A
primera hora de la mañana un coche negro, con dos hombres en su
interior, se detuvo a distancia suficiente en la carretera del
centro penitenciario de teixeiro de la coruña. Se apagó el motor
y tras unos minutos de contenido silencio, el canto de los grillos y
las aves, suspendido con la llegada del vehículo, llenó
de nuevo el aire espeso, húmedo y caliente de la mañana de verano.
No
tardó en abrirse el portón y al cabo de un rato salió un
hombrecito bajito y esmirriado que parecía que saltaba en vez de
andar. La puerta del centro se volvió a cerrar tras él. El
conductor del vehículo con el brazo estirado, desde la ventanilla hizo señas para que le viera. El sisa se
acercó y habló con ellos. Y mientras la naturaleza se volvió
nuevamente muda,- parecía que grillos y aves se querían enterar de
la conversación - del coche bajó un hombre, alto y corpulento que dio la vuelta
alrededor del coche para abrir la puerta del vehículo al sisa. El sisa entró y se sentó en la parte de atrás del coche.
El
hombre esperó a que el sisa se pusiera el cinturón de seguridad,
comprobó que estaba bien puesto tirando del cinturón; cerró la
puerta y volvió para su lado del vehículo. Después, el coche
arrancó y partió lentamente para trasladar al sisa a la casa de su
madre.
Tras
ellos quedaba una discusión entre grillos y aves que se iniciaba de
nuevo en el aire espeso, húmedo y caliente de una mañana de verano.
Llegando
al pueblo, el coche negro se cruzó con un super cinco* renault
cinco, de color rosa, que iba a ciento cuarenta y siete kilómetros
por hora. Lo conducía una mujer, y detrás llevaba tres niñas.
Era
Ligia y sus hijas, que iban urgentemente al veterinario con una
pequeña gatita blanca porque se había caído y parecía que tenía
rota una patita.
Y
mientras el turismo dejaba una polvareda tras ellos alejándose, el
coche negro seguía con su tranquila velocidad, entrando en el
pueblo. Finalmente se detuvo a la puerta de la casa del sisa.
Después
de despedirse de los hombres del vehículo, el sisa bajó y se
dirigió a la casa de la madre. Llamó a la puerta, y esperó,
mientras no le perdían de vista los ocupantes del coche. La puerta
se abrió y una señora mayor al verle le dio un abrazo y unos besos
arrastrándolo al interior de la vivienda.
Cuando
desapareció de la vista de los hombres del coche el sisa, al cerrarse la puerta de la
casa, partieron saliendo del
pueblo a toda velocidad. Habían cumplido su encargo de llevar a nuestro
amigo sano y salvo a la casa de su madre.
Nuestro
abogado había mandado un recurso al juez porque, dado lo esmirriado
que era el sisa, la guardia civil a la hora de detenerlo y meterlo en
el coche patrulla después de leerle su derechos “ debió preguntarle:
si quería un asiento elevador para niños “ para sentarse en el
asiento posterior del coche patrulla, dado que en el transporte el
sisa corrió un probable riesgo de asfixiarse con el cinturón de
seguridad del vehículo.
La
fiscalía teniendo en cuenta el gasto que podría significar el
comprar asientos elevadores para niños para los vehículos de la
guardia civil, y que el acusado solo pretendía llegar a casa de su madre, valoró el escrito, y el juez no tardó en mandar la
orden de liberación del sisa, amonestando seriamente a los agentes
de la patrulla que lo habían detenido porque el robo de los sacos de patatas, aprovechando
la ocasión, no era comparable al peligro que el detenido había
corrido de asfixia.
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