viernes, 30 de marzo de 2018
El molino
Llovía y por momentos las ráfagas de viento arreciaban la intensidad de la lluvia.
En el recodo del rio había construida una presa con rocas y tierra creando una pequeña laguna en la que se retenía el agua para ser utilizada por un molino. El agua tenía como única salida una acequia por la que transcurría cerca de trescientos metros para llegar al depósito del molino; allí se colaba en el interior de la construcción de piedra, por un conducto hecho de silleria, para salir por la parte inferior del molino, regresando al rio en ese lugar.
El agua salía por una abertura en la parte inferior del molino golpeando las aspas del rodezno o rodicio, haciéndolo girar con el golpe de su fueza, antes de regresar al cauce del rio.
El rodezno y la muela de piedra que estaba en la sala del molino, se movían a la vez, pues uno y otra estaban unidos a los extremos del un tronco de roble que como un eje vertical subía desde el nivel del rio hasta el interior de la sala del molino; el tronco pasaba por el interior del mueble del molino y por la piedra fija que descansaba encima de el, y se ensartaba en la piedra volandera a la que hacía girar esclava con la rueda con aspas que estaba en contacto con el agua.
Así, cuando escapaba el agua, al mover la rueda del molino para volver al rio, hacia girar la piedra volandera deslizándose encima de la muela fija, en la sala del molino, y al ir cayendo el grano y pasar por entre las dos lo molían convirtiéndolo en harina.
Fuera seguía lloviendo a raudales.
El molino era una construcción de piedra con tejado de pizarra y tenía en su interior la sala del molino y un almacén donde se guardaba con llave la harina. A pocos metros del molino, unidos por un pequeño sendero de tierra encharcado por la lluvia, estaba la casa de la molinera una vivienda de planta baja, hecha también de piedra con tejado de pizarra. En el interior de esta vivienda estaba la cocina, en donde se hacía el fuego, que daba luz y calor a sus moradores; encima del fuego colgaba una pota grande del techo; alrededor de la cocina estaban las habitaciones de los habitantes del molino. Por detrás de la casa había un pajar y un establo, donde dormían juntas una vaca y una burra, que con frecuencia se usaba para tirar de un pequeño carro con el que se bajaba hacer las compras al pueblo.
La molinera, una mujer de manos grandes, llevaba recogido el pelo con una pañoleta y estaba sentada en una pequeña banqueta de madera, frente al fuego, mientras revolvía con un cucharon de cobre en el interior de la pota donde se estaba haciendo un cocido con verdura y unto.
Cerca de ella, con las piernas recogidas, dormitaba encima de una estera pegada al lado del fuego, el hijo de la molinera.
A la molinera en sus buenos tiempos no le habían faltado pretendientes pero ella los había desdeñado a todos. Decían las malas lenguas que una mañana de marzo la molinera había ido a ver a la mujer que hacía de comadrona en el pueblo, con dos sacos de harina, y había regresado al molino con un niño en el regazo.
Era un joven rudo de ojos azules y pelo de color amarillento pajizo. Las gentes del lugar decían que el hijo de la molinera era hijo del trigo y que había crecido en el interior de la molinera mientras esta dormía con el ruido del agua y el golpe del triquitraque que empujaba el grano entre las muelas del molino
El hijo de la molinera creció en el molino hasta que a la edad de ocho años, por las moliendas que se había hecho sin cobrar a la casa del cura de la parroquia, fue mandado a estudiar al seminario menor, pero no tardó mucho tiempo en regresar a su lugar en el molino, pues, como habían dicho, su naturaleza no daba signo de interesarle los estudios ni la mortificación.
Fuera seguía lloviendo y en el lugar del rio donde estaba la presa el agua rebosaba escapando por encima de las piedras.
De repente la cocina se iluminó dejando ver las paredes anegradas por el humo del fuego; la obscuridad regresó acompañada del ruido del trueno y esta historia comenzó.
mvf.
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