa de Arcadia, que estaba cerca de la Iglesia y el cementerio, con la intención de pincharle las cuatro ruedas y rayar la chapa del vehículo.
  Esa noche el ex de Arcadia, para no ser visto, dejó el vehículo, en el aparcadero que hay más arriba de la iglesia, desde donde se llega andando a la iglesia por un camino de tierra, a veces lleno de bolitas negras que dejan los intestinos de las ovejas del rebaño de la mujer del herrero. El ex de Arcadia, después de aparcar su coche, bajó con sigilo hasta donde estaba el todo terreno, aparcado al lado de la casa de Arcadia, y cuando iba a realizar su maldad escuchó el ruido de una furgoneta que llegaba sigilosa a la iglesia por el camino asfaltado que viene directamente de la carretera. El que él evitó para ser detectado. El ex de Arcadia temiendo ser descubierto corrió, para esconderse entre el terreno y un muro alrededor de la iglesia y desde su escondite pudo ver como llegaba la furgoneta con un pequeño remolque y sin hacer ruido paraba a la entrada del cementerio.
Con la luna obscura bajaron tres hombres con tanto sigilo que ni los perros del lugar ladraron, y se dirigieron a un pequeño edificio que hay en el cementerio y en el que se guardan los aperos del enterrador. La puerta del edificio estaba abierta pues además de haber unos andamios también había una escalera que los vecinos a veces usaban para colocar las flores en los nichos más altos. Sacaron los andamios de allí y los montaron frente al nicho de don Sebastián; después uno de ellos se subió y con una paleta estuvo rascando un buen rato el cemento hasta que finalmente salió la losa que cerraba el nicho de don Sebastián.
Entonces, ayudado por los otros dos hombres extrajeron el féretro del nicho y lo llevaron hasta donde estaba la furgoneta para meterlo dentro del remolque y lo taparon con una lona. Después  volvieron al cementerio para cerrar el nicho. El mismo hombre, que era el más bajito de los tres, subió al andamio con la paleta y una cubeta con cemento que ya habían preparado, y mientras la luz de las linternas iluminaban toda la operación colocó la losa y volvió a sellar el nicho. Al terminar recogieron los andamios y sus cosas y cuando iban a salir del cementerio escucharon el estridular de las alas de un grillo, amplificado su canto porque había quedado encerrado dentro del nicho vacío de don Sebastián.
Los hombres discutieron acaloradamente entre ellos, que hacer, hasta que finalmente, sin dejar de increparse entre ellos, regresaron con los andamios para volver a quitar la losa y sacar el insecto delator del interior del nicho. Ya habían quitado la losa cuando se dieron cuenta de que  llegaba la hora del amanecer y que el tiempo corría contra ellos porque aún querían llevar el féretro de don Sebastián en barco  y tirarlo en medio del mar, así que apurados volvieron a cerrar el nicho, regresaron los andamios al caseto del enterrador y volvieron a la furgoneta, increpándose nuevamente entre ellos por la tardanza,
 
El ex de Arcadia había estado escondido sin moverse durante todo este tiempo temiendo ser descubierto, pero cuando regresaban los hombres a la furgoneta increpándose decidió levantarse y huir  provocando la caída de unas piedras del muro donde estaba escondido y con el ruido, asustados todos por ser descubiertos, marcharon corriendo cada cual por su lado.
Y así fue como se supo esta historia de Don Sebastián.


mvf
a xavi guitar.




martes, 22 de abril de 2014

Una lección de socialismo.

Era el veranillo de San Miguel y los tres amigos: Thelma, Quasimodo y Marise, se dirigieron en bicicleta a buscar orégano en el monte de las piedras que hablan.

 Después de recoger el orégano los tres se encontraban en unclaro en medio de un pinar; rodeados de árboles de hoja puntiaguda, altos y esbeltos, que exhibían con orgullos su edad.
 Quasimodo y Marise descansaban sentados sobre el suave mantillo amarillento de las hojas caídas de los pinos, mientras Thelma  buscaba moras entre las zarzas cercanas para comer. El sendero de tierra por el que habían llegado con sus bicis estaba cerca.

 
- Se te ve cansada Marise- comentó Quasimodo, parece que no has dormido bien.
Marise miró para miró hacia él, mientras Quasimod jugaba cerca con una vara de pino, creando canales sobre las hojas secas que cubrían el suelo.

- Esta noche hizo tanto calor que dormí muy mal y tuve pesadillas. Y sobre todo tuve un sueño extraño - dijo Marise.
 Thelma se dio media vuelta para ver a sus amigos; lucía una amplia sonrisa que revelaba sus dientes teñidos de morado por el jugo de las moras que llevaba a la boca.

Marise no iba a parar hasta contar su sueño y se sentó al lado de ellos. Les invitó a comer de las moras que terminaba de recoger. Y Marise empezó a contar su sueño:

Íbamos todas al colegio para las clases de la tarde y aún no estaba abierto el portón de la entrada. El sol había salido entre nubes frescas y blancas sobre un cielo azul brillante, después de caer un chaparrón torrencial. Y mientras esperábamos, el sol destellaba sobre los charcos de los baches de la calle mojada.
En la espera de la apertura del portón, aprovechábamos esos minutos restantes para correr, saltar y gritar antes de sentarnos en nuestros pupitres en clases. Y en medio de tanto bullicio algo me llamó la atención que me hizo quedar quieta. En la explanada que hay frente al colegio se había formado un enorme charco de agua en el que brillaba la luz del sol con destellos dorados. Era el charco perfecto.
Mis compañeras al verme inmóvil, se detuvieron formando un corrillo a mi alrededor y empezaron a preguntarme qué me pasaba. Entonces con los ojos abiertos de asombro, apuntando con el dedo, les señale aquel maravilloso charco que se había formado en la explanada.
 ¡Oh! -  exclamaron todas las voces.

Ese charco al saltar sobre el tiene que dar el mejor salpicar del mundo.    

Una de las esparraguesas fue la primera niña que echó a correr y saltó sobre el charco. Al ver la corona de la salpicaduras de agua con sus destellos dorados, todo el mundo quiso unirse y saltar en el charco. Todas, menos yo, que le había prometido el día anterior a la profesora que iba a ser buena.

 Dieron las tres y media, en punto y el portón del colegio se abrió y allí estaba la profesora de guardia haciéndonos señas para que entráramos todos. Mis compañeras estaban empapadas pero a pesar de haber descubierto el charco y animar a mis compañeras a ver quien saltaba salpicando más, me contuve y no salté en el charco, como hicieron las demás.

La profesora al ver a toda su clase empapada de agua montó en cólera. Eso si aunque gritaba de una manera educada, lo hacía lo suficientemente fuerte para que todos la oyeran.

- ¡ Niñas!¿De quien fue la idea de saltar en los charcos? preguntó la profesora.Todas las niñas señalaron con el dedo a Marise. Aunque ese dedo no reflejaba lo bien que se lo habían pasado saltando sobre el charco de mis sueños.
 -¡ Marise ... ! -  gritó la profesora en medio de la clase.

Consideré que era el momento de mostrar mi buen comportamiento. Sin una pizca de salpicadura, salí al medio del pasillo y respondí con voz angelical:
- Como podrá ver profesora todas saltaron menos yo. Me he portado bien como le prometí.
La profesora llena de ira me agarró por los pelos y me sacó fuera, por la ventana de la clase.
Me podéis imaginar, agarrándome al brazo de la profesora que me sujetaba por los pelos de la cabeza, zarandeándome en el vacío de la clase.

Entonces la profesora me pregunta
- ¿Vas a dejar de hacer disparates ?
Yo le respondí que si.
Sin mediar palabra me soltó y mi cuerpo cayó al vacío.
- Le había mentido.

Pero yo me estaba decidida a demostrarle a la profesora que estaba dispuesta a hacer todo lo posible para ser buena. Así que no tarde en regresar a clases. Esta vez llevaba un regalo en la palma de mi mano: un escarabajo del tamaño de una mariquita, su caparazón era de color turquesa y como si fuera un diamante emitía brillantes destellos irisados de color azulado cuando la luz lo alcanzaba.

La profesora quedó con su mirada atrapada por el espectacular brillo de la queratina del escarabajo hasta que se fijó en que llevaba una caja bajo el brazo.
- ¿ Marise, y esa caja que traes ahí ?
Entonces le enseñe el regalo.
Como la calle estaba inundada de escarabajos del mismo color, no solo traía uno; los había recogido todos y se los llevaba metidos en una caja de los zapatos.

 La profesora se puso a gritar como una loca, dando gritos sin ningún tipo de civilización, al ver salir los escarabajos volando por toda la clase. Cuando todo se calmó, allí estaba yo, de rodillas y castigada en frente al encerado, con los brazos levantados en cruz y sosteniendo un par de libros en cada mano como penitencia.

 La profesora se sentó en su escritorio, frente a toda la clase.
- ¡Niñas, estar calladas!
 El silencio se hizo en la clase durante unos instantes. Luego, la profesora exclamó en voz alta.
-  ¡Ay Marise, Marise...!
Sorprendiendo a la clase..
 - De todos los castigos que se reparten en la clase tú te llevas el ochenta y siente por ciento de los castigos. ¿Y nadie dirá que son injustos los castigos ?

Mis compañeras empezaron a mover la cabeza de lado a lado indicando que no eran injustos y afirmando que eran merecidos. Era como un vals de cabezas, asintiendo todas, incluso yo, aceptando que ninguno de los castigos que me imponían eran injustos.
La profesora respiró profundamente y entonces levantó la mano para que se detuviesen nuestras cabezas.
 

-  Sin embargo es injusto e insolidario.

Miramos hacia ella, sorprendidas por sus palabras, y con los oídos atentos esperábamos escuchar su explicación.

 - Porque el capital del castigo está mal repartido - continuó diciendo la profesora- y tu Marise dejas sin castigos a las demás.

 - ¿ Marise, eso qué es, una lección de socialismo?  Seguro que te lo has inventado tú - dijo Thelma.

Los tres amigos se levantaron, recogieron la bolsa en la que llevaban el orégano recolectado y regresaron al sendero. Allí les esperaba la bici descansando sobre unas piedras, los restos de un muro semiderruido que hacía de linde del pinar. Había llegado la hora de regresar. Pusieron de pie la bici. Thelma y Marise se  montaron en ella sentándose, una en la barra de la bici y la otra en el sillín. Luego Quasimodo empezó a empujar por detrás para saltar en marcha sobre el portaequipajes, listo para descender hacia el pueblo cuando cogieran suficiente velocidad.



mvf.

martes, 8 de abril de 2014

COMBATIENDO LA IGNORANCIA DERROTAREIS EL FASCISMO




Los criados que don Agustín había mandado para ayudar a Abelarda a instalarse ella y su hijo en su casa, empezaron a primera hora de la mañana. Tan pronto llegaron abrieron todas las ventanas para que entrara el aire fresco de la primavera y saliera la humedad del largo invierno que se había adueñado de la casa, después aempezaron a abrir las puertas de los armarios de las habitaciones, sacando toda la ropa que había en ellos para fuera; retiraron las sabanas que cubrían los muebles y estuvieron media mañana tratando de encender la cocina de leña. Habían hecho astillas de pino con una vieja hacha que reposaba en el suelo e la cocina, y las metieron en el  interior de la cocina de hierro gris, sobre unos papeles arrugados hechos de los trozos rotos de un cartel de propaganda en los que se pudo ver dibujadas una mano que entregaba un libro de historia a otras manos anhelantes de recibirlo, con unas letras por encima del dibujo que decían " leed, COMBATIENDO LA IGNORANCIA DERROTAREIS EL FASCISMO".  Habían hecho ya varios intentdos de encender la cocina sin conseguirlo. Entonces alguien dijo de meter unos papeles y prender fuego por el tiro de la cocina para calentar algo el interior negro y lúgubre de la chimenea; y después de hacerlo, al acercar nuevamente el fuego encendido con un fósforo, se prendió una llama firme y persistente que con la ayuda del respiradero de la chimenea, por el que pudo escapar el humo, se extendió el fuego a la madera y a los troncos que rápidamente se fueron metiendo encima de las astillas por la boca de la cocina con cuidado de no ahogar el fuego naciente. 
Fuera los vecinos torcían la cabeza sorprendidos por el trajín que se producía en la casa, y por el humo espeso que empezó a salir por la chimenea.

Al ver asomar a Abelarda por el balcón algunas vecinas hicieron ademán de santiguarse.
 Abelarda puso a su servicio dos sirvientas para que le ayudasen en los quehaceres de la casa, y por las mañanas, dos veces a la semana, las mandaba ir al puerto para comprar a los pescadores el pescado que traían recién pescado.

El Sisa no tardó en ir a la escuela para aprender a leer y a escribir; era la única escuela que había en el pueblo, a la que iban niños de todas las edades. Llevaba una libreta de muestras, que tenía en la parte de atrás la tabla de multiplicar; y una pequeña enciclopedia del mundo, un libro que habían encontrado en la casa y al que habían tenido que pintar con un lápiz rojo por encima del color morado de la bandera republicana, para convertirla en la bandera nacional.
 
El párroco que sabía en confesión la vida de Abelarda y de como se había engendrado un hijo de don Sebastián y pronto se enteró que en las Americas había contraído matrimonio charco con un criollo, recibió a Abelarda como si fuera el regreso del hijo prodigo y poco a poco, a medida que iban pasando las semanas y los meses en la vida rutinaria de los pueblos, le fue insinuando que había que educar a ese niño y mandarlo a estudiar al seminario, para que le preparasen, y en su vida adulta tomase los hábitos y sirviese a dios y así al hacer de él un hombre de dios purgar su nacimiento, fruto de un horroroso pecado, y dejarlo en las manos de Dios.  
El párroco también pensaba que aunque no quisiera dios dar hijos a don Sebastián dentro de la iglesia, algún día le heredaría, y que sus tierras y pertenencias acabarían en la iglesia, o si no fuese así o como fuese, algo de todo ello recibiría la iglesia por que alguna renta tendría que pagar su progenitor.

Los servidores de Dios piensan en la eternidad de la iglesia y así cuando a un mortal no le importaría perder un vaso de agua al día de su pozo, visto desde la eternidad, ganar ese vaso de agua al día sumaría un río tan grande que no se detendría hasta llegar al mar, inundando campos y valles.  
 Abelarda, aunque fuerte y dura por lo que había padecido, era una mujer sencilla cuyo unico deseo era llevar una vida normal en medio del anonimato, en aquella España nacional de los cuarenta, llena de claroscuros.



mvf. 



lunes, 24 de marzo de 2014

Mejor dejalo correr, Marise.

Marise y sus amigos: Thelma y Quasimodo, están tumbados encima de la arena, descansando en la playa después de correr al lado de las olas, mojando sus pies en el agua del mar,. Detras de ellos, alejandose de la playa se oye ruido y gritos. Es la fiesta de los callos, que hacen en el pueblo, acompañados de pan, cazuela y vino, y a la que asisten todos los vecinos desde siempre sin saber ya el origen de dicha fiesta.

 Los tres niños, terminaron de vaciar sus cazuelas rebosantes de callos y con permiso de sus padres escaparon a la playa a jugar.

 El viento sacude la arena de las dunas por encima de ellos. 

Los niños, con sus pies descalzos y mojados, y sus pechos aún jadeantes de correr persiguiéndose, agotados, se han tirado a descansar sobre la arena de la playa. Ahora miran en silencio las estrellas, llenando sus ojos con la inmensidad del firmamento.

 Al fondo se oye el ruido de las olas.
Marise aspira hondamente el aire fresco de la noche y dice:
- Yo cuando sea mayor quiero ser cocinera.
Sus amigos al oir esto rompen a reír.
Quasimodo - Marise, yo no te contrataría como cocinera
Thelma - ¿Así tan grande que eres y con lo que te gusta comer, quien te iba contratar como cocinera?
Marise: - Las apariencias engañan mucho, yo apenas como nada.
 - ¡ Si y estas adelgazando siempre!- responden al unísono sus amigos.


Quasimodo - Se ve bien como te gusta comer. Marise, no digas tonterias. 

Thelma - Comer nada no engorda, lo que engorda es que comes mucho de todo lo demás.
Vuelve el silencio. El aire, arrastrando arena de la playa, deja caer unos granos encima de los ojos de Thelma y esta se restriega los ojos para sacárselos.

Marise - Podría ser peluquera
Quasimodo- ¡Menudas tijeras tendrías que usar con las manos tan grandes que tienes!¡ La del pescado!
Thelma - ¿Y quien se iba a poner en tus manos ?. Yo porque te conozco; pero aún así da miedo tan solo pensar en verte abriendo y cerrando las tijeras en el aire.

Se ríen haciéndose burlas entre ellos. 

Regresa el silencio de nuevo.

Bajo el tintinear del brillo de las estrellas solo parece existir el ruido de las olas del mar, que mueren sobre la arena de la playa. 

Acompañando el ruido de las olas,  desde una de las puntas donde termina la playa, gira el haz luminoso de un faro. En la otra punta de la playa termina en un riachuelo, que ahora con la marea baja, hace  un profundo surco en la arena para terminar en el oceano.

Marise - Podía ser camarera.
Thelma - Marise, cuantos iban a caber contigo dentro del bar. Con tu tamaño, no podrían caber dos dentro de la barra; para moverse de un lado a otro habría que pasar por encima tuya.
Quasimodo – Claro, y para atender los clientes tropezarías con las mesas, haciendo caer todas las cosas. 
Thelma - Y al agacharte para recoger algo caído al suelo seguro que le metías el codo en el ojo de algún cliente, sentado en una mesa.

Marise parece rendirse con sus amigos, en un largo silencio.


Quasimodo - Podrías jugar a fútbol, eso si que se te da bien.
Marise - Yo a fútbol solo juego para defenderme de vengarme de los mocosos que se meten conmigo en el recreo. Como no les podía pegar, porque se ponían a chillar cuando me acercaba a ellos para llamar la atención de los profesores y que me riñesen, se me ocurrió jugar a fútbol y darles una patada en las canillas a uno o hacerle la zancadilla a otro, o una colleja a cualquiera de ellos, ajustando las cuentas sin llamar la atención.
Quasimodo - Pero tienes que reconocer, que todo el mundo te disputa para juegues con ellos por que castigadora
Marise - No, eso no me gusta. Además hay mucha discriminación con las chicas en el fútbol. No me veo yo ahí.
Thelma - Podías ser contrabandista como toda tu familia.
Quasimodo, riéndose  - Y les hundes el barco a  los guardacostas mientras tus tíos descargan los cartones de tabaco de la chalana.

Se hace el silencio mientras miran para el cielo. Durante un tiempo se hace el silencio entre ellos mientras miran para el cielo con la mirada perdida en las estrellas, tal vez pensando que entre ellas se pueda esconder el destino que depara a cada uno.


Thelma - Mi padre dice que el tiempo tiene solución para todo.

Marise, pregunta pensativa.- ¿Quieres decir que con el tiempo habrá un lugar en el mundo para mi?
Thelma - No Marise, quiero decir que con el tiempo el mundo tal vez se acostumbre al poco espacio que le dejas.

A lo lejos, detrás de donde están acostados en la playa, se oyen las voces de sus padres que los llaman, para que vuelvan.
Los niños se levantan, se calzan, sacuden la arena de sus ropas, y  echan a correr en dirección a las voces para regresar a casa.

Mejor déjalo correr, Marise.



martes, 11 de marzo de 2014

la indiana Abelarda






 Los indianos solo eran unos pocos que lograban hacer fortuna y conseguían regresar, de los muchos que marcharon a la emigración. Cuando llegaban a su tierras venían haciendo casas que parecían palacios  o restaurando Pazos y haciéndose con títulos de algo, y hacían escuelas o iglesias para que les recordasen sus vecinos. Todo ello engañaba a los paisanos que veían en le emigración una salida a sus miserias, cuando los más pasaban penurias incluso mayores que las que les habían obligado a marchar. Esos hombre que aparecían en las fiestas de su pueblos, para que todos los viesen, con americana y camisa y sombrero blanco, y fumando enormes habanos, molestaban especialmente a la sociedad rural de los cincuenta, poseedoras de las tierras, por su carácter trasgresor de la inmovilidad de las clases sociales en la Galicia de los cincuenta, y por las ideas que traían de América.
  En los años cincuenta la mujer no tenía vida propia y su existencia solo podía estar relacionada con la casa paterna, la casa del esposo, o la casa de su hermano mayor, heredero de todo, en la que viviría a voluntad de él en caso de quedar soltera, o en el convento;  y cuando Abelarda, recién llegada de las américas   entró en la casa que le había dejado en herencia la esposa de don Agustín,  y se asomó desde ella para ver la plaza del pueblo con su hijo causó un gran revuelo y todo tipo de comentarios, y fue vista como si el diablo en forma de mujer hubiera decidido tomar su morada en el pueblo,
 La gente era desconocedora de su matrimonio con un criollo, lo que podría servir para callar las habladurias, y para alguna vez que alguna boca abusando de su confianza tuvo ocasión de preguntarle por el padre del Sisa; Abelarda, sin ir más lejos, le acalló respondiendole que el padre del sisa había muerto en las minas del Callao, en Venezuela.
  La noticia de la llegada de Abelarda corrió como un río desbocado, y se puso en boca, y fue tratada de ser cortejada por todos los jóvenes apuestos de la comarca, que en su insensatez, soñaban con una boda como la manera fácil de hacerse con fortuna.
Así que de la noche a la mañana la plaza del pueblo empezó a ser frecuentada por el gentío durante el día y por la noche se reunía la gente y hasta un bar que había en la plaza mayor, que tuvo siempre escasa clientela, puso terraza para que se sentara fuera la que gente venía con sombreros blancos y fumando cigarrillos mentolados, imitando a los indianos o a los jóvenes de la capital, mientras hablaban unos y otros del dinero que se hacía en las américas ; y como allí las mujeres eran libres y hasta podían vivir como los hombres si se hacían ricas.
 Entonces los cabezas de las familias pudientes de la comarca se reunieron en la casa de Don Sebastián para pedirle que interviniese, por que una forma u otra tenían que poner remedio a la situación.


 mvf.

jueves, 27 de febrero de 2014

la herencia de abelarda




Cuando Abelarda regresó en barco de las américas lo hizo con un niño que ya había cumplido los dos años y una maleta de cuero marrón, como la que traía la gente, que se decía de ella, que habían hecho buena vida en el otro lado del charco.
La esperaba un coche negro en la salida de pasajeros del muelle, que les llevó hasta un hotel donde tendrían que esperar cuatro días, hasta el jueves de esa semana, para ir al notario y asistir a la lectura de las últimas voluntades de su antigua ama; porque era domingo cuando el barco en el que regresó con su hijo había atracado en el puerto de la coruña.
 En uno de esos días; después de dejar a su hijo a cargo de la dueña del hotel, una mujer de Castro Caldelas que tenía cuatro hijos y que accedió a ello tras contarle que quería aprovechar mientras tenía que esperar en la Coruña para poder ver a los suyos. Desde la Coruña vino al pueblo en autobús a primera hora de la mañana y de ahí se trasladó a Labregos, la población donde estaban  las viviendas de los caseros y las tierras de don Sebastián, para ir ver a su familia; y llegando allí se enteró de la desaparición de su padre y de los gritos de dolor que dió su madre, tras llegar a la  casa y enterarse del paseillo de su marido, pues la madre de Abelarda había sido llamada con engaño a hacer tareas a la casa grande de los señores de los caseros, el día que fueron ir a buscar al ovejero.
 La madre había sido echada de la casa cuando regresó de servir a sus señores; y habían tirado sus pertenencias y el escaso mobiliario que poseían, y  prendido fuego delante de las viviendas de los caseros; y después de andar un tiempo tirada por las calles sin recibir ayuda de nadie fue recogida por las monjitas, en una casa para pobres donde murió de pena a los pocos meses de lo que había ocurrido.
 Solo una persona, que aquí no podemos citar,  se atrevió a decirle todo lo que había pasado, y después de pedirle que marchase, pues no era bien vista por culpa de la mujer de don Sebastián, le entregó el pañuelo raído, que su padre había dejado esa noche encima de la mesa, y que escondía envuelta dentro una piedra plana en forma de disco en la que estaba dibujado con todo tipo de detalles un reloj de bolsillo.
 Abelarda estuvo llorando sin mediar palabra mientras le contaban todo;  al terminar, después de despedirse y darle las gracias a la persona anónima de la que hablamos, regresó al pueblo sin perder más tiempo para no perjudicar a los caseros, que habían sido sus antiguos vecinos; y antes de mediar la tarde marchó de regresó a la Coruña.

 Llegado el dia, la mañana del jueves Abelarda fue al notario con su hijo de dos años donde se encontró con don Agustín que había ido para asistir a la lectura de las últimas voluntades de su mujer. Abelarda encontró a ese hombre de sienes blancas, que había sido su antiguo amo, y que tanto respeto ponía el verle en la casa, muy desmejorado.

La lectura de las voluntades fue un momento muy emotivo pues don Agustín sabía del deseo de su esposa y había dado consentimiento en ello, pero desconocía una carta que le había dejado su mujer en la que le pedía perdón a su marido por no poder estar con él los últimos momentos de su vida; diciéndole que después de perder a sus tres hijos jamás podría llegar a soportar el verle morir a él.

A Abelarda su antigua ama le había dejado una vieja casa.  Era una casa de señores con varias puertas a distintas viviendas dentro de ella, que estaban sin usar, y una puerta principal con un gran arco de piedra, situada en la plaza mayor del pueblo. Tenía una planta baja con paredes de piedras de granito; y la planta alta, con paredes de sillería y encalada de blanco, estaba cubierta con un tejado de dos aguas de teja curva gallega; y mostraba un gran balcón, que dominaba la plaza mayor, desde el que se veía por encima a toda la gente del pueblo y la comarca, que tenía que pasar obligada delante de la vivienda para ir a la iglesia o al ayuntamiento. Y con ello se le asignaba también unas rentas que le permitirían vivir.



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